La oración:
una mirada
de amor
Página
extraída del libro
ORAR CON
LAS ORACIONES
DE
LOS SANTOS
Laureano J. Benítez
Grande-Caballero
Editorial Desclée de
Brouwer, 2009
(para pedidos de la obra,
pulse aquí)
Otras obras del autor en : http://www.laureanobenitez.com
INTRODUCCIÓN DEL LIBRO
Siempre se ha definido la oración como un "hablar
con Dios". El uso de la palabra supone utilizar pensamientos y emociones, la
creación de ondas mentales, aunque sean de naturaleza elevada. Esta vía
devocional es particularmente empleada en las religiones teístas que consideran
a Dios bajo forma personal. El abandono del ego al que lleva la sumisión a Dios,
sin embargo, hace que sus efectos sean los mismos que los del silencio mental de
la meditación, en lo que se refiere a su eficacia para la liberación.
«La
indagación del Yo disuelve al ego buscándolo y hallándolo como inexistente,
mientras que la devoción lo somete; por tanto, llegan a la misma meta libre del
ego, que es todo lo que se requiere. La sumisión verdadera es el amor a Dios por
el amor mismo, y nos lleva a renunciar a todo sentido de “yo” y “ mío”, diciendo
todo el tiempo: “No yo, sino Tú, oh Señor”» (Ramana
Maharshi)
Los místicos con frecuencia exponen su punto de vista
sobre la metodología del itinerario hacia Dios, especialmente del camino
interior de la oración, sistematizándola en clases, analizando sus distintas
fases, explicando distintas técnicas... Las coincidencias son también bastante
notables a este respecto.
En lo que
respecta al «camino interior», la «vía mística» se subdivide en tres etapas,
básicamente coincidentes en todas las tradiciones, a pesar de la distinta
terminología empleada para nombrarlas. Son las tres fases «clásicas» de la
mística cristiana: vía purgativa, vía iluminativa, vía unitiva. La divergencia
fundamental estriba en el método: mientras que la mística oriental se basa en la
meditación, entendida como una actividad espiritual que busca el silenciamiento
mental a través de un método preciso, de una disciplina sistematizada (sádhana
en la terminología hindú), la occidental se focaliza en la oración, que usa la
apoyatura de las palabras, al menos en sus primeras etapas.
Los tratadistas
cristianos que se ocupan del tema suelen distinguir varias clases de oración:
oración vocal, que se repite con los labios; oración mental, que consiste en una meditación reflexiva
sobre el contenido del texto con el que se pretende orar; oración del corazón, que es la que provoca sentimientos
hacia Dios, «inflamando» nuestra afectividad; oración
espiritual o «contemplación pura», que nos lleva a una experiencia íntima
de Dios, silenciando las facultades humanas, poniéndonos en la pura y desnuda
presencia de Dios, en la noche oscura de la fe, dirigiendo una «pura mirada de
amor» a esa «nube del no saber» en la que el alma anonadada entra en comunión
con Dios.
Realmente, más que clases distintas de oración, se trata de etapas
sucesivas, graduadas desde la más sencilla hasta la más profunda, etapas que se
atraviesan en todo proceso de oración. Santa Teresa habla de cuatro grados:
meditación, contemplación imperfecta, oración de alabanza unitiva, y
contemplación perfecta.
Nace aquí una
diferencia importante entre oración y contemplación: en la oración hay un
esfuerzo personal, un uso de las facultades humanas, una actividad de la mente,
una apoyatura en palabras, imaginaciones y conceptos; en la contemplación, sólo
queda una «pura mirada de amor» (san Buenaventura de Bagnoreggio), una «atención
amorosa a Dios» (san Juan de la Cruz), un «encuentro con el Esposo» (santa
Teresa de Jesús). Es un paso superior a la oración, una profundización de ella,
en la que se produce la fase «unitiva» de la mística cristiana.
Etimológicamente,
el término «contemplación» significa observar el cielo. Su origen proviene de la
antigüedad, cuando el vaticinador contemplaba un espacio circunscrito del cielo
para hacer sus predicciones, espacio que en origen era la parte superior del
templo. Por consiguiente, «contemplar» tenía originariamente un significado
cósmico: el hombre no es sólo ministro de la divinidad, sino que forma parte
integrante del templo (cum-templo), se une al Dios del cual revive el
misterio. Sucesivamente, el término asume una connotación cada vez más acentuada
de comunión con la divinidad y el universo, y de ahí su utilización por la
mística, especialmente la cristiana.
Para llegar a esa
comunión, los místicos cristianos preconizan diversos métodos, de los cuales el
más «clásico» es el método benedictino, que consta de cuatro fases: lectio (lectura pausada del texto, dejándose
penetrar por su contenido); meditatio
(reflexión intelectual sobre los contenidos del texto, especialmente
de aquellas palabras o frases que más parezcan interpelarnos); oratio (partiendo de los conocimientos y vivencias
adquiridos en la meditación, el orante se dirige a Dios con palabras, abriendo
su corazón, movilizando sus sentimientos, tratando de «inflamar» el corazón de
amor a Dios); contemplatio (silencio de alma y
mente, en el cual nos abandonamos pasivamente al amor de Dios, dejándonos
absorber por Él).
La verdadera
oración es, pues, la que lleva a la contemplación: la palabra debe llevarnos al
silencio; de la mente debemos descender al corazón. Transcribimos a continuación
algunos textos de místicos cristianos donde se describe el fenómeno
contemplativo:
«De la oración nace la
contemplación que interrumpe lo que dicen los labios. El hombre está entonces en
éxtasis..., los movimientos de la lengua y del corazón en la oración son como
llamas; lo que viene después es la entrada al lugar del tesoro. Que se callen la
boca, la lengua, el corazón que recoge los pensamientos, el espíritu que
gobierna el sentido y el trabajo de la meditación... Que cese su actividad, pues
ha llegado el dueño de la casa...» (Isaac el Sirio).
«El estilo que han de
tener en esta del sentido es que no se den nada por el discurso y la meditación,
pues ya no es tiempo de eso, sino que dejen estar el alma en sosiego y quietud,
aunque les parezca claro que no hacen nada y que pierden el tiempo... Sólo lo
que aquí han de hacer es dejar el alma libre y desembarazada y descansada de
todas las noticias y pensamientos, contentándose sólo con la advertencia amorosa
y sosegada en Dios, y estar con cuidado y sin eficacia y sin gana de gustarle o
de sentirle; porque todas estas pretensiones desquietan y distraen al alma de la
sosegada quietud y ocio suave de contemplación que aquí se da»
(san
Juan de la Cruz).
«Trata,
pues, en tu intento de practicar la contemplación, de dejar atrás los sentidos y
las operaciones del intelecto, y lánzate a lo desconocido, hacia la unión con
Aquel que está por encima de todas las cosas y de todo conocimiento. Sólo por
una incesante y absoluta negación de ti mismo y de todas las cosas en pureza,
abandonando todo y liberándote de todo, serás transportado al rayo de la divina
oscuridad que supera todo ser» (Pseudo-Dionisio el Areopagita).
«¿Quieres conocer cómo
debes unir tu mente a Dios? Escucha. Cuando ores, recógete y entra con tu Amado
en la celda de tu corazón para quedar allí sola con Él solo, olvidando todo, y
con todo el corazón, con toda la mente, con todo el afecto, con todo el deseo,
con toda devoción elevados sobre ti. Persiste en esta entrega afectiva para
ascender, hasta entrar en el lugar del tabernáculo maravilloso, hasta la casa de
Dios y allí, apenas hayas visto con la mirada del corazón a tu Amado y gustado
cuán suave es el Señor y lo grande que es la plenitud de su dulzura, échate en
sus brazos, llénalo de besos con los labios de la devoción interior»
(san
Buenaventura de Bagnoreggio).
La frontera entre
la oración y la contemplación la marca, como vemos en estos textos, la entrada
en el silencio y la quietud. Es lo que los antiguos Padres llamaban hesyquia.
Para conseguir esta «sosegada quietud», pasando de las palabras y el discurso
a la «música callada», proponemos utilizar con las oraciones de este libro el
«método benedictino», pero con algunas variantes, encaminadas a facilitar la
transición desde la actividad orante a la contemplativa: En primer lugar, es
importante aquietar los niveles físico, emotivo y mental con algunas prácticas
de relajación y distensión, ya que la tensión provoca distracciones y
dispersiones en nuestra mente y nuestro corazón; en segundo lugar, aconsejamos
practicar una técnica «clásica», la de la «jaculatoria» (de jaccio, que
significa «lanzar»), consistente en seleccionar alguna palabra o frase del texto
que nos haya impactado, que haya activado nuestro corazón, nuestra «mirada
amorosa», y repetirla durante un tiempo de forma tranquila y pausada, a la vez
que nos dejamos impregnar por su contenido, sin pensar nada, sino más bien
dejando descender esa palabra o palabras hasta el fondo de nuestro ser. El
método quedaría entonces de la siguiente forma: relajación - lectura del texto -
jaculatoria - oración - contemplación.
La jaculatoria ( o
«letanía») es una práctica muy extendida en el oriente cristiano, sobre todo en
la versión conocida como «oración de Jesús», típica del hesicasmo. En la mística
oriental se la conoce con el nombre de japa, en el hinduismo (repetición
de la frase sagrada o mantra), mientras que en el mundo islámico su
equivalente es el dhikr, repetición de algún nombre de Dios.
La oración debe servir de puerta de entrada a la contemplaciónn,
«inflamando» el corazón por medio del amor a Dios, para que después, dejando a
un lado los discursos y las palabras, el buscador se ponga en la presencia
divina, en una «pura mirada de amor», donde ya no hay palabras, donde entramos
en el misterio, en la mística, en lo secreto y oculto. Usar la palabra para
llegar al silencio: allí es la oscuridad, «la nube del no saber», la «noche
oscura»... Es la nada... Es el Todo...