Testimonio del Reverendo Metropolita de Limassol Atanasio sobre el Anciano Paisios el Atonita
En primer lugar, debido a que nunca me imaginé que llegaría un momento en que iba a contar la vida del Padre Paisios -él nunca contaba su vida continua- así que puede haber algunos vacíos en las fechas y en la historia de las cosas. Yo solamente por gratitud al anciano estuve de acuerdo en venir aquí, señor Nicolaides, al estación de televisión para dar mi propio testimonio de su vida santa, su presencia a la ortodoxia, nuestra iglesia, por todo lo que vi durante mi estancia en el Monte Athos y todo lo que he oído de otros, de personas de confianza. Esto es lo que voy a tratar de decir, sin embargo, sintiendo que contando la vida de hombres santos es una tarea muy difícil. Es particularmente difícil, porque el anciano era un hombre verdaderamente santo y nosotros no somos nada y además hemos entendido muy poco. Esperemos, por lo menos que Dios nos ayudará, para transmitir los hechos tal como hemos visto y los que lo escuchan, para lo evaluar con su disposición.
Conocí por primera vez a padre Paisios en septiembre de 1976. Era la primera vez que fui al Monte Athos y allí junto con otros compañeros estudiantes visitamos el anciano, cuando era en su choza, en la Santa Cruz, cerca del Monasterio Stavronikita. Allí es donde yo lo conocí. Puedo decir que fuimos con intenciones de curiosidad para ver el Anciano, de quien tanto habíamos oído hablar. Nos recibió con mucho amor y puedo decir que el primer encuentro, en el principio, estaba un poco decepcionado, porque no sabía los secretos de esta gente espiritual. Cuando vi el Anciano, quien nos recibió con tanta sencillez, nos estaba tratando de cosas y nos decía chistes y se reía, Empecé a dudar de que este hombre es tan santo, como habían dicho por él. Porque pensaba que los santos deberían estar en silencio, callados y deprimidos. Tuve esta impresión. Pero luego la realidad nos refutó, debido a que el anciano hablaba de cosas desconocidas para nosotros y tenía el testimonio de su vida personal.
El primer acontecimiento que declaro con toda honestidad, es que, el momento en que salimos para despedirlo y besamos su mano, sucedió algo que en realidad era una intervención de Dios, porque todas las montañas, toda la atmósfera por allá había inundada por un aroma inefable. Todo el lugar estaba oliendo agradablemente. El Anciano se dio cuenta de esto y de inmediato nos aconsejó salir, mientras que él se fue para su celda. Nosotros, los tres jóvenes, sin entender lo que estaba sucediendo, partimos para Karyes, mientras que dentro de nosotros había un gozo inefable, que no tenía ninguna explicación. Ni por qué estábamos corriendo entendíamos, ni, ni por qué las montañas a nuestro alrededor se olían tan agradablemente, el aire, las piedras, todo. Lo que experimenté fue algo impresionante, cuando conocí a padre Paisios por primera vez.
Pasó su infancia en Konitsa. El hecho que una vez nos ha narrado, es que cuando él tenía quince años tenía la costumbre de alejarse en el bosque, donde se había arreglado un lugar con palos y ramas -como un asceterio-, y allí oraba con lágrimas. Este, por supuesto, fue la energía de la Gracia. Se sentía esta dulzura y quería estar solo y rezar a Cristo. Pero, mientras rezaba, vio a Cristo cara a cara, no en su sueño, pero vivo, teniendo el Evangelio abierto en la mano, y habló con él, mientras que lo que le dijo fue escrito en el Evangelio. Y le dijo que:
“Arsenio. Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá”. Esta experiencia de la aparición de Cristo fue, por lo que sé, la primera del pequeño Arsenios en el campo de las revelaciones sobrenaturales y tal vez, el punto decisivo de su camino tras la vida monástica.
El Anciano evitaba cuidadosamente cualquier ruido en torno a su nombre y puedo decir que las únicas veces que fue estricto, tan estricto que podría asustar a cualquier, fueron cuando alguien se hablaba de él, recordaba con admiración o decía cosas a su alrededor.
Cuando fui a verlo en 1976, le dije: “Anciano, usted tiene una gran reputación afuera en el mundo- la gente tiene una buena opinión de usted, por su nombre”. Me respondió riendo, como se solía decir en forma de bromas y de una manera muy lúdica y sabia: “Ahora que venías de abajo, pasaste del vertedero?” (que estaba en Karyes). Yo le digo: “He pasado ...”. “Allí en el vertedero de Karyes tiene bastante latas de calamares y cuando se pone el sol, brillan. Esto le pasa a la gente también. Ellos ven el sol brillando en la lata, ese soy yo, y creen que es de oro. Pero mi hijo, si te acercas, puedes ver que es una lata de calamares”. Al contar esto se divertía.
Más tarde, sin embargo cuando estábamos hablando en serio, a veces me decía con tristeza: "A mí, mi padre, el mayor enemigo es mi nombre. ¡Ay del hombre y el monje “tiene reputación”. Porque entonces no tiene silencio, incluso que la gente está empezando a moldear cosas, que a menudo no son la realidadse convierte en un punto controvertido”. Cientos de personas visitaban su celda. Una vez que el autobús llegaba a Karyes y tomaban lo diamonitirio (permiso de peregrinación), todos iban directamente al padre Paisios. Se podría ver una caravana de gente yendo por allí. Fue el primer objetivo, la primera estación. A veces que ocurrió estar con él y no se abría, me preguntaba. Entonces me decía: “Mira, vamos a rezar si Dios nos informa, abriremos."
Era un hombre cuyo mayor trabajo fue la oración. Luego, entonces, se dedicó al mundo. A pesar de sus dificultades, su sufrimiento, era un hombre sin carne. Un hombre que no sabía lo que significa ni el sueño ni el descanso. Siempre estaba alegre y siempre ha tenido amor en su corazón para aceptar el dolor del pueblo. Recuerdo la Navidad de 1981 que salió a encontrarle, después de la vigilia de Navidad, charlabamos y me explicó qué cosa grande es el amor de Dios. Decía que el amor de Dios, habita en el hombre como un fuego. Me dijo: “Hace unos años, tanto ardía dentro de mí ese amor, que mis huesos se derretían como las velas. Incluso una vez cayó sobre mí tanta gracia que, mientras caminaba, me arrodillé y no podía seguir. Además, tenía miedo de alguna persona me ver y no saber lo que me pasó”. Ocho años más tarde, este gran amor, sin por supuesto abandonarlo, cambió en un gran dolor para el mundo. Desde entonces, parece que el anciano se dedicó, después de haber sido morada de Dios, a las personas doloridas.
Visitaban al padre Paisios personas de todas las clases. Educados y no educados, obispos y muchos profesores, personas de otras religiones e incluso todo tipo de personas. En general, los lugares donde habitaba eran inconsolables: la celda de la Santa Cruz era tan remota que recuerdo que donde alcanzaba nuestra vista, no veíamos otra celda de monjes. Desierto. Recuerdo que el anciano me decía: “Si usted escucha cualquier ruido en la noche, no tenga miedo. Son jabalíes y chacales”.
Es un hecho que toda la vida del anciano pasó por un montón de enfermedades. Y recuerdo que cuando tenía dolores de cabeza fuertes, ponía emplastos en la frente, para suprimir los dolores de cabeza. En ocasiones que nosotros éramos enfermos, nos decía: “Escucha mi padre, mi enfermedad me ha beneficiado más de mi salud”.
Y él, a pesar de su enfermedad, nunca descuidaba sus tareas. Es impresionante que continuaba su lucha hasta llegar a exhaustarse. Recuerdo cuando en el monasterio tuvimos la vigilia de la Navidad, que duró unas diez horas. El anciano tenía visitantes durante todo el día y no tuvo ningún descanso. Estaba de pie toda la noche en la vigilia. Yo estaba sentado a su lado y estaba esperando a ver cuando iba a sentarse. No se sentó toda la noche, estaba de pie. En un momento, me dijo: “No puedes ir un poco más allá? Tú eres policía!” Él entendió que yo estaba a su lado, para ver lo que iba hacer.
Su amor se manifiestaba infinitamente y ricamente a todos los que le visitaban, especialmente a las personas que sufrían y los niños pequeños. Recuerdo algo que he vivido fuertemente en el año 1982, cuando había llegado al Monte Athos un joven de Atenas, que era un joven contemporáneo, lleno de preocupaciones, enredado con muchas cosas difíciles, decepcionado por la vida y su alrededor, con ropa sucia- una situación que testificaba el desorden y la preocupación de este joven. Se fue al padre Paisios, hablaron y luego salió.
Después de dos o tres meses regresó y me dijo con lágrimas, lo siguiente. En Atenas, cuando tuvo unos infortunios y le entró la melancolía, la depresión, tomó su motocicleta para suicidarse. Decía corriendo: “No hay ningún en el mundo, nadie me quiere, no le interesa, mejor morir, acabar con mi vida”.
Venía de Atenas, marchando en la calle y tenía la intención de acabar con su vida. Mientras corría, de repente su motocicleta paró, sin sufrir nada. Al mismo tiempo, vio ante sí a padre Paisios, quien dijo: “Pare - no te hagas eso”. Cuando vio el rosto del anciano, recordó inmediatamente que él era el único hombre que realmente le amó y le expresó su amor. Paisios padre era un hombre muy demostrativo. Cuando le visitaban niños con problemas, les mostraba tanto amor al igual que un niño pequeño. Así que estos niños se consolaban. Luego, una vez me contó esta historia, Fui al Anciano y le pregunté: “¿Es verdad que esto ha sucedido?” Entonces me dijo: “No sé, pero lo que sé es que muchas veces cuando estoy rezando en mi celda, el Espíritu Santo me lleva a hospitales, casas de gente adolorida, de personas que están a punto de suicidarse, etc. Yo no hago nada más que rezar y encender velas”.
En su pequeña celda había siempre encendido velas frente a los iconos de los Santos. Era una celda austera, muy ascética, muy pobre, con iconos empotrados en la pared y velas encendidas.
Una vez cuando estaba enfermo en la Santa Cruz y le servía, entraba continuamente en su celda. Era una celda muy pequeña (2,50x2) y el anciano siempre ardía una estufa rusa empotrada en la pared, debido a que sufría por el frío. En un rincón estaba la cama, que era de madera, igual un ataúd, lleno de iconos y una gran “schema monástico” ruso por encima. En el otro rincón se encontraba bajo unos trapos, que supuestamente era su alfombra. Me engañaba y decía: “Esta alfombra es persa y me la enviaron de Bagdad.”
Era un trapo viejo, que fue utilizado para poner la silla de montar en la mula. Él tenía un pequeño taburete en el que se sentaba y rezaba, una madera que la ponía en las rodillas y escribía, un agujero que había bastante hojas y un par de lápices para leer.
Padre Paisios era muy pobre. No tenía nada. Muchas personas le dejaban dinero. Lo escondían, sólo para él descubrirlos más tarde. Pero el Anciano, cuando se encontraba el dinero, solía ponerlos en los libros o las revistas y lo daba. Era tan pobre , que me recuerdo una vez que me dijo que no tenía 500 dracmas para comprar pan. No tenía anafe , no tenía nada de batería de cocina. Tuvo una a dos latas de conservas y en ellas arrojaba té o hervía arroz. Tenía un bote pequeño, que se utilizaba raramente cuando tenía visitas que hospitalizaba. Entonces, como se decía, y arrojaba una cucharada de lentejas dentro para hacerlo cena oficial.
Comía alguna tomate o verduras, que tenía de su pequeño jardín. Cuando me quedaba con él, me decía cada dos días: “Vaya a comer en algún monasterio y volver”. En su celda sólo había té y tostadas. Nada más. De este hombre puedo decir que, lo que comemos en una comida, él se comía en dos semanas. Era realmente un hombre descarnado, un ángel terrenal y un hombre celestial. No era sólo que no comía casi nada, pero también no dormía casi nada...
Como un monje sin duda mantenía con precisión su programa de los santos servicios, de la vespertina, las completas, la medianoche, los maitines y de las horas. Más tarde, sustituía la mayor parte de estes servicios con el cordón de oración. Cada noche estaba haciendo vigilias. Descansaba un poco después del atardecer y también un poco antes del amanecer. Y esto me veía a mí mismo, cuando iba po ahí.
Yo voy a contar una experiencia personal que tuve, porque es un testimonio de la santidad de este hombre. Cuando me fui a él, en 1977, y me quedé varios días, pasó a ser la celebración de la Santa Cruz. Era la 13a de septiembre según el viejo calendario y me dije: “Vamos a hacer una vigilia esta noche y por la mañana llegará un sacerdote para celebrar la Eucaristía” (yo era entonces un diácono).
De hecho alojé allí y a partir de las cuatro de la tarde me dijo que teniamos comenzar con la vespertina diciendo la oración con el cordón. De hecho, rezamos por 1,30 a 2 horas con el cordón de oración. A las 6 horas me llamó. Me preparó un té, me mostró cómo hacer la vigilia con la cuerda de oración y me dijo que alrededor de la 1:30 de la mañana que me iba avisar para leer el servicio de la Santa Comunión y luego de nuevo nosotros continuaríamos hasta la mañana, cuando el sacerdote iba a llegar. Realmente traté de hacer todo lo que me dijo. Toda la noche escuchaba el anciano que rezaba y andaba de arriba para abajo suspirando. Fue una experiencia espantosa, porque allá en el desierto yo tenía miedo, pero el Anciano era como pilar firme y rezaba al lado.
Fuimos a la iglesia. La iglesia era alargada y tenía cinco iconos en el templo, pero solamente un escaño. Me puso en el escaño, él era a mi lado y comenzamos a leer el servicio de la Santa Comunión. Anciano le decía las letras “Gloria a ti nuestro Señor, gloria a ti” y después a los cantos la Virgen María “Santísima Madre de Dios sálvanos”. Cada vez que decía un verso, estaba haciendo una reverencia hasta el piso. Y yo al lado con la cera estaba viendo y leyendo el himno. Cuando llegamos al himno que dice: “María madre de Dios, la logia venerable del aroma”, y el anciano dijo: “Santísima Madre de Dios sálvanos”, de manera muy dolorosa, entonces, inmediatamente comencé a decir lo “Maria Madre de Dios”. Inmediatamente, sin embargo, cambiaron todas las cosas- No puedo entender lo que sucedió. De repente, se iluminó toda la celda y una cosa como un aire fino entró en la iglesia y la candela de la Virgen María comenzó se sacudir sola. Eran cinco candelas en la pantalla, sino sólo esta candela se sacudía constantemente. Me volví hacia el Anciano, él me vio y asintió para quedar en silencio. Él se inclinó, quedó doblado, y me quedé con lo vela en la mano, pero la vela no era necesaria porque todo fue iluminado- tenía luz abundante. Como si de repente amaneció. Esperé mucho tiempo, la candela se movía, la luz permaneció, el anciano no decía nada. Después de media hora empecé a leer por mí mismo, debido a que el anciano no hablaba. Yo estaba leyendo por mí mismo el servicio, hasta que llegué a la séptima plegaria de San Simeón. Allí así, de nuevo de una manera muy alegre, la lámpara dejó de moverse, la luz volvió a desaparecer y yo de nuevo necesité la vela para leer.
Cuando terminamos la Santa Comunión, le dije: “Anciano, que fue esto?” Él dijo: “¿Qué?” Me dije: “lo que sucedió en la Iglesia. Vi la candela de la Virgen María que sacudía y la celda se iluminó”. Me dijo: “¿Ha visto usted algo más?” Le contesté que no vi nada más. Quería decirles que en ese momento mi mente no estaba trabajando, ni pensaba en nada.
Yo no podía entender nada. Solamente veía estas cosas como un espectador. Me dijo: “Bueno mi hijo, lo que fue! ¿No sabes que la Virgen María aquí en el monte Athos, pasa por todos los monasterios, todas las celdas, para ver lo que hacemos? Pasó por aquí, vio a dos locos aquí y sacudió la vela para decirnos que pasó.” Y el anciano se echó a reír. Después de este evento, aquella noche, por sí mismo me contó varios incidentes de su vida -él estaba muy emocionado- y tal vez fue la causa que desde entonces hemos tenido una estrecha relación con el Anciano. Confiaba en mí muchas cosas acerca de él.
En realidad, yo puedo decir con confianza que el padre Paisios era un hombre que apoyaba al mundo entero con sus oraciones. Era un hombre igual a los grandes padres de nuestra Iglesia.
Uno puede hablar por horas y días para el Anciano Paisios. Los milagros que fueron realizados a través de su oración son tal vez innumerables. Les diré algo que ha ocurrido recientemente. Un padre que tenía un niño pequeño, fue alrededor de todo el Monte Athos para encontrar el monje que salvó su niño de la muerte. El niño estaba conduciendo una bicicleta una noche y tratando de girar en algún lugar, fue golpeado por un camión. El camión aplastaría el niño con sus ruedas, cuando apareció un monje, quien lo agarró, lo tiró en la acera y así el niño fue salvo. El pequeño vio al monje, pero no sabía quien era. Le contó a su padre lo que pasó y él se llevó al niño al monte Athos y pasaban por todas las celdas y los monasterios, para encontrar quien era este monje. Hasta que llegaron al padre Paisios y el niño le reconoció inmediatamente.
Además, otro hecho que sucedió antes de salir de Chipre. Un joven visitó al anciano y quería decirle que su esposa estaba enferma muy grave. El anciano tenía mucha gente, estaba cansado y les dijo: “Mis hijos no puedo más, ustedes tienen que salir, vayan al monasterio de Iviron”. Él se acercó y le dijo: “Quiero decirle algo”. El anciano le contestó : “Ve, mi hijo, vaya, vaya”. “Pero yo tengo algo serio que decirle anciano!” “Ve, hijo mío, no hay nada. Vaya y Dios va a ayudar”. Él insistió, pero el anciano le dijo: “Bueno, mi hijo vaya para llegar al monasterio antes de que cierre”. Entonces él se reveló el hecho: “Viejo, mi mujer está enferma! “Vaya y su esposa no tiene nada”. El hoven miró su reloj, a ver cuánto tiempo le quedaba para ir al Monasterio- fueron las 14:45. Se fue decepcionado porque no hizo nada. Cuando volvió a casa, su esposa, completamente bien, le narró lo siguiente: “De repente, mientras estaba sentada en la cama, me cogió un sudor frío ya partir de entonces estaba curada. Fui al médico y me encontró muy bien”. La preguntó: “¿A qué hora fue esto?” “Era viernes, a las 14:45” horas”. Es decir, a la hora que el anciano dijo: “Vaya y su esposa no tiene nada”.
Tales cosas son numerosas, que podemos decir. Pero no tienen tanta importancia las maravillas del Anciano, como su amor por Dios, su convicción y fe profunda de que era un verdadero hijo de la Iglesia Ortodoxa y la vida monástica. Creo que cualquier cosa que uno pueda decir, no se puede describir el Anciano. La palabra que siempre decía fue: “Αmar a Dios y luchar siempre con generosidad”. Decía que Cristo es oxígeno. No debemos hacerlo dióxido de carbono. Y por lo tanto siempre quería que todos los cristianos a tener coraje, estar llenos de alegría por el amor de Dios y nunca se decepcionar; porque, como él decía, el estrés y la decepción siempre son del diablo y nunca de Dios.
Fuente: TESTIMONIOS DE PEREGRINOSConocí por primera vez a padre Paisios en septiembre de 1976. Era la primera vez que fui al Monte Athos y allí junto con otros compañeros estudiantes visitamos el anciano, cuando era en su choza, en la Santa Cruz, cerca del Monasterio Stavronikita. Allí es donde yo lo conocí. Puedo decir que fuimos con intenciones de curiosidad para ver el Anciano, de quien tanto habíamos oído hablar. Nos recibió con mucho amor y puedo decir que el primer encuentro, en el principio, estaba un poco decepcionado, porque no sabía los secretos de esta gente espiritual. Cuando vi el Anciano, quien nos recibió con tanta sencillez, nos estaba tratando de cosas y nos decía chistes y se reía, Empecé a dudar de que este hombre es tan santo, como habían dicho por él. Porque pensaba que los santos deberían estar en silencio, callados y deprimidos. Tuve esta impresión. Pero luego la realidad nos refutó, debido a que el anciano hablaba de cosas desconocidas para nosotros y tenía el testimonio de su vida personal.
El primer acontecimiento que declaro con toda honestidad, es que, el momento en que salimos para despedirlo y besamos su mano, sucedió algo que en realidad era una intervención de Dios, porque todas las montañas, toda la atmósfera por allá había inundada por un aroma inefable. Todo el lugar estaba oliendo agradablemente. El Anciano se dio cuenta de esto y de inmediato nos aconsejó salir, mientras que él se fue para su celda. Nosotros, los tres jóvenes, sin entender lo que estaba sucediendo, partimos para Karyes, mientras que dentro de nosotros había un gozo inefable, que no tenía ninguna explicación. Ni por qué estábamos corriendo entendíamos, ni, ni por qué las montañas a nuestro alrededor se olían tan agradablemente, el aire, las piedras, todo. Lo que experimenté fue algo impresionante, cuando conocí a padre Paisios por primera vez.
Pasó su infancia en Konitsa. El hecho que una vez nos ha narrado, es que cuando él tenía quince años tenía la costumbre de alejarse en el bosque, donde se había arreglado un lugar con palos y ramas -como un asceterio-, y allí oraba con lágrimas. Este, por supuesto, fue la energía de la Gracia. Se sentía esta dulzura y quería estar solo y rezar a Cristo. Pero, mientras rezaba, vio a Cristo cara a cara, no en su sueño, pero vivo, teniendo el Evangelio abierto en la mano, y habló con él, mientras que lo que le dijo fue escrito en el Evangelio. Y le dijo que:
“Arsenio. Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá”. Esta experiencia de la aparición de Cristo fue, por lo que sé, la primera del pequeño Arsenios en el campo de las revelaciones sobrenaturales y tal vez, el punto decisivo de su camino tras la vida monástica.
El Anciano evitaba cuidadosamente cualquier ruido en torno a su nombre y puedo decir que las únicas veces que fue estricto, tan estricto que podría asustar a cualquier, fueron cuando alguien se hablaba de él, recordaba con admiración o decía cosas a su alrededor.
Cuando fui a verlo en 1976, le dije: “Anciano, usted tiene una gran reputación afuera en el mundo- la gente tiene una buena opinión de usted, por su nombre”. Me respondió riendo, como se solía decir en forma de bromas y de una manera muy lúdica y sabia: “Ahora que venías de abajo, pasaste del vertedero?” (que estaba en Karyes). Yo le digo: “He pasado ...”. “Allí en el vertedero de Karyes tiene bastante latas de calamares y cuando se pone el sol, brillan. Esto le pasa a la gente también. Ellos ven el sol brillando en la lata, ese soy yo, y creen que es de oro. Pero mi hijo, si te acercas, puedes ver que es una lata de calamares”. Al contar esto se divertía.
Más tarde, sin embargo cuando estábamos hablando en serio, a veces me decía con tristeza: "A mí, mi padre, el mayor enemigo es mi nombre. ¡Ay del hombre y el monje “tiene reputación”. Porque entonces no tiene silencio, incluso que la gente está empezando a moldear cosas, que a menudo no son la realidadse convierte en un punto controvertido”. Cientos de personas visitaban su celda. Una vez que el autobús llegaba a Karyes y tomaban lo diamonitirio (permiso de peregrinación), todos iban directamente al padre Paisios. Se podría ver una caravana de gente yendo por allí. Fue el primer objetivo, la primera estación. A veces que ocurrió estar con él y no se abría, me preguntaba. Entonces me decía: “Mira, vamos a rezar si Dios nos informa, abriremos."
Era un hombre cuyo mayor trabajo fue la oración. Luego, entonces, se dedicó al mundo. A pesar de sus dificultades, su sufrimiento, era un hombre sin carne. Un hombre que no sabía lo que significa ni el sueño ni el descanso. Siempre estaba alegre y siempre ha tenido amor en su corazón para aceptar el dolor del pueblo. Recuerdo la Navidad de 1981 que salió a encontrarle, después de la vigilia de Navidad, charlabamos y me explicó qué cosa grande es el amor de Dios. Decía que el amor de Dios, habita en el hombre como un fuego. Me dijo: “Hace unos años, tanto ardía dentro de mí ese amor, que mis huesos se derretían como las velas. Incluso una vez cayó sobre mí tanta gracia que, mientras caminaba, me arrodillé y no podía seguir. Además, tenía miedo de alguna persona me ver y no saber lo que me pasó”. Ocho años más tarde, este gran amor, sin por supuesto abandonarlo, cambió en un gran dolor para el mundo. Desde entonces, parece que el anciano se dedicó, después de haber sido morada de Dios, a las personas doloridas.
Visitaban al padre Paisios personas de todas las clases. Educados y no educados, obispos y muchos profesores, personas de otras religiones e incluso todo tipo de personas. En general, los lugares donde habitaba eran inconsolables: la celda de la Santa Cruz era tan remota que recuerdo que donde alcanzaba nuestra vista, no veíamos otra celda de monjes. Desierto. Recuerdo que el anciano me decía: “Si usted escucha cualquier ruido en la noche, no tenga miedo. Son jabalíes y chacales”.
Es un hecho que toda la vida del anciano pasó por un montón de enfermedades. Y recuerdo que cuando tenía dolores de cabeza fuertes, ponía emplastos en la frente, para suprimir los dolores de cabeza. En ocasiones que nosotros éramos enfermos, nos decía: “Escucha mi padre, mi enfermedad me ha beneficiado más de mi salud”.
Y él, a pesar de su enfermedad, nunca descuidaba sus tareas. Es impresionante que continuaba su lucha hasta llegar a exhaustarse. Recuerdo cuando en el monasterio tuvimos la vigilia de la Navidad, que duró unas diez horas. El anciano tenía visitantes durante todo el día y no tuvo ningún descanso. Estaba de pie toda la noche en la vigilia. Yo estaba sentado a su lado y estaba esperando a ver cuando iba a sentarse. No se sentó toda la noche, estaba de pie. En un momento, me dijo: “No puedes ir un poco más allá? Tú eres policía!” Él entendió que yo estaba a su lado, para ver lo que iba hacer.
Su amor se manifiestaba infinitamente y ricamente a todos los que le visitaban, especialmente a las personas que sufrían y los niños pequeños. Recuerdo algo que he vivido fuertemente en el año 1982, cuando había llegado al Monte Athos un joven de Atenas, que era un joven contemporáneo, lleno de preocupaciones, enredado con muchas cosas difíciles, decepcionado por la vida y su alrededor, con ropa sucia- una situación que testificaba el desorden y la preocupación de este joven. Se fue al padre Paisios, hablaron y luego salió.
Después de dos o tres meses regresó y me dijo con lágrimas, lo siguiente. En Atenas, cuando tuvo unos infortunios y le entró la melancolía, la depresión, tomó su motocicleta para suicidarse. Decía corriendo: “No hay ningún en el mundo, nadie me quiere, no le interesa, mejor morir, acabar con mi vida”.
Venía de Atenas, marchando en la calle y tenía la intención de acabar con su vida. Mientras corría, de repente su motocicleta paró, sin sufrir nada. Al mismo tiempo, vio ante sí a padre Paisios, quien dijo: “Pare - no te hagas eso”. Cuando vio el rosto del anciano, recordó inmediatamente que él era el único hombre que realmente le amó y le expresó su amor. Paisios padre era un hombre muy demostrativo. Cuando le visitaban niños con problemas, les mostraba tanto amor al igual que un niño pequeño. Así que estos niños se consolaban. Luego, una vez me contó esta historia, Fui al Anciano y le pregunté: “¿Es verdad que esto ha sucedido?” Entonces me dijo: “No sé, pero lo que sé es que muchas veces cuando estoy rezando en mi celda, el Espíritu Santo me lleva a hospitales, casas de gente adolorida, de personas que están a punto de suicidarse, etc. Yo no hago nada más que rezar y encender velas”.
En su pequeña celda había siempre encendido velas frente a los iconos de los Santos. Era una celda austera, muy ascética, muy pobre, con iconos empotrados en la pared y velas encendidas.
Una vez cuando estaba enfermo en la Santa Cruz y le servía, entraba continuamente en su celda. Era una celda muy pequeña (2,50x2) y el anciano siempre ardía una estufa rusa empotrada en la pared, debido a que sufría por el frío. En un rincón estaba la cama, que era de madera, igual un ataúd, lleno de iconos y una gran “schema monástico” ruso por encima. En el otro rincón se encontraba bajo unos trapos, que supuestamente era su alfombra. Me engañaba y decía: “Esta alfombra es persa y me la enviaron de Bagdad.”
Era un trapo viejo, que fue utilizado para poner la silla de montar en la mula. Él tenía un pequeño taburete en el que se sentaba y rezaba, una madera que la ponía en las rodillas y escribía, un agujero que había bastante hojas y un par de lápices para leer.
Padre Paisios era muy pobre. No tenía nada. Muchas personas le dejaban dinero. Lo escondían, sólo para él descubrirlos más tarde. Pero el Anciano, cuando se encontraba el dinero, solía ponerlos en los libros o las revistas y lo daba. Era tan pobre , que me recuerdo una vez que me dijo que no tenía 500 dracmas para comprar pan. No tenía anafe , no tenía nada de batería de cocina. Tuvo una a dos latas de conservas y en ellas arrojaba té o hervía arroz. Tenía un bote pequeño, que se utilizaba raramente cuando tenía visitas que hospitalizaba. Entonces, como se decía, y arrojaba una cucharada de lentejas dentro para hacerlo cena oficial.
Comía alguna tomate o verduras, que tenía de su pequeño jardín. Cuando me quedaba con él, me decía cada dos días: “Vaya a comer en algún monasterio y volver”. En su celda sólo había té y tostadas. Nada más. De este hombre puedo decir que, lo que comemos en una comida, él se comía en dos semanas. Era realmente un hombre descarnado, un ángel terrenal y un hombre celestial. No era sólo que no comía casi nada, pero también no dormía casi nada...
Como un monje sin duda mantenía con precisión su programa de los santos servicios, de la vespertina, las completas, la medianoche, los maitines y de las horas. Más tarde, sustituía la mayor parte de estes servicios con el cordón de oración. Cada noche estaba haciendo vigilias. Descansaba un poco después del atardecer y también un poco antes del amanecer. Y esto me veía a mí mismo, cuando iba po ahí.
Yo voy a contar una experiencia personal que tuve, porque es un testimonio de la santidad de este hombre. Cuando me fui a él, en 1977, y me quedé varios días, pasó a ser la celebración de la Santa Cruz. Era la 13a de septiembre según el viejo calendario y me dije: “Vamos a hacer una vigilia esta noche y por la mañana llegará un sacerdote para celebrar la Eucaristía” (yo era entonces un diácono).
De hecho alojé allí y a partir de las cuatro de la tarde me dijo que teniamos comenzar con la vespertina diciendo la oración con el cordón. De hecho, rezamos por 1,30 a 2 horas con el cordón de oración. A las 6 horas me llamó. Me preparó un té, me mostró cómo hacer la vigilia con la cuerda de oración y me dijo que alrededor de la 1:30 de la mañana que me iba avisar para leer el servicio de la Santa Comunión y luego de nuevo nosotros continuaríamos hasta la mañana, cuando el sacerdote iba a llegar. Realmente traté de hacer todo lo que me dijo. Toda la noche escuchaba el anciano que rezaba y andaba de arriba para abajo suspirando. Fue una experiencia espantosa, porque allá en el desierto yo tenía miedo, pero el Anciano era como pilar firme y rezaba al lado.
Fuimos a la iglesia. La iglesia era alargada y tenía cinco iconos en el templo, pero solamente un escaño. Me puso en el escaño, él era a mi lado y comenzamos a leer el servicio de la Santa Comunión. Anciano le decía las letras “Gloria a ti nuestro Señor, gloria a ti” y después a los cantos la Virgen María “Santísima Madre de Dios sálvanos”. Cada vez que decía un verso, estaba haciendo una reverencia hasta el piso. Y yo al lado con la cera estaba viendo y leyendo el himno. Cuando llegamos al himno que dice: “María madre de Dios, la logia venerable del aroma”, y el anciano dijo: “Santísima Madre de Dios sálvanos”, de manera muy dolorosa, entonces, inmediatamente comencé a decir lo “Maria Madre de Dios”. Inmediatamente, sin embargo, cambiaron todas las cosas- No puedo entender lo que sucedió. De repente, se iluminó toda la celda y una cosa como un aire fino entró en la iglesia y la candela de la Virgen María comenzó se sacudir sola. Eran cinco candelas en la pantalla, sino sólo esta candela se sacudía constantemente. Me volví hacia el Anciano, él me vio y asintió para quedar en silencio. Él se inclinó, quedó doblado, y me quedé con lo vela en la mano, pero la vela no era necesaria porque todo fue iluminado- tenía luz abundante. Como si de repente amaneció. Esperé mucho tiempo, la candela se movía, la luz permaneció, el anciano no decía nada. Después de media hora empecé a leer por mí mismo, debido a que el anciano no hablaba. Yo estaba leyendo por mí mismo el servicio, hasta que llegué a la séptima plegaria de San Simeón. Allí así, de nuevo de una manera muy alegre, la lámpara dejó de moverse, la luz volvió a desaparecer y yo de nuevo necesité la vela para leer.
Cuando terminamos la Santa Comunión, le dije: “Anciano, que fue esto?” Él dijo: “¿Qué?” Me dije: “lo que sucedió en la Iglesia. Vi la candela de la Virgen María que sacudía y la celda se iluminó”. Me dijo: “¿Ha visto usted algo más?” Le contesté que no vi nada más. Quería decirles que en ese momento mi mente no estaba trabajando, ni pensaba en nada.
Yo no podía entender nada. Solamente veía estas cosas como un espectador. Me dijo: “Bueno mi hijo, lo que fue! ¿No sabes que la Virgen María aquí en el monte Athos, pasa por todos los monasterios, todas las celdas, para ver lo que hacemos? Pasó por aquí, vio a dos locos aquí y sacudió la vela para decirnos que pasó.” Y el anciano se echó a reír. Después de este evento, aquella noche, por sí mismo me contó varios incidentes de su vida -él estaba muy emocionado- y tal vez fue la causa que desde entonces hemos tenido una estrecha relación con el Anciano. Confiaba en mí muchas cosas acerca de él.
En realidad, yo puedo decir con confianza que el padre Paisios era un hombre que apoyaba al mundo entero con sus oraciones. Era un hombre igual a los grandes padres de nuestra Iglesia.
Uno puede hablar por horas y días para el Anciano Paisios. Los milagros que fueron realizados a través de su oración son tal vez innumerables. Les diré algo que ha ocurrido recientemente. Un padre que tenía un niño pequeño, fue alrededor de todo el Monte Athos para encontrar el monje que salvó su niño de la muerte. El niño estaba conduciendo una bicicleta una noche y tratando de girar en algún lugar, fue golpeado por un camión. El camión aplastaría el niño con sus ruedas, cuando apareció un monje, quien lo agarró, lo tiró en la acera y así el niño fue salvo. El pequeño vio al monje, pero no sabía quien era. Le contó a su padre lo que pasó y él se llevó al niño al monte Athos y pasaban por todas las celdas y los monasterios, para encontrar quien era este monje. Hasta que llegaron al padre Paisios y el niño le reconoció inmediatamente.
Además, otro hecho que sucedió antes de salir de Chipre. Un joven visitó al anciano y quería decirle que su esposa estaba enferma muy grave. El anciano tenía mucha gente, estaba cansado y les dijo: “Mis hijos no puedo más, ustedes tienen que salir, vayan al monasterio de Iviron”. Él se acercó y le dijo: “Quiero decirle algo”. El anciano le contestó : “Ve, mi hijo, vaya, vaya”. “Pero yo tengo algo serio que decirle anciano!” “Ve, hijo mío, no hay nada. Vaya y Dios va a ayudar”. Él insistió, pero el anciano le dijo: “Bueno, mi hijo vaya para llegar al monasterio antes de que cierre”. Entonces él se reveló el hecho: “Viejo, mi mujer está enferma! “Vaya y su esposa no tiene nada”. El hoven miró su reloj, a ver cuánto tiempo le quedaba para ir al Monasterio- fueron las 14:45. Se fue decepcionado porque no hizo nada. Cuando volvió a casa, su esposa, completamente bien, le narró lo siguiente: “De repente, mientras estaba sentada en la cama, me cogió un sudor frío ya partir de entonces estaba curada. Fui al médico y me encontró muy bien”. La preguntó: “¿A qué hora fue esto?” “Era viernes, a las 14:45” horas”. Es decir, a la hora que el anciano dijo: “Vaya y su esposa no tiene nada”.
Tales cosas son numerosas, que podemos decir. Pero no tienen tanta importancia las maravillas del Anciano, como su amor por Dios, su convicción y fe profunda de que era un verdadero hijo de la Iglesia Ortodoxa y la vida monástica. Creo que cualquier cosa que uno pueda decir, no se puede describir el Anciano. La palabra que siempre decía fue: “Αmar a Dios y luchar siempre con generosidad”. Decía que Cristo es oxígeno. No debemos hacerlo dióxido de carbono. Y por lo tanto siempre quería que todos los cristianos a tener coraje, estar llenos de alegría por el amor de Dios y nunca se decepcionar; porque, como él decía, el estrés y la decepción siempre son del diablo y nunca de Dios.
Anciano PAISIOS el ATONITA 1924-1994
PUBLICACIONES “AGIOTOKOS* CAPADOCIA”
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