A. Espíritu en alma y cuerpo[1]
[1] En este punto somos deudores de la estupenda síntesis de J. Driscoll, ob. cit., pp. 5 ss.
A. Comparación entre algunas de las principales tesis “teológicas” de Evagrio (espíritu en alma y cuerpo) y la formulación actual de ellas
Evagrio (siglo IV)
1. Creación y pecado: La primera[1], “original”, creación de Dios fue de seres espirituales, racionales los cuales fueron creados para conocer, contemplar, a Dios en su unidad esencial. Este conocimiento es llamado por Evagrio, conocimiento esencial. Estos seres espirituales fueron creados iguales entre sí en su conocimiento de Dios y en su unidad con Él.
Pero el uso errado de la libertad introdujo diferencias en la anterior condición de igualdad de los seres espirituales. Es más, provocó la “desintegración”[2] de lo que originalmente fue creado como “puro espíritu”; y por eso éste devino un alma que fue unida a un cuerpo.
A pesar de lo terrible de esa “desintegración”, sin embargo, la providencia actuó en forma tal que el cuerpo, el alma y el espíritu podrían volver a ser una unidad. Por eso Dios proveyó el alma racional como una extensión del espíritu caído, uniendo asimismo las partes inferiores de aquella a un cuerpo.
El alma unida al cuerpo fue establecida en un “mundo” acorde con el grado de su caída del conocimiento esencial. Esta asignación de un cuerpo y un “mundo” al espíritu caído es llamada “el juicio”; mientras que todo el hecho, que tiene como meta la reintegración del espíritu a su primigenio estado, es denominado “juicio”.
Así surgieron los cuerpos y los “mundos” de los ángeles, los seres humanos y los demonios
2. Las tres partes del alma: La división tripartita del alma, de origen platónico, es la base de la antropología evagriana.
Las tres partes son: la racional (logistikón), la irascible (thymikón) y concupiscible (epithymetikón).
El cometido del monje es concebido como una batalla para establecer la virtud en cada una de esas partes. Hay virtudes que deben radicarse en cada parte, y vicios específicos que las turban.
La parte racional del alma es la más “noble”, pues es una suerte de “extensión directa” del espíritu caído. Mientras que las otras dos son las que permiten la unión del alma racional al cuerpo.
Purificando el cuerpo y, sobre todo, la parte del alma turbada por las pasiones, el alma racional podrá llegar a unirse nuevamente al conocimiento esencial.
Catecismo de la Iglesia Católica (1992)
368 La tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de lo más profundo del ser (Jr 31, 33), donde la persona se decide o no por Dios (cf Dt 6, 5; 29, 3; Is 29, 13; Ez 36, 26; Mt 6, 21; Lc 8, 15; Rm 5, 5).
El libro del “Génesis”
289 Entre todas las palabras de la Sagrada Escritura sobre la creación, los tres primeros capítulos del Génesis ocupan un lugar único. Desde el punto de vista literario, estos textos pueden tener diversas fuentes. Los autores inspirados los han colocado al comienzo de la Escritura de suerte que expresan, en su lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la salvación. Leídas a la luz de Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente principal para la catequesis de los Misterios del comienzo: creación, caída, promesa de la salvación.
El pecado
387 La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.
390 El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf GS 13, 1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf Cc. de Trento: DS 1513; Pío XII: DS 3897; Pablo VI, discurso 11 julio 1966).
Los demonios
391 Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf Gn 3, 1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf Sb 2, 24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf Jn 8, 44; Ap 12, 9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos, Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 800).
393 Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte (S. Juan Damasceno, f.o. 2, 4: PG 94, 877C).
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama homicida desde el principio (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf Mt 4, 1-11). El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo (1 Jn 3, 8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.
395 Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm 8, 28).
El pecado del hombre
397 El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf Gn 3, 1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf Rm 5, 19). En adelante, todo pecado se una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, creado en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente divinizado por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso ser como Dios (cf Gn 3, 5), pero sin Dios, antes que Dios y no según Dios (S. Máximo Confesor, ambig.).
[1] Siguiendo una sugerencia de G. Bunge, se propone no entender “primera” en un sentido espacio-temporal, sino metafísico u ontológico (el ser en cuanto ser, en toda su generalidad).
[2] En el sentido que la presente condición no representa la perfecta manifestación de las intenciones de Dios respecto de la creación.