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Nuestra comunión con la pena de los que sufren, de los que están enfermos o mal tratados, y nuestra capacidad de llevar sus fardos no nos vienen de una simple filantropía humana, de una compasión pasajera o del deseo de ser bien vistos o bien considerados; pues una compasión de este tipo estaría destinada a disminuir muy rápidamente y a desaparecer. Es por la oración perseverante, pura, sincera, que recibimos esos sentimientos como un don de Dios; y ese don nos hace capaces no sólo de perseverar en esta comunión con los más débiles, sino también de progresar hasta el punto de ya no poder vivir sin ellos y encontrar reposo sólo compartiendo sus penas y sufrimientos. El secreto de este carisma reside en nuestra comunión con el Cristo, en nuestra participación de su naturaleza, y sus cualidades divinas, de manera que es El, ahora, "quien a la vez opera en nosotros la voluntad y la operación misma. Así, nuestra comunión con los sufrimientos de los hombres y nuestra comunión con el Cristo dependen fundamentalmente una de la otra hasta el más alto grado; de modo que llevar la cruz del Cristo significa participar de la cruz de los hombres, sin restricciones y hasta el fin... Los que amaron al Cristo y le son fieles, se convierten en verdaderos embajadores del Cristo en la tierra. Por sus oraciones y su don de sí, reconcilian a Dios con los hombres ya los hombres con Dios... En muchos casos es imposible entrar en relación con los pecadores o los extraviados, sea por su hostilidad, sea por la vergüenza que sienten ante nosotros. Pero por la oración superamos estos obstáculos que nos separan de ellos,... pues por la oración podemos acercarnos secretamente a su corazón, deslizarnos en él sin que lo sepan y gemir, identificándonos con ellos, como si nosotros mismos fuéramos pecadores y extraviados; todo eso, aun antes de que nos conozcan o nos hablen. Si desde el fondo de su corazón oramos y clamamos hacia Dios, soportando el peso de sus faltas y sus extravíos, Dios los escucha a través de nosotros; a pesar de su desobediencia natural, el arrepentimiento asalta su conciencia y el llamado al retorno se hace tan imperativo que rápidamente se dirigen hacia Dios y hacia nosotros, pidiendo nuestra ayuda.
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