SAN ANTONIO, ABAD
“Yo, vuestro hermano mayor, os doy aquello que la experiencia me ha enseñado.”
1. Un día que cayó en la acedia y veía todo oscuro dijo a Dios: “Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré? Poco después, cuando se levantaba para irse, vio Antonio a un hombre como él, trabajando sentado, que se levantaba de su trabajo para orar, y sentábase de nuevo a trenzar una cuerda, y se alzaba para orar, y era un ángel del Señor, enviado para corregir y consolar a Antonio. Y oyó al ángel que le decía: “Haz esto y serás salvo.” Al oir estas palabras sintió mucha alegría y fuerza, y obrando de esa manera se salvó.
2. Otro día interrogó al Señor, ¿ por qué, mueren algunos tras una vida corta y otros llegan a extrema vejez? ¿Por qué algunos son pobres y otros ricos? ¿Por qué los injustos se enriquecen y los justos pasan necesidad? Entonces vino hasta él una voz que le respondió: “Antonio, ocúpate en ti mismo; pues esos son los juicios de Dios, y nada te aprovecha saberlos.”
3. Uno le preguntó a abba Antonio: “Qué debo observar para agradar a Dios? El anziano le respondió diciendo: Guarda esto que te recomiendo: adonde quiera que vayas, lleva a Dios ante tus ojos; y cualquiera cosa que hagas, obra según el testimonio de las Sagradas Escrituras; y cualquiera que sea el lugar que habitas no lo abandones prontamente. Observa estas tres cosas y te salvarás.”
4. Dijo Antonio al Abba Poemén: “Este es el gran quehacer del hombre: reconocer su pecado en presencia de Dios y esperar la tentación hasta el último respiro.”
5. Otro día dijo: “Quien no ha sufrido la tentación no puede entrar en el Reino de los Cielos. En efecto, dijo, suprime las tentaciones y nadie se salvará.”
Poemén que significa “pastor” es una figura grande del monacatao de Scete. Se le atribuyen más de 200 sentencias. Reconoce su miseria que es la verdadera grandeza del hombre. “Aquel que ha visto su pecado, dice Isaac el sirio- es más grande que quien resucita muertos.”
La tentación acompaña al hombre como su sombra, incluso se le adelanta...esta es la vía de la salvación, la única: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman. (Sat 1, 12). La tentación conduce al hombre a la verdad de su ser, dándole la media exacta de su fragilidad; la tentación le fortalece probándole y le lleva a su madurez en Cristo.
Si somos mordidos por alguna serpiente, contemplemos a Crito clavado en la cruz, como los israelitas miraban la serpiente de bronce en el estantarte ( Núm 21, 8-9). Toda tentación tiene un sentido pascual: nos arranca de nuestra muerte y nos hace pasar a Él, el Viviente.
El gran peligro de la boca que venciéndola pemitirá decir con Poemén: “Por la gracia de Dios, desde que renuncié al mundo no me he tenido que arrepentir de palabra alguna que pronunciase.”
Pambo vivió en Nitria y se dice que no se le podía mirar el rostro a causa de la gloria que poseía...su cara brillaba como un relámpago.
6. Abba Pambo le preguntó: ¿Qué debo hacer? Le respondió el anciano: No confíes en tu justicia, ni te preocupes de las cosas del pasado, sino domina tu lengua y tu vientre.”
7. Dijo Antonio: “Vi las redes del enemigo extendidas sobre la tierra, y dije gimiendo: “ ¿Quién será capaz de sortear estos lazos? Y oí una voz que me decía: “La humildad.”
8. “Algunos han castigado su cuerpo con la ascesis, pero porque les faltó discernimiento, se alejaron de Dios.”
9. “La vida y la muerte dependen de nuestro prójimo. En efecto, si ganamos a nuestro hermano, ganamos a Dios...”
Dice Juan Colobos que no se puede construir una casa, trabajando de arriba hacia abajo, sino que hay que partir de los fundamentos para llegar hasta el tejado...El fundamento es nuestro prójimo al cual hay que ganar y hay que comenzar por ahí. Añade Juan Eunuco que “nuestro padre Antonio decía no haber preferido nunca su provecho personal a la edificación de un hermano.”
Nuestra relación con el otro es el único criterio incontestable de nuestra delección por Dios. Es sobre el amor al prójimo sobre el que el anacoreta, como todo hombre, será juzgado. Dice San Juan: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos...Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros; en nosotros su amor ha llegado a la perfección...Quien no ama a su hermano a quien ve, no amará a Dios a quien no ve.” ( 1 Jn 3, 14; 4 ,12 y 20).
El adagio de Abba Apolo: Cuando ves a tu hermano, ves a Dios.” Por su encarnación, Dios se ha hecho próximo a nosotros; es el buen samaritano, que se ha manifestado como el prójimo del hombre (Lc 10, 36 ); y es Él quien espera nuestro amor en todo hombre que encontramos.
Las 3 virtudes que deben ir a la par: Humildad, caridad y discernimiento. De qué sirve el amor ahí donde existe el orgullo? Un anciano, interrogado sobre la manera de “encontrar a Dios,” da esta respuesta: Les aseguro, muchos han macerado su cuerpo sin discernir y se han marchado sin poseer nada.
10. “Quien vive en la soledad del desierto está libre de tres combates: el del oído, la charlatanería y la vista...Su único combate es el de la fornicación.
11. Un día fueron a donde Antonio y le comunicaron las visiones que tenían pera ver si eran auténticas o de los demonios. Tenían un asno que se les murió por el camino. Cuando llegaron al anciano éste anticipándose les dijo: ¿Por qué murió el asnillo en camino? ¿Cómo lo sabes? Los demonios me lo han hecho ver.” Ellos le dijeron: Precisamente nosotros veníamos a preguntarte sobre esto, porque tenemos visiones que con frecuencia se revelan auténticas.” El anciano los convenció con el ejemplo del asno de que esas visiones procedían de los demonios.
12. Un cazador vio a abba Antonio que se recreaba en el desieroto con los hermanos y se escandalizó. El anziano le hizo ver la realidad con un hecho: Pon tu flecha en tu arco y ténsalo. Él así lo hizo. Le repitió: Ténsalo de nuevo...todavía más. El cazador respondió: Si tenso mi arco más de lo que resiste, lo romperé. El anciano le dijo: “Lo mismo ocurre con las cosas del Señor. Si aplicamos a los hermanos una medida superior a la que pueden soportar, pronto se quebrarán. Es necesario, pues, condescender de vez en cuando con sus necesidades. Al oír estas palabras el cazador se sintió lleno de compunción. Grandemente edificado por el anciano, se marchó. En cuanto a los hermanos volvieron a sus celdas fortificados.
13. Un hermano dijo a Abba Antonio: “Ruega por mí.” El Anciano le respondió: No tendré lástima de tí, ni Dios tampoco, si tú mismo no pones de tu parte y suplicas a Dios.”
14. Unos hermanos vinieron de Escete a ver al abad Antonio. Al tomar el barco para dirigirse allí encontraron a un anciano que también quería ir. Pero los hermanos no lo conocían. Sentados en el barco se entretenían hablando de las Escrituras, de los dichos de los Padres y de sus trabajos manuales. En cuanto al anciano, guardaba silencio. Cuando llegaron al puerto supieron que el anciano iba a ver al abad Antonio.
Cuando llegaron a donde estaba él, les dijo abba Antonio: “Han tenido en este anciano un buen compañero de viaje.” Y dirigiéndose al anciano: “Y tú habrás soportado junto a ti a unos buenos hermanos, Padre.”
El anciano respondió: “Sin duda son buenos, pero su casa no tiene puertas y cualquiera puede a su gusto entrar en el establo y desatar el asno.” Decía esto porque los hermanos decían cuanto les venía a la boca.
Pero hay espíritus malhumorados, siempre “escandalizados,” más preocupados de la observancia que del hombre; es a estos rigoristas a quienes se dirige esta lección de libertad espiritual. Es necesario dominar incluso la seriedad. La persona verdaderamente seria es delicada, transperante, luminosa.
El que quiere ser un verdadero monje se entrega a la soledad, está en ella como el pez en el agua. Ya hemos encontrado esta comparación en la Vida de Antonio. Sin embargo hay pequeñas variantes en la expresión: aquí se trata de retorno a la celda, no a la montaña y las cosas exteriores reciben nombre preciso: “la vigilancia.”
Duermo pero mi corazón vela, canta la esposa en al Cantar de los Cantares, (5, 2). La soledad ayuda al monje a entrar en sí mismo, a descrubrir ese lugar donde la gracia es ardiene –el lugar del corazón – y a permanecer allí. La celda es como el horno de Babilonia, donde los tres jóvenes encontraron al Hijo de Dios y como la columna de nube desde la que Dios habló a Moisés.
En la soledad las tentaciones procedentes del exterior, por el oído, la palabra y la vista, quedan reducidas al mínimo.
Antonio sabe que es difícil “dominar enteramente los deseos de mujer” y la soledad los exaspera pues el diablo toca en el teclado de la imaginación.
El Yermo (desierto) favorece la purificación del corazón, pues nos lanza a Dios que, únicamente, puede unificar nuestro ser íntimo y devolverle su transparencia virginal. Sobre todo, él “da agudeza” a la mirada interior; se puede contemplar allí su rostro “como en un espejo;” efectivamente, “quien vive en medio de los hombres, su propio ruido le impide ver sus faltas; pero cuando se rocoge, sobre todo en el desierto, entonces ve sus fallos.”
El monje se somete a este rudo aprendizaje, como los hebreos a su salida de Egipto. “Los hijos de Israel, cuando vivieron en tiendas, supieron cuan necesario es temer a Dios. Los barcos sacudidos por la tempestad en alta mar, están como inactivos, pero cuando llegan a puerto entonces hacen su carga. Así ocurre con el hombre: si no permanece en un único lugar, no puede recibir el conocimiento pleno de su verdad.
Por el contrario las visiones y los milagros no se requieren para la perfección, ni tampoco la interpretación de las Escrituras.
No pretender fenómenos extraordinarios
¿Se tienen visiones que parece verdaderas?...Pueden venir de los demonios que así nos incitan a la vanagloria, por tanto, hay que saber conservar la propia libertad respecto a los fenómenos insólitos, no apegarse a lo extraordinario. De lo contrario, uno se desvía de lo único necesario: la búsqueda de Dios, y se crea complicaciones inútiles.
Una virtud virtud necesaria
Hay una virtud que autentifica todas las demás: La paciencia. Si falta, el edificio espiritual amenaza ruina pese a su brillante fachada. La imagen empleada por Antonio recuerda la del Evangelio: “Desgraciados de ustedes, escribas y fariseos, que parecen sepulcros blanqueados: por fuera tienen hermosa apariencia, pero dentro están llenos de huesos y de podredumbre; igual vosotros, por fuera ofrecen a la vista de los hombres la aparencia de justicia, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad.” (Mt 23, 27-28).
La paciencia permite “soportar” la prueba: ella es la hermana de la humildad. Antonio poseía de igual modo la una y la otra: “él era pacientísimo y de ánimo humilde.” Sabiendo el precio de la dulzura que es señal de una grandísima fortaleza, ejercitaba en ella a los hermanos. Un día, llevó a Amonas fuera de su celda y, enseñándole una piedra, le dijo:
- “Injuria y pega a esta piedra.”-Habiéndolo hecho Amonas, le preguntó:
- ¿Habló la piedra? Y tras la respesta negativa, le predijo: -También tú alcanzarás esta medida.
En otra ocasión Macario el Grande vino a verle y le dijo su nombre: Antonio, cerrando la puerta, entró, dejándole fuera; después, viendo su paciencia la abrió y le recibió con alegría.
Así ese como se forma para el combate a los novicios en el desierto.
Un anciano en éxtasis, cuenta Juan Colobos, percibió una voz venida de la “otra orilla” de una dulzura infinita: “Tomad alas de fuego y venid aquí, hacia mí.” Esta llamada del Señor se dirige a todas las generaciones, como una invitación al fervor del Espíritu:
“Oh lenguaje puro del exilio! Lejana es la otra orilla donde el mensaje se iluminia.”
15. También dijo Antonio: “Dios no permite que esta generación sea tentada como lo era la de los antiguos, porque sabe que en la actualidad los hombres son débiles y no pueden sostener tales combates.”
16. En el desierto, tuvo el abad Antonio la siguientes revelación: “Hay en la ciudad alguien que se parece a ti: un médico que da lo superfluo a los pobres y cada día canta el trisagio con los ángeles.”
Este médico puede ser un auténtico contemplativo viviendo en el mundo, asumiendo en él la condición humana. La vida angélica no es privilegio de los monjes y éstos no puede valerse de su título para estimarse, con una fariseísmo más o menos consciente, superiores al común de los hombres. Seglares y religiosos están llamados a la misma perfección evangélica –la del amor que despoja a uno de sí mismo – y éste es un tema caro a los Padres del desierto, el del seglar más virtuoso que el monje. Verdad un poco olvidada, pero que el Concilio ha subrayado.
17. Dijo Antonio: “Llega un tiempo en que los hombres estarán locos y cuando encuentren a alguien que no lo esté, dirán: “Tú desatinas.” Y dirán esto porque no se les parece.”
18. Unos hermanos fueron a ver al abad Antonio y le preguntaron sobre la frase del Levítico. El anciano se retiró al desierto. El abad Ammonas, que conocía esta costumbre, le siguió a escondidas. El anciano muy alejado, se mantenía de pie orando, y gritó con fuerte voz: Oh Dios!, envía a Moisés y me explicará esta frase.” Una voz vino a hablar con él. El abad Ammonas dijo: “He oído la voz que hablaba con él, pero no he comprendido el sentido del discursos.
19. Tres Padres tenían por costumbre ir cada año a ver al abad Antonio. Los dos primeros le preguntaban a cerca del alma; pero el tercero permanecía todo el tiempo en silencio sin plantearle ninguna pregunta. Al cabo de un largo rato, el abad Antonio le dijo: “Hace mucho tiempo que tienes por costumbre venir aquí y nunca me preguntas nada.” Le respondió: Padre, me basta una cosa: verte.
A quien de veras sigue a su abba, “le basta con una cosa: verle”. El hombre del Espíritu está areviestido de la dignidad ontológica de un icono. Si hubo vírgenes, que “por haber visto solamente a Antonio, se consagraron a Dios, ¡qué beneficio debía aportar la presencia del santo a quien una larga costumbre lleva cada año junto a él!
El deber del abba o padre es el de curar, no condenar o justificar.
Se decía del abad Antonio que había llegado a ser pneumatóforo, pero que no quería hablar a causa de los hombres. En efecto, él reveló lo que acontecía en el mundo y también en el futuro.
Antonio no sólo fue favorecido con el don de profecía; fue dotado con la inteligencia de las Escrituras y el carisma de la paternidad espiritual. Los apotegmas trazan su retrato.
20. Cierto día el abad Antonio recibió una carta del Emperador Constantino invitándole a ir a Constantinopla. Él se preguntaba qué debía hacer. Dijo, pues el abad Pablo, su discípulo” ¿Debo partir? Este contestó: “Si vas se te llamará Antonio; si no vas, Abad Antonio.”
21. Dijo Abad Antonio: Ya no temo a Dios, sino que lo amo; pues, el amor arroja fuera el temor.
22. Dijo él mismo: “Ten siempre ante los ojos el temor de Dios. Acuérdate de Aquel que da la muerte y la vida. Odia al mundo y todo lo que hay en el mundo. Odia el reposo de la carne. Renuncia a esta vida a fin de vivir para Dios. Recuerda lo que has prometido a Dios, pues en el día del juicio te pedirá cuenta de ello. Soporta el hambre, la sed, la desnudez, las vigilias; permanece en la aflicción y en las lágrimas, gime en tu corazón. Prueba si eres digno de Dios. Desprecia la carne para salvar las almas.
23. El Abad Antonio dijo: “Quien trabaja un trozo de hierro piensa de antemano qué es lo que quiere hacer con él: una hoz, una espada, o un hacha. De la misma manera, nosotros debemos preguntarnos cuál es la virtud que deseamos alcanzar para no agotarnos en vano.
24. También dijo que la obediencia y la contienecia dan poder sobre las bestias salvajes.
25. Dijo: “Conozco monjes que después de haber soportado muchas penas, cayeron y llegaron hasta el orgullo del alma, porque habían puesto su esperanza en sus propias obras y echaron en olvido el precepto de aquel que dice: “Interroga a tu padre y él te instuirá.”
El temor de Dios
El mismo abba Antonio recomienda tenerlo siempre ante los ojos.
Es por el temor por el que “Pambo ha hecho habitar en sí mismo el Espíritu de Dios. Y Juan Colobos añade: “Cuando el Espíritu Santo baja al corazón de los hombres, éstos son renovados y brotan hojas en el temor de Dios.”(Abba Juan Colobos, 10 en Guy p. 122).
( Tomado de N. Devillier. “San Antonio el Grande, Padre de los monjes, y publica Monasterio de Las Huelgas: 09001 Burgoss (España). Ediciones fuera de comercio )
En esta forma de la vida monástica en el desierto, en perfecta soledad, o agrupados los monjes en torno a un padre espiritual, hay que situar la granda e impresionante figura del San Antonio.
En vida fue considerado como padre de los monjes y a su muerte se empezó a rendirle culto público como santo lo que sólo se hacía hasta ese momento a los mártires.
Existe una orden hospitalaria, de los antonianos, creada en Occidente en la Edad Media, para perpetuar a este santo.
Las Cartas de San Antonio
Es importante leer las célebres Cartas de San Antonio que se remontan al siglo IV. Trata de las enseñanzas a los novicios pero de una actualidad y sabiduría para cualquiera de sus lectores, como cuando iniste en la semajanza total entre el Hijo de Dios y nosotros, tanto en la miseria como en la restauración de nuestra naturaleza.
Desarolla una antropología cristológica a partir del Siervo de Yhavé (Fil 11, 6-11; Is 53,5).
Donde muestra como su esclavitud es nuestra libeertad, su locura nuestra sabiduría, su debilidad nuestra fuerza.
La Pascua del Hijo de Dios será la nuestra.
Señala los pasos de cómo el hombre inclinado por la misma naturaleza de concupicencia, de pecado, llegará por la ascesis hasta recobrar la naturaleza original.
El designio y la obra de Dios consisten en llevar al hombre a la condición primera, a la comunión original con El y con los demás hombres, hasta permitir recobrar la gloria de sus comienzos, el estado de la primera creación y revestir de nuevo el hábito que se quitó. Porque el hombre salió de esta naturaleza original, que estaba creada según la imagen perfecta del Padre, que es el Hijo, el logos, inmortal por esencia e incorruptible fundamentalmente buena, con toda rectitud y pureza sin parte alguna del diablo en nosotros, con el cuerpo en paz, sin ninguna moción, totalmente sometido a la atracción del corazón enseñado por el Espíritu, natural y sencillamente entregado a la búsqueda de Dios.
En esta quietud natural en que fue creado el hombre sobrevino una perturbación indebida. El pecado arrastró al hombre fuera y por debajo de las condiciones normales de su naturaleza.
El orgullo es la fuente de este nuevo destino que desvía toda la existencia del hombre. Este ha perdido la hermosa unidad primera, que hacía de él una naturaleza plenamente espiritual y, a imagen del Dios Uno, perfectamente unificada. Se han mezclado enfermedades a los miembros naturales del alma. Malos consejos o pensamientos-pasiones, que se han sembrado en nosotros y hemos llegado a ser totalmente vulnerables a las mociones que dormitaban en nuestra naturaleza y que ahora están excitadas desde fuera por la astucia del enemigo o por nuestro propio atolondramiento.
San Antonio también trata en esta cartas de Las maquinaciones del diablo. Porque entre el hombre y su verdadera naturaleza espiritual que ha de reencontrar, se han deslizado seres, particularmente sutiles, ya que tienen la misma naturaleza espiritual que él, pérfidos y peligrosos, porque están envidiosos de la restauración que se le ofrece: los diablos. Están por todas partes en los aires. La materia del mundo visible es el dominio donde ejercen su poder. Pueden adueñarse de los corazones y servirse de los cuerpos como si les pertenecieran en propiedad.
Un monje y un cristiano que de verdad quiera volver a la santidad primera encuentra en estas cartas algo impresionante que por su antiguedad y claridad que animan a vivirlas.
( San Antonio, cartas, introducción del P. André LOUF, o.c.r. Monasterio de Las Huelgas.Burgos, España en una publicación fuera de comercio en librerías. Se consigue allí mismo )
Nació al sur de la llanura del Egipto medio hacia el año 251 en Quemán o Coma, hoy Kiman –el- Arús y es considerado como el padre del monacato. Impresiona grandemente por la sencillez y generosidad de su vocación. Quedó huérfano de padre y madre a los 20 años y un día estando en la Iglesia, oyó las palabras que fue la llamada de Dios: “Si quieres ser perfecto, ven, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ¡ven y sígueme!” (Mt 19, 21). Su conversión fue inmediata. Confía la educación de su hermana a una casa de vírgenes y sigue al Señor: “No te preocupes por el día de mañana.” (Mt 6, 34).
Se dedica, como dice San Atanasio en la biografía, al trabajo manual, a la oración continua y a la lectura de la Biblia. Sigue a monjes experimentados. En el año 290 se adentra en el desierto y comienza su lucha contra el demonio. Allí vivió durante 15 años hasta que empieza su obra más fecunda con numerosos discípulos que lo siguen y muchísima gente que lo busca hasta tener que huír al desierto cerca al mar Rojo, donde vive hasta su muerte, hacia el año 356 por lo que se cree vió 105 años dejando grandes enseñanzas.
APOTEGMAS DE SAN ANTONIO
“Yo, vuestro hermano mayor, os doy aquello que la experiencia me ha enseñado.”
1. Un día que cayó en la acedia y veía todo oscuro dijo a Dios: “Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré? Poco después, cuando se levantaba para irse, vio Antonio a un hombre como él, trabajando sentado, que se levantaba de su trabajo para orar, y sentábase de nuevo a trenzar una cuerda, y se alzaba para orar, y era un ángel del Señor, enviado para corregir y consolar a Antonio. Y oyó al ángel que le decía: “Haz esto y serás salvo.” Al oir estas palabras sintió mucha alegría y fuerza, y obrando de esa manera se salvó.
2. Otro día interrogó al Señor, ¿ por qué, mueren algunos tras una vida corta y otros llegan a extrema vejez? ¿Por qué algunos son pobres y otros ricos? ¿Por qué los injustos se enriquecen y los justos pasan necesidad? Entonces vino hasta él una voz que le respondió: “Antonio, ocúpate en ti mismo; pues esos son los juicios de Dios, y nada te aprovecha saberlos.”
3. Uno le preguntó a abba Antonio: “Qué debo observar para agradar a Dios? El anziano le respondió diciendo: Guarda esto que te recomiendo: adonde quiera que vayas, lleva a Dios ante tus ojos; y cualquiera cosa que hagas, obra según el testimonio de las Sagradas Escrituras; y cualquiera que sea el lugar que habitas no lo abandones prontamente. Observa estas tres cosas y te salvarás.”
4. Dijo Antonio al Abba Poemén: “Este es el gran quehacer del hombre: reconocer su pecado en presencia de Dios y esperar la tentación hasta el último respiro.”
5. Otro día dijo: “Quien no ha sufrido la tentación no puede entrar en el Reino de los Cielos. En efecto, dijo, suprime las tentaciones y nadie se salvará.”
Poemén que significa “pastor” es una figura grande del monacatao de Scete. Se le atribuyen más de 200 sentencias. Reconoce su miseria que es la verdadera grandeza del hombre. “Aquel que ha visto su pecado, dice Isaac el sirio- es más grande que quien resucita muertos.”
La tentación acompaña al hombre como su sombra, incluso se le adelanta...esta es la vía de la salvación, la única: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman. (Sat 1, 12). La tentación conduce al hombre a la verdad de su ser, dándole la media exacta de su fragilidad; la tentación le fortalece probándole y le lleva a su madurez en Cristo.
Si somos mordidos por alguna serpiente, contemplemos a Crito clavado en la cruz, como los israelitas miraban la serpiente de bronce en el estantarte ( Núm 21, 8-9). Toda tentación tiene un sentido pascual: nos arranca de nuestra muerte y nos hace pasar a Él, el Viviente.
El gran peligro de la boca que venciéndola pemitirá decir con Poemén: “Por la gracia de Dios, desde que renuncié al mundo no me he tenido que arrepentir de palabra alguna que pronunciase.”
Pambo vivió en Nitria y se dice que no se le podía mirar el rostro a causa de la gloria que poseía...su cara brillaba como un relámpago.
6. Abba Pambo le preguntó: ¿Qué debo hacer? Le respondió el anciano: No confíes en tu justicia, ni te preocupes de las cosas del pasado, sino domina tu lengua y tu vientre.”
7. Dijo Antonio: “Vi las redes del enemigo extendidas sobre la tierra, y dije gimiendo: “ ¿Quién será capaz de sortear estos lazos? Y oí una voz que me decía: “La humildad.”
8. “Algunos han castigado su cuerpo con la ascesis, pero porque les faltó discernimiento, se alejaron de Dios.”
9. “La vida y la muerte dependen de nuestro prójimo. En efecto, si ganamos a nuestro hermano, ganamos a Dios...”
Dice Juan Colobos que no se puede construir una casa, trabajando de arriba hacia abajo, sino que hay que partir de los fundamentos para llegar hasta el tejado...El fundamento es nuestro prójimo al cual hay que ganar y hay que comenzar por ahí. Añade Juan Eunuco que “nuestro padre Antonio decía no haber preferido nunca su provecho personal a la edificación de un hermano.”
Nuestra relación con el otro es el único criterio incontestable de nuestra delección por Dios. Es sobre el amor al prójimo sobre el que el anacoreta, como todo hombre, será juzgado. Dice San Juan: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos...Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros; en nosotros su amor ha llegado a la perfección...Quien no ama a su hermano a quien ve, no amará a Dios a quien no ve.” ( 1 Jn 3, 14; 4 ,12 y 20).
El adagio de Abba Apolo: Cuando ves a tu hermano, ves a Dios.” Por su encarnación, Dios se ha hecho próximo a nosotros; es el buen samaritano, que se ha manifestado como el prójimo del hombre (Lc 10, 36 ); y es Él quien espera nuestro amor en todo hombre que encontramos.
Las 3 virtudes que deben ir a la par: Humildad, caridad y discernimiento. De qué sirve el amor ahí donde existe el orgullo? Un anciano, interrogado sobre la manera de “encontrar a Dios,” da esta respuesta: Les aseguro, muchos han macerado su cuerpo sin discernir y se han marchado sin poseer nada.
10. “Quien vive en la soledad del desierto está libre de tres combates: el del oído, la charlatanería y la vista...Su único combate es el de la fornicación.
11. Un día fueron a donde Antonio y le comunicaron las visiones que tenían pera ver si eran auténticas o de los demonios. Tenían un asno que se les murió por el camino. Cuando llegaron al anciano éste anticipándose les dijo: ¿Por qué murió el asnillo en camino? ¿Cómo lo sabes? Los demonios me lo han hecho ver.” Ellos le dijeron: Precisamente nosotros veníamos a preguntarte sobre esto, porque tenemos visiones que con frecuencia se revelan auténticas.” El anciano los convenció con el ejemplo del asno de que esas visiones procedían de los demonios.
12. Un cazador vio a abba Antonio que se recreaba en el desieroto con los hermanos y se escandalizó. El anziano le hizo ver la realidad con un hecho: Pon tu flecha en tu arco y ténsalo. Él así lo hizo. Le repitió: Ténsalo de nuevo...todavía más. El cazador respondió: Si tenso mi arco más de lo que resiste, lo romperé. El anciano le dijo: “Lo mismo ocurre con las cosas del Señor. Si aplicamos a los hermanos una medida superior a la que pueden soportar, pronto se quebrarán. Es necesario, pues, condescender de vez en cuando con sus necesidades. Al oír estas palabras el cazador se sintió lleno de compunción. Grandemente edificado por el anciano, se marchó. En cuanto a los hermanos volvieron a sus celdas fortificados.
13. Un hermano dijo a Abba Antonio: “Ruega por mí.” El Anciano le respondió: No tendré lástima de tí, ni Dios tampoco, si tú mismo no pones de tu parte y suplicas a Dios.”
14. Unos hermanos vinieron de Escete a ver al abad Antonio. Al tomar el barco para dirigirse allí encontraron a un anciano que también quería ir. Pero los hermanos no lo conocían. Sentados en el barco se entretenían hablando de las Escrituras, de los dichos de los Padres y de sus trabajos manuales. En cuanto al anciano, guardaba silencio. Cuando llegaron al puerto supieron que el anciano iba a ver al abad Antonio.
Cuando llegaron a donde estaba él, les dijo abba Antonio: “Han tenido en este anciano un buen compañero de viaje.” Y dirigiéndose al anciano: “Y tú habrás soportado junto a ti a unos buenos hermanos, Padre.”
El anciano respondió: “Sin duda son buenos, pero su casa no tiene puertas y cualquiera puede a su gusto entrar en el establo y desatar el asno.” Decía esto porque los hermanos decían cuanto les venía a la boca.
Pero hay espíritus malhumorados, siempre “escandalizados,” más preocupados de la observancia que del hombre; es a estos rigoristas a quienes se dirige esta lección de libertad espiritual. Es necesario dominar incluso la seriedad. La persona verdaderamente seria es delicada, transperante, luminosa.
El que quiere ser un verdadero monje se entrega a la soledad, está en ella como el pez en el agua. Ya hemos encontrado esta comparación en la Vida de Antonio. Sin embargo hay pequeñas variantes en la expresión: aquí se trata de retorno a la celda, no a la montaña y las cosas exteriores reciben nombre preciso: “la vigilancia.”
Duermo pero mi corazón vela, canta la esposa en al Cantar de los Cantares, (5, 2). La soledad ayuda al monje a entrar en sí mismo, a descrubrir ese lugar donde la gracia es ardiene –el lugar del corazón – y a permanecer allí. La celda es como el horno de Babilonia, donde los tres jóvenes encontraron al Hijo de Dios y como la columna de nube desde la que Dios habló a Moisés.
En la soledad las tentaciones procedentes del exterior, por el oído, la palabra y la vista, quedan reducidas al mínimo.
Antonio sabe que es difícil “dominar enteramente los deseos de mujer” y la soledad los exaspera pues el diablo toca en el teclado de la imaginación.
El Yermo (desierto) favorece la purificación del corazón, pues nos lanza a Dios que, únicamente, puede unificar nuestro ser íntimo y devolverle su transparencia virginal. Sobre todo, él “da agudeza” a la mirada interior; se puede contemplar allí su rostro “como en un espejo;” efectivamente, “quien vive en medio de los hombres, su propio ruido le impide ver sus faltas; pero cuando se rocoge, sobre todo en el desierto, entonces ve sus fallos.”
El monje se somete a este rudo aprendizaje, como los hebreos a su salida de Egipto. “Los hijos de Israel, cuando vivieron en tiendas, supieron cuan necesario es temer a Dios. Los barcos sacudidos por la tempestad en alta mar, están como inactivos, pero cuando llegan a puerto entonces hacen su carga. Así ocurre con el hombre: si no permanece en un único lugar, no puede recibir el conocimiento pleno de su verdad.
Por el contrario las visiones y los milagros no se requieren para la perfección, ni tampoco la interpretación de las Escrituras.
No pretender fenómenos extraordinarios
¿Se tienen visiones que parece verdaderas?...Pueden venir de los demonios que así nos incitan a la vanagloria, por tanto, hay que saber conservar la propia libertad respecto a los fenómenos insólitos, no apegarse a lo extraordinario. De lo contrario, uno se desvía de lo único necesario: la búsqueda de Dios, y se crea complicaciones inútiles.
Una virtud virtud necesaria
Hay una virtud que autentifica todas las demás: La paciencia. Si falta, el edificio espiritual amenaza ruina pese a su brillante fachada. La imagen empleada por Antonio recuerda la del Evangelio: “Desgraciados de ustedes, escribas y fariseos, que parecen sepulcros blanqueados: por fuera tienen hermosa apariencia, pero dentro están llenos de huesos y de podredumbre; igual vosotros, por fuera ofrecen a la vista de los hombres la aparencia de justicia, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad.” (Mt 23, 27-28).
La paciencia permite “soportar” la prueba: ella es la hermana de la humildad. Antonio poseía de igual modo la una y la otra: “él era pacientísimo y de ánimo humilde.” Sabiendo el precio de la dulzura que es señal de una grandísima fortaleza, ejercitaba en ella a los hermanos. Un día, llevó a Amonas fuera de su celda y, enseñándole una piedra, le dijo:
- “Injuria y pega a esta piedra.”-Habiéndolo hecho Amonas, le preguntó:
- ¿Habló la piedra? Y tras la respesta negativa, le predijo: -También tú alcanzarás esta medida.
En otra ocasión Macario el Grande vino a verle y le dijo su nombre: Antonio, cerrando la puerta, entró, dejándole fuera; después, viendo su paciencia la abrió y le recibió con alegría.
Así ese como se forma para el combate a los novicios en el desierto.
Un anciano en éxtasis, cuenta Juan Colobos, percibió una voz venida de la “otra orilla” de una dulzura infinita: “Tomad alas de fuego y venid aquí, hacia mí.” Esta llamada del Señor se dirige a todas las generaciones, como una invitación al fervor del Espíritu:
“Oh lenguaje puro del exilio! Lejana es la otra orilla donde el mensaje se iluminia.”
15. También dijo Antonio: “Dios no permite que esta generación sea tentada como lo era la de los antiguos, porque sabe que en la actualidad los hombres son débiles y no pueden sostener tales combates.”
16. En el desierto, tuvo el abad Antonio la siguientes revelación: “Hay en la ciudad alguien que se parece a ti: un médico que da lo superfluo a los pobres y cada día canta el trisagio con los ángeles.”
Este médico puede ser un auténtico contemplativo viviendo en el mundo, asumiendo en él la condición humana. La vida angélica no es privilegio de los monjes y éstos no puede valerse de su título para estimarse, con una fariseísmo más o menos consciente, superiores al común de los hombres. Seglares y religiosos están llamados a la misma perfección evangélica –la del amor que despoja a uno de sí mismo – y éste es un tema caro a los Padres del desierto, el del seglar más virtuoso que el monje. Verdad un poco olvidada, pero que el Concilio ha subrayado.
17. Dijo Antonio: “Llega un tiempo en que los hombres estarán locos y cuando encuentren a alguien que no lo esté, dirán: “Tú desatinas.” Y dirán esto porque no se les parece.”
18. Unos hermanos fueron a ver al abad Antonio y le preguntaron sobre la frase del Levítico. El anciano se retiró al desierto. El abad Ammonas, que conocía esta costumbre, le siguió a escondidas. El anciano muy alejado, se mantenía de pie orando, y gritó con fuerte voz: Oh Dios!, envía a Moisés y me explicará esta frase.” Una voz vino a hablar con él. El abad Ammonas dijo: “He oído la voz que hablaba con él, pero no he comprendido el sentido del discursos.
19. Tres Padres tenían por costumbre ir cada año a ver al abad Antonio. Los dos primeros le preguntaban a cerca del alma; pero el tercero permanecía todo el tiempo en silencio sin plantearle ninguna pregunta. Al cabo de un largo rato, el abad Antonio le dijo: “Hace mucho tiempo que tienes por costumbre venir aquí y nunca me preguntas nada.” Le respondió: Padre, me basta una cosa: verte.
A quien de veras sigue a su abba, “le basta con una cosa: verle”. El hombre del Espíritu está areviestido de la dignidad ontológica de un icono. Si hubo vírgenes, que “por haber visto solamente a Antonio, se consagraron a Dios, ¡qué beneficio debía aportar la presencia del santo a quien una larga costumbre lleva cada año junto a él!
El deber del abba o padre es el de curar, no condenar o justificar.
Se decía del abad Antonio que había llegado a ser pneumatóforo, pero que no quería hablar a causa de los hombres. En efecto, él reveló lo que acontecía en el mundo y también en el futuro.
Antonio no sólo fue favorecido con el don de profecía; fue dotado con la inteligencia de las Escrituras y el carisma de la paternidad espiritual. Los apotegmas trazan su retrato.
20. Cierto día el abad Antonio recibió una carta del Emperador Constantino invitándole a ir a Constantinopla. Él se preguntaba qué debía hacer. Dijo, pues el abad Pablo, su discípulo” ¿Debo partir? Este contestó: “Si vas se te llamará Antonio; si no vas, Abad Antonio.”
21. Dijo Abad Antonio: Ya no temo a Dios, sino que lo amo; pues, el amor arroja fuera el temor.
22. Dijo él mismo: “Ten siempre ante los ojos el temor de Dios. Acuérdate de Aquel que da la muerte y la vida. Odia al mundo y todo lo que hay en el mundo. Odia el reposo de la carne. Renuncia a esta vida a fin de vivir para Dios. Recuerda lo que has prometido a Dios, pues en el día del juicio te pedirá cuenta de ello. Soporta el hambre, la sed, la desnudez, las vigilias; permanece en la aflicción y en las lágrimas, gime en tu corazón. Prueba si eres digno de Dios. Desprecia la carne para salvar las almas.
23. El Abad Antonio dijo: “Quien trabaja un trozo de hierro piensa de antemano qué es lo que quiere hacer con él: una hoz, una espada, o un hacha. De la misma manera, nosotros debemos preguntarnos cuál es la virtud que deseamos alcanzar para no agotarnos en vano.
24. También dijo que la obediencia y la contienecia dan poder sobre las bestias salvajes.
25. Dijo: “Conozco monjes que después de haber soportado muchas penas, cayeron y llegaron hasta el orgullo del alma, porque habían puesto su esperanza en sus propias obras y echaron en olvido el precepto de aquel que dice: “Interroga a tu padre y él te instuirá.”
El temor de Dios
El mismo abba Antonio recomienda tenerlo siempre ante los ojos.
Es por el temor por el que “Pambo ha hecho habitar en sí mismo el Espíritu de Dios. Y Juan Colobos añade: “Cuando el Espíritu Santo baja al corazón de los hombres, éstos son renovados y brotan hojas en el temor de Dios.”(Abba Juan Colobos, 10 en Guy p. 122).
( Tomado de N. Devillier. “San Antonio el Grande, Padre de los monjes, y publica Monasterio de Las Huelgas: 09001 Burgoss (España). Ediciones fuera de comercio )
En esta forma de la vida monástica en el desierto, en perfecta soledad, o agrupados los monjes en torno a un padre espiritual, hay que situar la granda e impresionante figura del San Antonio.
En vida fue considerado como padre de los monjes y a su muerte se empezó a rendirle culto público como santo lo que sólo se hacía hasta ese momento a los mártires.
Existe una orden hospitalaria, de los antonianos, creada en Occidente en la Edad Media, para perpetuar a este santo.
Las Cartas de San Antonio
Es importante leer las célebres Cartas de San Antonio que se remontan al siglo IV. Trata de las enseñanzas a los novicios pero de una actualidad y sabiduría para cualquiera de sus lectores, como cuando iniste en la semajanza total entre el Hijo de Dios y nosotros, tanto en la miseria como en la restauración de nuestra naturaleza.
Desarolla una antropología cristológica a partir del Siervo de Yhavé (Fil 11, 6-11; Is 53,5).
Donde muestra como su esclavitud es nuestra libeertad, su locura nuestra sabiduría, su debilidad nuestra fuerza.
La Pascua del Hijo de Dios será la nuestra.
Señala los pasos de cómo el hombre inclinado por la misma naturaleza de concupicencia, de pecado, llegará por la ascesis hasta recobrar la naturaleza original.
El designio y la obra de Dios consisten en llevar al hombre a la condición primera, a la comunión original con El y con los demás hombres, hasta permitir recobrar la gloria de sus comienzos, el estado de la primera creación y revestir de nuevo el hábito que se quitó. Porque el hombre salió de esta naturaleza original, que estaba creada según la imagen perfecta del Padre, que es el Hijo, el logos, inmortal por esencia e incorruptible fundamentalmente buena, con toda rectitud y pureza sin parte alguna del diablo en nosotros, con el cuerpo en paz, sin ninguna moción, totalmente sometido a la atracción del corazón enseñado por el Espíritu, natural y sencillamente entregado a la búsqueda de Dios.
En esta quietud natural en que fue creado el hombre sobrevino una perturbación indebida. El pecado arrastró al hombre fuera y por debajo de las condiciones normales de su naturaleza.
El orgullo es la fuente de este nuevo destino que desvía toda la existencia del hombre. Este ha perdido la hermosa unidad primera, que hacía de él una naturaleza plenamente espiritual y, a imagen del Dios Uno, perfectamente unificada. Se han mezclado enfermedades a los miembros naturales del alma. Malos consejos o pensamientos-pasiones, que se han sembrado en nosotros y hemos llegado a ser totalmente vulnerables a las mociones que dormitaban en nuestra naturaleza y que ahora están excitadas desde fuera por la astucia del enemigo o por nuestro propio atolondramiento.
San Antonio también trata en esta cartas de Las maquinaciones del diablo. Porque entre el hombre y su verdadera naturaleza espiritual que ha de reencontrar, se han deslizado seres, particularmente sutiles, ya que tienen la misma naturaleza espiritual que él, pérfidos y peligrosos, porque están envidiosos de la restauración que se le ofrece: los diablos. Están por todas partes en los aires. La materia del mundo visible es el dominio donde ejercen su poder. Pueden adueñarse de los corazones y servirse de los cuerpos como si les pertenecieran en propiedad.
Un monje y un cristiano que de verdad quiera volver a la santidad primera encuentra en estas cartas algo impresionante que por su antiguedad y claridad que animan a vivirlas.
( San Antonio, cartas, introducción del P. André LOUF, o.c.r. Monasterio de Las Huelgas.Burgos, España en una publicación fuera de comercio en librerías. Se consigue allí mismo )
http://parrhesiamonastica.blogspot.com/