Oración , Preghiera , Priére , Prayer , Gebet , Oratio, Oração de Jesus

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CATECISMO DA IGREJA CATÓLICA:
2666. Mas o nome que tudo encerra é o que o Filho de Deus recebe na sua encarnação: JESUS. O nome divino é indizível para lábios humanos mas, ao assumir a nossa humanidade, o Verbo de Deus comunica-no-lo e nós podemos invocá-lo: «Jesus», « YHWH salva» . O nome de Jesus contém tudo: Deus e o homem e toda a economia da criação e da salvação. Rezar «Jesus» é invocá-Lo, chamá-Lo a nós. O seu nome é o único que contém a presença que significa. Jesus é o Ressuscitado, e todo aquele que invocar o seu nome, acolhe o Filho de Deus que o amou e por ele Se entregou.
2667. Esta invocação de fé tão simples foi desenvolvida na tradição da oração sob as mais variadas formas, tanto no Oriente como no Ocidente. A formulação mais habitual, transmitida pelos espirituais do Sinai, da Síria e de Athos, é a invocação: «Jesus, Cristo, Filho de Deus, Senhor, tende piedade de nós, pecadores!». Ela conjuga o hino cristológico de Fl 2, 6-11 com a invocação do publicano e dos mendigos da luz (14). Por ela, o coração sintoniza com a miséria dos homens e com a misericórdia do seu Salvador.
2668. A invocação do santo Nome de Jesus é o caminho mais simples da oração contínua. Muitas vezes repetida por um coração humildemente atento, não se dispersa num «mar de palavras», mas «guarda a Palavra e produz fruto pela constância». E é possível «em todo o tempo», porque não constitui uma ocupação a par de outra, mas é a ocupação única, a de amar a Deus, que anima e transfigura toda a acção em Cristo Jesus.

quarta-feira, 23 de outubro de 2013

L'esperienza mistica della Passione in San Paolo della Croce

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L'esperienza mistica della Passione in

San Paolo della Croce

di p.Stefano L. Pompilio C.P.



INDICE GENERALE




Capitolo I — DEVOZIONE ALLA PASSIONE































Capitolo III — NOTE PECULIARI DELLA CONTEMPLAZIONE SULLA PASSIONE
























Capitolo IV — TRASFORMAZIONE IN CRISTO CROCIFISSO












Capitolo V — CROCIFISSO CON CRISTO




































sábado, 19 de outubro de 2013

Jesucristo en la experiencia y doctrina de Santa Teresa de Jesús

Jesucristo en la experiencia y doctrina de Santa Teresa de Jesús


Jesucristo en la experiencia y doctrina de Santa Teresa de Jesús
Introducción a la comprensión de la Cristología de Santa Teresa
INTRODUCCION
La experiencia viva del misterio de Cristo esta en el centro de la experiencia oracional de Santa Teresa. El, Dios y hombre verdadero llena con su presencia toda la vida de la Santa y es la clave de interpretación de sus escritos. Jesucristo precede su oración, ya que para tener un interlocutor de su diálogo de amistad, Teresa ha tenido necesidad de encontrarse con el Señor que le brindaba su amistad. La presencia del Señor sigue también a su oración, ya que la amistad engendra una compañía, unos compromisos de seguimiento y unas actitudes de imitación. A través de la oración como experiencia de la amistad con Cristo, Teresa ha releído todo el Evangelio y ha entrado de lleno en la revelación bíblica. Su vida se ha convertido en una vida en Cristo hasta que el mismo Señor se le ha revelado plenamente como Maestro y Esposo y de El ha recibido la plenitud de la verdad y de la vida.
Vamos a trazar en estas páginas las líneas esenciales del encuentro de Santa Teresa con Cristo a través de la oración. El ejemplo de Teresa es muy elocuente. Ella nos enseña a encontrar a Cristo desde nuestra propia realidad personal e histórica, nos lleva a interiorizar en la oración la revelación que Jesús ha hecho de sí en el Evangelio, hasta hacernos contemporáneos de su experiencia y doctrina. La búsqueda de Jesucristo en su realidad humana, desde nuestra realidad humana, da realismo y hondura a nuestra oración. Pero, además, Teresa tiene la convicción que no se busca en vano a Cristo. El paga la búsqueda con el encuentro, el esfuerzo de traerle presente con su compañía, el deseo de encontrarlo plenamente en el Evangelio con una revelación total de su misterio en la Iglesia y en los hermanos, en los que El está presente y prolonga su existencia. En la oración se aprende a vivir con El y como El.
En las actuales circunstancias de la Iglesia esta referencia al ejemplo de la Santa resulta muy significativa. Es imprescindible encontrar el rostro humano de Jesús y dejarnos seducir por su vida. Hay que releer en el Evangelio para que el Señor se nos revele plenamente en sus palabras y sus ejemplos y dé sentido a nuestra realidad personal y social. De esta forma podemos vivir una existencia comprometida que tenga el mismo realismo del vivir de Cristo propuesto a sus discípulos en el Evangelio. Y El nos revelara plenamente su presencia en los hermanos y en la Iglesia para que nuestro amor a Cristo, Verdadero Dios y verdadero Hombre, se traduzca en una vida en Cristo que se prolonga en nuestra humanidad y en un servicio por amor a nuestros hermanos, hecho de obras significativas y eficaces en el actual contexto y en el momento de nuestra historia.
Con su experiencia Teresa nos traza el camino; pero hemos de ser nosotros los traductores de su ejemplo y de su experiencia en nuestra realidad concreta.
Voy a dividir esta exposición en dos partes. En la primera quisiera trazar las líneas de la búsqueda teresiana de Cristo en la oración, con una serie de indicaciones pedagógicas para nuestra oración personal y comunitaria. En la segunda parte quisiera presentar cómo Cristo se revela a Teresa y cómo se le manifiesta plenamente en ese "Cristo total" que es característico de su oración y de su servicio.

I. TERESA BUSCA A CRISTO EN SU ORACIÓN


1. Acercarse al Evangelio con sensibilidad de mujer

La historia de la oración teresiana es una historia de amistad con Cristo. Empieza a desarrollarse con claridad a partir de la adolescencia, después de las primeras crisis existenciales que llevan a Teresa al monasterio de Santa María de Gracia. Estas experiencias de oración con Cristo y de lectura realista del Evangelio se afianzan durante los primeros años de su vida religiosa y dejan un sello indeleble en su sicología y en su religiosidad. Podemos afirmar que Teresa ha encontrado a Cristo cuando más viva esta en su experiencia la sensibilidad, la búsqueda del sentido de la vida y de la opción de su vocación, en un momento de búsqueda y de intensa piedad que marcan pro fundamente su sicología. Durante muchos años, los largos períodos de crisis de mediocridad vivirá de renta, del impacto de esos primeros encuentros con el Cristo del Evangelio. Y cuando después de la conversión tenga que rehacer de algún modo su experiencia de oración, según el consejo de sus confesores, volverá espontáneamente a los recuerdos de la juventud, a su método personal de oración, el del encuentro con Cristo a través de una lectura inmediata de los episodios del Evangelio que le permitían revivir en primera persona el encuentro con Cristo.
Una cosa es cierta, como tendremos ocasión de documentar, Teresa ha buscado a Cristo desde su propia experiencia y en él ha encontrado respuestas adecuadas a su búsqueda. Se ha enfrascado en la lectura del Evangelio con una sensibilidad a flor de piel; por eso ha percibido el realismo y la humanidad del encuentro con el Señor; se ha hecho contemporánea de los personajes que vivieron con el Señor. Se ha acercado al Cristo del Evangelio con vibración humana y sensibilidad de mujer. Hay una serie de hechos que lo comprueban:
- En su oración busca a Cristo como Hombre y con él dialoga, interiorizando su presencia.
- Siente una sintonía particular con los episodios evangélicos en los que Cristo se revela a las mujeres; muestra su predilección por ellas; Teresa se identifica con esos episodios y con sus personajes femeninos.
- Interpreta con originalidad y sensibilidad femenina algunos episodios del Evangelio.
Vamos a tener enseguida ocasión de comprobar todas estas afirmaciones. Sin embargo, quisiera adelantar lo que siento que es una clave de interpretación de todo esto.
En Cristo Teresa ha encontrado no solo un Amigo capaz de llenar su hambre de amistad y de comunicación, sino que ha hallado respuestas satisfactorias a los problemas existenciales que en el entorno de su época y en la situación espiritual de su convento no hallaba.
- En la búsqueda instintiva de Cristo como Hombre no sólo se revela su propia humanidad, sino el gozo liberador de haber encontrado a Cristo en su humanidad que lo acerca a Teresa en una dimensión de igualdad - "como nosotros" y en una dimensión de perdón y de gracia - "para nosotros" - que la llena de inmensa alegría. La humanidad de Cristo rescata de recelos y temores la propia humanidad de Teresa. No tendrá que avergonzarse de sus sentimientos humanos, de su capacidad de amistad, de compartir y de sentir...porque Cristo también tenía sentimientos humanos, era amigo, se conmovía ante el dolor de los amigos, como ante la tumba de Lázaro... Cristo hombre en la plenitud de sus sentimientos libera su propia humanidad de sutiles sospechas espiritualistas que creían malo todo lo humano y lo corpóreo. Además, Cristo se revela lleno de amor y de bondad, capaz de comprender y de perdonar. Los posibles yerros de la propia humanidad pueden ser redimidos y liberados en Cristo.
- Por otra parte Teresa encuentra en Cristo una respuesta clara y liberadora al problema de su realidad de mujer. Estamos en tiempos de antifeminismo social y hasta teológico, que se traduce en recelo y desprecio hacia las mujeres por parte de los teólogos e inquisidores. Teresa ha sentido y sufrido el problema femenino de su época desde su propia experiencia. Ha buscado respuestas a su condición como mujer y cristiana. En el Evangelio, en esa instintiva búsqueda de algunos personajes femeninos, ella ha encontrado una respuesta liberadora que la ha llenado de gozo para siempre, que ha hecho explotar en su corazón una secreta alegría que en el momento oportuno traducirá en convicciones y hasta en denuncias proféticas. Cristo ha liberado a Teresa de su posible complejo femenino al que estaban abocadas las mujeres de su época. Leyendo los episodios del Evangelio no ha encontrado una actitud antifeminista en el Señor, antes bien, ha podido captar en dos palabras la situación privilegiada de las mujeres en relación con el Señor: "No aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo las mujeres, antes las favorecisteis con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres". Que es como decir: Cristo estuvo de parte de las mujeres no sólo evitando cualquier signo de "aborrecimiento", sino intensificado para ellas una relación de amistad y de cariño. Y las mujeres supieron pagar esta solicitud del Maestro con la fidelidad del seguimiento hasta la Cruz, con tanto amor y más fe que los hombres; es tuvieron de parte de Jesús. En estas palabras de Teresa encontramos la clave de la comprensión de su amor a Cristo, amigo verdadero, salvador de la humanidad, el que le devuelve el gozo y el honor de ser mujer cristiana a su servicio y al servicio de la Iglesia.
En el Evangelio Teresa ha encontrado respuestas auténticas, cuando ha intentado leerlo desde su realidad sin temor a desvirtuar el mensaje sobrenatural del Evangelio, encontrando en la humanidad de Cristo la carne del Evangelio, las respuestas del vivir humano desde el misterio inefable de la Encarnación que de Cristo hace el Dios como nosotros, con nosotros y para nosotros, tal como lo ha percibido con hondura de fe y realismo humano Teresa de Jesús.

2. Etapas de una búsqueda

Los primeros recuerdos del encuentro con Cristo se remontan a la época de su estancia en las Agustinas de Nuestra Señora de Gracia. María de Briceño le habla del Evangelio. Por entonces la joven Teresa tenía el corazón tan recio "que si leyera toda la Pasión no llorara una lágrima" (Vida, 3,1). Poco a poco ese corazón duro ira cediendo. Harán brecha en su vida las palabras del Evangelio, pocos meses mas tarde: "Con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas..." (Vida, 3,5). Terminará por conmoverse ante los trabajos del Señor que ella querrá imitar al menos para devolverle algo al Señor de su amor. (Vida, 3,6).
La decisión de abrazar la vida religiosa cuajo en esa extraña motivación de vivir su opción por Cristo para pasar en los trabajos de la religión algo que pudiese pagar lo que ella sentía que el Señor había hecho por ella, aunque el recuerdo que ella conserva de su profesión religiosa está transido de una vocación de intimidad con Cristo: "el desposorio que hice con Vos" (Vida, 4,3). Por entonces sabia apreciar la vida religiosa como servicio del Señor y "gran dignidad" (Ib.).
La verdadera intimidad va a ir creciendo con la práctica de la oración, de corte netamente cristólogico: "Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior..." (Vida, 4,7). Método ingenuo y sencillo, realista y personal: la oración como un encuentro con Cristo presente dentro de si; y para no fabricarse un Cristo a su medida un recurso a los episodios del Evangelio, en los que ella misma se sentía protagonista y contemporánea. Poco a poco se fue adicionando a este modo de orar hasta cuajar en su método de oración. Así nos lo describe en otro lugar; "Tenía este modo de oración, que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mi, y hallábame mejor -a mi parecer- de las partes adonde le veía más solo. Parecíame a mi que, estando solo y afligido, como persona necesitada me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía yo muchas" (Vida, 9,4). En esta anotación descubrimos ya el feminismo teresiano y su gran realismo: desde su soledad a la soledad de Cristo, en busca de comprensión y de compañía. Era nota constante de su oración contemplar a Cristo como hombre: "Yo solo podía pensar en Cristo como hombre" (Vida, 9,6). A su poca imaginación para figurarse la hermosura del Señor suplía con la contemplación de sus imágenes. Ya la conocían en la Encarnación por sus iniciativas: "amiga de hacer pintar su imagen en muchas partes, y de tener oratorio y de procurar en él cosas que hiciesen devoción..."(Vida, 7,2). Cristo se le había metido en las entrañas a fuerza de mirarlo y de traerlo cabe si: "Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo... y así siempre tornaba a mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba. Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como quisiera..." (Vida, 22,4).
Estas confidencias nos revelan el intenso amor con que ha tratado de centrar la Santa su mente, su corazón, su afectividad en la persona de Jesucristo. Se identifican en su vida la búsqueda de Cristo y la oración, el encuentro con el Señor en la oración y su experiencia personal del Evangelio. Una oración de corazón a corazón, de presencia a presencia. Una oración que se convertirá en método, en modo de orar. De esta oración saldrán los títulos en cantadores que la Santa dará a Cristo: Maestro, esposo, Rey, bien mío, deleite, amigo, compañero... Una letanía de intimidades sentidas con realismo y cariño.
Una confidencia teresiana nos revela cómo esta meditación de los misterios del Señor hacía florecer sus sentimientos humanos; "En pensar y escudriñar lo que el Señor pasó por nosotros, muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena y lágrimas que proceden de aquí; y de pensar la gloria que esperamos y el amor que el Señor nos tuvo y su resurrección muévenos a gozo que ni es del todo espiritual ni sensual sino gozo virtuoso y la pena meritoria" (Vida, 12,1). No se trata de una oración puramente cerebral ni simplemente sentimental; una oración que hace vibrar la sensibilidad cristiana, con un escalofrío de dolor por la pasión y de gozo verdadero por la resurrección del Señor que es fuente de alegría.
La experiencia teresiana se torna método pedagógico como resultado de una vivencia positiva: "Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con El, pedirle por sus necesidades, quejársele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad" (Vida, 12,2). Es un ejercicio excelente para "cobrar amor" a este Señor, una forma de identificarse con los sentimientos de Cristo Jesús, según la teología paulina.
Contra todo este conato de oraciones peligrosas, de arbitrariedades espiritualistas que quieren subirse a altos grados de oración, la Santa que ha pagado en su propia vida el error de dejar a Cristo aconseja: "Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos estados y es un medio segurísimo para ir aprovechando en el primero y llegar en breve al segundo grado de oración" (Vida, 12,3).
La Santa, pone en guardia incluso, contra las muchas consideraciones que corren el riesgo de intelectualizar la oración sin llegar al contacto personal con el Señor; por eso aconseja: "se representen delante de Cristo y sin cansancio del entendimiento se estén hablando con El, sin cansarse en componer razones, sinO presentar necesidades y la razón que tiene para no nos sufrir allí..." (Vida, 13,11). Así oraba Teresa en una búsqueda de relación interpersonal, de oración no académica, de realismo evangélico en los sentimientos de Jesús y en sus necesidades, como aprendiendo a vivir a la vez con Cristo y como Cristo. Su oración tendía a simplificarse, pero tras enriquecerse de todo el contenido de la "pasión y la vida de Cristo que es de donde nos ha venido y viene todo bien" (Vida, 13,13).
Poco a poco la oración se simplifica hasta reducirse a una mirada de amor, cargada de sentimiento y realismo, donde la comunicación es total por parte de Cristo, en un silencio del hombre que acepta ser instruido por la mirada y la palabra interior del Maestro. He aquí cómo describe la Santa esta formidable simplificación: "Pues tornando a lo que decía de pensar en Cristo en la columna, es bueno discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo, y por que las tuvo, y quién es el que las tuvo y el amor con que las pasó..." Son estos los momentos clásicos de la meditación que había aprendido en los autores espirituales. Pero ahora añade su experiencia y su método: "Mas que no se canse siempre en andar a buscar esto, sino que se esté allí con El, callado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe y hable, y pida y se humille, y regale con El y acuerde que no merecería estar allí... hace muchos provechos esta manera de oración; al menos hallóle mi alma..." (Vida, 13,22).
Así fue durante mucho tiempo la búsqueda y el hallazgo de Cristo en la oración. Y una de las primeras gracias en las que se le reveló la presencia de Dios, en la primera forma de experiencia mística, se la regaló el Señor cuando Teresa iba poniendo su esfuerzo en este conectar con Cristo: "Acaecíame en esta representación que hacia de ponerme cabe Cristo...venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en El" (Vida, 10,1). Era el premio de una fidelidad, la respuesta a una búsqueda amorosa, apasionada, de Cristo en la oración.

3. Penetrar en el Evangelio desde la oración y la vida

En el acercamiento contemplativo a Jesucristo, Teresa ha penetrado en el pleno sentido del Evangelio y ha aprendido las verdades a los pies del Maestro Divino. Ella podrá decir con verdad que fue el Señor su Maestro.
Está todavía por escribir "El Evangelio según Santa Teresa", es decir, una interpretación global y particular del Evangelio a partir de las citas, las observaciones y la penetración psicológica con que la Santa ha penetrado en el Evangelio de Jesús, releyéndolo con su propia sensibilidad, desde la vida, a partir de su experiencia de oración. Será una agradable sorpresa observar los episodios que cita, la exégesis personal que hace, las frases que más le han llamado la atención, el realismo con que se ha acercado al Señor, especialmente en su misterio pascual de pasión, muerte y resurrección. En este Evangelio según Santa Teresa confluyen sus meditaciones, sus intuiciones, sus experiencias místicas, porque Teresa, hay que decirlo, del Evangelio, de sus episodios y de sus palabras ha tenido experiencia directa sobrenatural. Ha tenido experiencia mística del Evangelio, sin exageraciones apócrifas, con perfecto sentido del misterio con un idéntico realismo en la participación en los misterios del Señor.
Vamos a intentar, al menos, recoger algunos rasgos de su evangelismo, de ese acercarse al Señor con su sensibilidad de mujer a través de una serie de episodios en los que revela la originalidad de Teresa en sus relaciones con el mensaje de Cristo.
- Como la Samaritana. Uno de los episodios evangélicos que mas le han llamado la atención a la Santa desde la niñez es el diálogo de Jesús con la Samaritana (Jn 4). A la evocación de la palabra correspondía también el impacto que le hizo el cuadro que estaba en su casa, que tanto le llamó la atención desde su niñez. Teresa se encariñó con esa escena en la que conoció a Cristo y aprendió a orar pidiéndole al Señor que le diera el agua viva. Nos lo recuerda la Santa en esta confidencia autobiográfica: "Oh qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio; y es así cierto, que sin entender como ahora este bien, desde muy niña lo era y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquella agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con este letrero cuando el Señor llego al pozo: Domine da mihi aquam" (Vida, 30,19). La figura de esta mujer que dialogo con Cristo le será familiar siempre a la Santa, modelo de alguien que quedó saciada en su sed, ejemplo de mujer apostólica que se lanza a anunciar a Cristo desde la experiencia (Meditaciones sobre los Cantares 6,6). No podrá pensar en la oración sino como agua viva que Dios hace brotar en lo hondo del corazón para saciar la sed de Dios que tiene el hombre (cfr.Camino, 19,6; Exclamación 9).
- Como Marta y María en la casa de Betania. Otro episodio que ha llamado la atención a Santa Teresa es la amistad de Jesús con Marta, María y Lázaro. Aquí percibe la Santa la humanidad de Jesús, su capacidad de relación y de amistad sentida, pues se conmueve ante la muerte del amigo y escucha la oración de sus hermanas cuando le piden la resurrección (Moradas V, 3,4; Exclamación 10). Ana de Jesús recuerda el impacto que le había dejado a la Santa este episodio, como hubiera querido acoger a Cristo en su casa, y como ahora quería que sus hijas acogieran a los letrados y ministros del Señor como si fuera el mismo Cristo, recibido ahora en la Betania de cada Carmelo. En sus meditaciones acerca de este episodio, y en sus aplicaciones a la vida, en la encarnación vital de este episodio, la Santa ha llegado a dos conclusiones sorprendentes. La primera es la de afirmar una "mística de la comunidad". Cada comunidad es como una Badiana donde el Señor es huésped permanente que viene a estar y a recrearse y a comer con nosotros (Camino, 17,6); con cariñoso diminutivo había escrito: "Pues pensad que es esta Congregacioncita la casa de Santa Marta" (Ib., 5). La segunda aplicación es revolucionaria en la exégesis tradicional de este paso; Teresa reivindica los méritos de Marta, su servicio al Señor. Llega incluso a hacer sus observaciones sobre el dolor de Marta por la reprimenda del Maestro (Exclamación 5,2). Valora los méritos del servicio, el Maestro se hubiera quedado sin comer (Moradas, VII, 4,12). Y así, de un plumazo, corta por lo sano la oposición entre Marta y María, entre acción y contemplación, valora la complementariedad de los servicios en la Iglesia y en cada comunidad y pone como centro de todo el amor. Se sirve al Señor en la casa cuando se escuchan sus palabras en la intimidad de la oración como María, y cuando se sirve a los hermanos. Todo es amor de Cristo. En el cristiano perfecto la síntesis de vida alcanzara la complementariedad y la riqueza de una contemplación que se hace servicio a los hermanos. Del Evangelio, con intuición femenina, la Santa ha sacado magníficas consecuencias de vida concreta, con originalidad y osadía.
- Como María Magdalena. Es otro personaje con el que la Santa ha sentido una profunda identificación. Desde su experiencia de "pecado" o de gratitud e insensibilidad ante las gracias del Señor, la Santa encuentra en ella un modelo de conversión y de amor a Cristo. Revive con frecuencia, después de la comunión el episodio del perdón de la pecadora en la casa de Simón el fariseo, uno de los episodios más característicos de la libertad de Cristo ante las costumbres de su tiempo (Camino, 34,7). El momento de su conversión esta sellado por esta identificación espontánea: "Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba, que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas..." (Vida, 9, 1-3.) Aquella vez hubo lágrimas y tuvo el gozo y la certeza de un perdón, alcanzado porque en el mucho amor de Teresa hubo un movimiento providencial, el de dejar la confianza en ella y ponerla toda en Dios. Y en este gesto hubo también la audacia de una opción total en la vida, para que Dios la cambiara de una vez para siempre: "Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba" (Ib.). María Magdalena será un personaje familiar para la Santa, modelo de fortaleza ante las dificultades del seguimiento hasta la cruz, mujer defendida con amor por el Maestro, modelo del apostolado de las mujeres ( Moradas VII, 4,13). En el Vejamen recuerda también, junto a la Samaritana y a la Magdalena a la Cananea que con su confiada insistencia fue escuchada por el Señor.
Se podrían multiplicar los episodios evangélicos en los que la Santa encuentra una forma de contemporaneidad y de donde sabe sacar consecuencias de vida inmediata, en una exégesis concreta y vital. Por la originalidad y por la perspectiva que nos abre en el modo de vivir los episodios evangélicos, incluso con alguna aplicación peregrina, vamos a citar dos episodios característicos en los que Teresa hace su exégesis y saca sus consecuencias.
- La entrada de Cristo en Jerusalén. Las Semanas Santas fueron siempre el gran banquete espiritual y litúrgico de la Santa. Las citas de los episodios de la pasión se hacen densas en los escritos teresianos, como en los Evangelios, donde la pasión ocupa un lugar detallado y extenso en comparación con los otros episodios. Abre la meditación teresiana la entrada del Señor en Jerusalén. En su exégesis muy original parece que ha notado un fallo de atención al Maestro. Parece que se pregunta: ¿quién ha invitado al Señor a comer después del recibimiento apoteósico? Se lleva una desilusión. El Señor ha tenido que volver a la casa de Betania. Le parece mucha la crueldad de los judíos. Decide reparar la ofensa acogiendo al Señor en su corazón ese día. Se prepara para la comunión y permanece en retiro con Cristo. Da su comida a un pobre para que el gesto sea mas concreto y eficaz. Un día el Señor le paga con creces "el convite que me hacías este día" (Relación 26). Teresa ha sido fiel a este recuerdo durante muchos años, a partir de los primeros de su vida religiosa. Una forma muy concreta de hacer oración desde la vida, acercarse al Evangelio con sensibilidad femenina, traducir en compromisos concretos la lección evangélica aprendida en la oración.
- Oración en el huerto de los olivos. Otro episodio clásico de la meditación teresiana es el acercamiento a Cristo en la oración del huerto de los olivos. Fue meditación diaria de Teresa durante muchos años, uno de esos lugares en que la soledad de Cristo le invitaba a acercarse con confianza. En la descripción teresiana, admiramos la capacidad de entrar en la realidad de la escena evangélica y su viva participación: "Me hallaba muy bien en la oración del huerto: allí era mi acompañarle; pensaba en aquella aflicción y sudor que allí había tenido; si podía, deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor, más acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me representaban mis pecados tan graves; estábame allí lo mas que me dejaban mis pensamientos con El, porque eran muchos los que me atormentaban..." (Vida, 9, 4). Es una oración que Teresa mantiene con fidelidad incluso en los momentos de crisis y se remonta a los años de su juventud, antes de que fuese monja. Es su testimonio: "Muchos años, las mas noches, antes que me durmiese cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la pasión del Huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos perdones, y tengo para mí que por gano mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era..." (Ib.).
La iniciación de Santa Teresa a la oración ha tenido, pues, un largo estilo cristológico. Ha personalizado su relación con Dios en Cristo, ha cristologizado su oración y su vida hasta entrar en una relación de intimidad con el Señor que le ha permitido penetrar en sus sentimientos humanos.

4. La crisis cristológica de Santa Teresa

No obstante esta clara experiencia que hemos ido anotando, se nota en la autobiografía teresiana una extraña crisis de abandono de la Humanidad de Cristo. Se trata de una crisis que coincide también con la crisis de la oración y de la vida.
La Santa se recrimina este momento difícil de su vida que juzga como una autentica traición y un pecado de ingratitud. De aquí sacara una serie de lecciones saludables acerca de la necesidad absoluta de Cristo en la vida de oración desde el punto de vista teológico, psicológico y moral.
Por un tiempo cedió a la fascinación de métodos de alta espiritualidad que le aconsejaban prescindir de la Humanidad del Señor. La cosa por el momento funcionó y Teresa se quedó engolfada en experiencias gratificadoras: "En comenzando a tener algo de oración sobrenatural, procuraba desviar toda cosa corpórea. aunque ir levantando el alma yo no osaba, que, como era siempre tan ruin veía que era atrevimiento; mas parecíame sentir la presencia de Dios, como es así, y procuraba estarme recogida con El; y es oración sabrosa si Dios allí ayuda, y el deleite mucho. Y como se ve aquella ganancia y aquel gusto, ya no había quien me hiciese tornar a la Humanidad, sino que en hecho de verdad me parecía era impedimento" (Vida, 22,3). Pero no siempre funcionaba aquella técnica, y entonces Teresa quedaba sumida en aridez, precisamente cuando más necesitada estaba de un encuentro real y personal con Cristo capaz de contrarrestar sus crisis interiores y de colmar su afectividad dispersa.
La crisis llegó a su colmo cuando abandonó la oración. La Santa siente este momento del abandono de Cristo y de la oración como la traición de Judas y la ingratitud de Pedro en el momento de la Pasión; la azuzaba el demonio con sutiles razones, entre ellas que la incoherencia de su vida de monja no se llevaba bien con el trato de amistad con Dios" (Vida, 19, 10-11).
Así, entre la tentación pseudomística y la incoherencia moral, Teresa consuma una traición a su amor, Jesucristo Dios y Hombre verdadero. De hecho, cuando la Santa vuelva de nuevo tras su conversión a un ejercicio metódico y fiel a la oración, con la ayuda de los jesuitas, será como un retorno a la oración primera y será también el principio de una total recuperación espiritual al amparo de aquella presencia que durante tanto tiempo le dio la vida y colmo las exigencias más hondas de su afectividad. Nos recuerda la Santa: Díjome el P. Diego de Cetina "tuviese cada día oración en un paso de la Pasión, y que me aprovechase de él y que no pensase sino en la Humanidad, y que aquellos recogimientos y gustos resistiese cuanto pudiese..." (Vida, 23,17). El remedio fue oportuno, era como volver a vivir y a respirar a pleno pulmón en el amor de Cristo y en la plenitud de una sensibilidad necesitada de presencia y afecto del Cristo del Evangelio. El fruto fue inmediato: "Comencé a tornar de nuevo amor a la sacratísima Humanidad" (Vida, 24,2),
Mientras tanto se había producido en la experiencia de la Santa un cambio fundamental: su conversión a Cristo. Y en este hecho ella había sentido una fineza de su amor, Cristo había salido a buscarla como una oveja perdida. Ahora era El quien tomaba la iniciativa de buscarla, de mirarla, de convertirla. Las meditaciones subjetivas se tornaban ahora experiencias objetivas. El Evangelio se repetía para ella como una realidad viva y verdadera que la iba a conducir a una total liberación interior. Cristo mismo bajó hasta el sepulcro de las mediocridades de Teresa; se le presentó allí donde se jugaba su fidelidad, en el mismo locutorio de la Encarnación y mientras se derramaba con una persona en conversaciones frívolas: "Representóseme Cristo delante con mucho rigor, dándome a entender lo que aquello le pesaba. Víle con los ojos del alma más claramente que con los del cuerpo le pudiera ver, y quedóme tan imprimido que ha esto más de veinte y seis años y me parece lo tengo presente. Yo quedé muy espantada y turbada, y no quería ver mas a con quien estaba" (Vida, 7,6). El Evangelio se le ha hecho por un momento eficaz y verdadero, y Cristo se le ha metido en su vida como Salvador aunque con la seriedad de un juez.
Poco a poco aquella mirada interior le iba minando sus seguridades y exigiendo nuevas fidelidades. Cuando ante sus ojos vio la imagen del Cristo llagado y esta vez no era una visión subjetiva sino una imagen que se había traído al monasterio para una fiesta cuaresmal- aquel corazón ya estaba tierno y preparado para la crisis final de la conversión. Teresa parece repetir las palabras de Pablo: Me amó y se entregó por mí. Reconoce a Cristo como Salvador: Era de Cristo muy llagado; en mirándola toda me turbo de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros" (Vida, 9,1).
Con la conversión va a iniciar el nuevo período cristológico en la plena revelación de Cristo a Teresa.

II.- LA REVELACIÓN DE CRISTO A TERESA EN SU ORACIÓN

La oración fue el espacio de la búsqueda y será ahora el lugar del encuentro. En sus meditaciones llenas de "simplicidades" se ha identificado con el Cristo del Evangelio en sus sentimientos humanos, con el Cristo de la Encarnación, de la Vida pública y de la Pasión. Ahora el Señor se le va a descubrir en la plenitud de sus misterios y en la síntesis de su Resurrección gloriosa. Los dos aspectos son importantes en la cristología teresiana; prevalece en su meditación la referencia a lo que podríamos llamar el Cristo histórico, del que tendrá que vivir los sentimientos para ser como El. Pero desde ahora el Señor Jesús se le revelará casi siempre en la plenitud de su misterio pascual, luminoso y lleno de majestad, con la carne glorificada. Pero en Cristo glorioso la Santa percibe con claridad la plena humanidad de la carne del Hijo de María y los sentimientos humanos de aquel que volviendo al cielo no ha abandonado su plena realidad humana. Sus palabras y sus gestos son humanísimos. Su humanidad no ha quedado absorbida en su retorno a la Trinidad. En la síntesis de la Humanidad Sacratísima - fórmula plena de fe católica- la Santa concentra todos sus sentimientos y convencimientos de su fe; Cristo es verdadero Dios y Hombre, es el Verbo Encarnado, el Crucificado y el Rey Glorioso. Para vivir, para ser discípula, la Santa fijará su mirada en el Cristo de la vida pública y de la Pasión, para imitar sus actitudes y vivir sus palabras. De esta forma la Santa consigue una síntesis que no es dualista, porque Cristo es el mismo en el ayer y en el hoy, es el que la vive por dentro y el que la quiere en todo semejante a El a través de la imitación de sus sentimientos humanos, hasta el culmen de la pasión donde Cristo se revela el modelo por excelencia del contemplativo, del místico, del santo cristiano que lleva en su rostro los rasgos de la divino-humanidad del Señor Jesús.
De esta forma la cristología teresiana es como una síntesis de la fe y de la predicación evangélica. En ella encontramos la cristología de los Sinópticos y de Juan atentos a la humanidad de Jesús. Hallamos también la cristología de Juan donde Cristo aparece como el Verbo Encarnado con la acentuación de su divinidad, con las características de su mediación hacia el Padre y en el don del Espíritu, y esa vida cristiana que es vivir por El y permanecer en El. Finalmente se nos revela la cristología paulina de un Cristo Resucitado con el que Teresa convive, en Cristo, sin que deje de grabar en su corazón y en su existencia cotidiana los estigmas del Señor Jesús.
Toda esta preciosa síntesis que aquí simplemente dejamos aludida es el fruto de la plena revelación de Jesucristo y de su comunicación vital hasta el vértice de la gracia del matrimonio espiritual y de la inhabitación trinitaria .De esta forma la Humanidad Sacratísima de Cristo llevará a Teresa hasta la revelación trinitaria por parte del misterio de la divinidad y la conducirá hasta la Iglesia y los hermanos en la plena identificación de Cristo con su Cuerpo histórico y real que es la Iglesia y con cada uno de los hermanos, como tendremos ocasión de ilustrar.

1. Revelación progresiva de Jesucristo

La revelación de Cristo a Teresa sigue una progresividad muy interesante. Ante todo una revelación de Cristo como Maestro y libro vivo, como Verbo eficaz y revelador de los misterios. Jesucristo se convierte en el Maestro divino, el hermeneuta de los misterios evangélicos, como si Teresa recibiera directamente del Señor las enseñanzas del Evangelio. Esta experiencia dejara huella en la pedagogía teresiana de la Oración. Ella nos aconsejara ponernos cabe el Maestro con la certeza de que El enseña sin ruido de palabras y va grabando a fuego sus enseñanzas en aquellos que se ponen bajo su magisterio interior.
- Cristo libro vivo. La revelación personal del Señor se va preparando a través de una serie de palabras progresivas que aseguran a Teresa la fuerza de la existencia del Señor y la eficacia de sus promesas. Queda lanzada hacia un horizonte nuevo. Así por ejemplo, escucha en momentos de soledad: "No temas, hija, que yo soy y no te desampararé; no hayas miedo" (Vida, 25,18). En otra ocasión: "¿ De qué temes? ¿No sabes que soy todopoderoso? Yo cumpliré lo que te he prometido". Estas. Estas palabras tienen la estructura y el contenido de unas revelaciones semejantes a las del A.T. en las manifestaciones de Dios. Son la preparación para la gran revelación de Jesús en el momento en que una represión cultural de la Inquisición española vacía la pequeña biblioteca de la Santa de libros espirituales y de los textos bíblicos en romance: "No tengas pena, le dice el Señor, que yo te daré libro vivo" (Vida, 26,5), Era el preludio de toda una serie de progresivas lecciones personales: "Ha tenido tanto amor conmigo para enseñarme de muchas maneras que muy poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros; su Majestad ha sido el libro verdadero donde he aprendido las verdades. Bendito sea tal libro que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer de manera que no se pueda olvidar!" (Ib.). Es una experiencia mística global de Cristo como Maestro que se refleja en una nueva comprensión de las verdades del Evangelio, aunque a veces se trate de una serie de palabras vivas que escucha la Santa de boca del Señor. Por eso podrá decir con frecuencia que el Señor fue siempre su Maestro y que muchas cosas de las que escribe se las decía este su maestro espiritual.
- Cristo presente. De las palabras a la presencia, de la presencia a la visión de su rostro, de sus manos y de todo el Cuerpo del Señor Resucitado. Esta va a ser la secuencia maravillosa de la revelación personal de Jesucristo que la Santa documenta con lujo de detalles. A la búsqueda de Teresa de ponerse cabe Cristo ahora responde el Señor: "Parecíame estaba junto cabe mí Cristo, y veía ser El el que me hablaba..." (Vida, 27,2). Ninguna duda la podía turbar a pesar de las preguntas indiscretas de sus confesores algo incrédulos. Confiesa Teresa: "Acá vese claro que está aquí Jesucristo, hijo de la Virgen...se ve nos acompaña y quiere hacer mercedes también la Humanidad Sacratísima" (Ib., 4). Poco después fue la experiencia de toda la Humanidad Sacratísima del Señor, en la gloria, belleza y majestad de la Resurrección. Una explosión de luz parece llegar a Teresa que se goza de Cristo, de una especie de visión de la claridad de Cristo en el Tabor y en la Resurrección, "luz que no tiene noche" (Vida, 28, 3,5-6) La celebración de la Eucaristía, con la comunión, le hace partícipe de la gloria de Cristo Resucitado. Lo contempla vivo: " Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro sino como salió de él después de resucitado" (Ib., 8). Se intensificarán las visiones y revelaciones de Cristo. La presencia será habitual, le parecerá que el Señor camina siempre a su lado derecho "testigo de todo lo que hacía" (Vida, 27,2). Las palabras del Señor, sus manifestaciones se irán haciendo cada vez más habituales y poco a poco irán culminando en otras experiencias de participación en sus misterios, hasta la gracia del matrimonio espiritual y la visión de la Trinidad a la que Teresa llegara de la mano del mismo Cristo.
Una lectura progresiva de las gracias cristológicas de Santa Teresa nos lleva a esta avasalladora presencia de Cristo que se revela de esta manera:
Teresa lo contempla siempre como resucitado aunque se le revele a veces para consolarla bajo los signos de la pasión ( Vida 29, 1-5). En el libro de la Vida vislumbra ya la presencia de Cristo en el seno del Padre (Vida 38,17), pero también con su imagen impresa y resplandeciente, como en un espejo en el alma del justo ( Vida ,40,5).
La inmensa belleza del Señor la llena de gozo y de fuerza ( Vida, 37,5; 38,21). Tiene conciencia de la presencia del Señor en medio de aquellos que le aman y sirven con amor ( Vida 34,17; 36,24).
La Relaciones están cuajadas de esta riqueza de experiencias cristológicas, sobrias en las palabras del Señor, ricas en la gracia de transformación de la persona.
No vamos a entretenernos en narrar estas gracias místicas. Ha sido suficiente haber visto como surge en la vida de la Santa esta respuesta del Señor Resucitado a la búsqueda perseverante y fiel de Teresa en la oración.

2. Lecciones acerca de la Humanidad de Cristo en nuestra oración y en la vida espiritual.

Todo el capitulo 22 de la Vida encierra una síntesis doctrinal acerca de la importancia de Cristo en la vida de oración y en la vida espiritual. Podemos resumir estos rasgos teresianos en algunos principios y orientaciones.
- Cristo en su Humanidad modelo de nuestra existencia. Desde su propia existencia Teresa contempla la humanidad de Cristo y en ella encuentra el "dechado", el modelo de la experiencia en esta vida. Sin la humanidad de Cristo nos faltaría el punto de referencia en el realismo de nuestra aventura, en la fragilidad de nuestro ser y en las situaciones dolorosas en las que tenemos que vivir. Sin Cristo estamos como en el aire, sin un punto de arrimo, sin una referencia realista para nosotros que somos humanos: "Es gran cosa mientras vivimos y somos humanos, traerle humano" (Vida, 22,9). O dicho con otras palabras: "Veía que aunque era Dios era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que El había venido a reparar. Puedo tratar como con Amigo aun que es Señor..." (Vida, 37,5). Hay como una necesidad biológica y psicológica en Teresa y en nosotros de descubrir la plena humanidad del Señor desde nuestra propia realidad, como respuesta salvadora, alentadora y libertadora: "Es muy buen Amigo Cristo, porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos y es compañía y, habiendo costumbre es muy fácil hallarle cabe sí, aunque veces vendrán en que lo uno ni lo otro se pueda" (Vida, 22,10). Cristo Crucificado es como el límite de los dolores y desarraigos y contradicciones en que nos podemos ver también nosotros. Y entonces es necesario mirarle en el límite de su experiencia humana en el abandono de la Cruz: "Desierto quedo este Señor de toda consolación; solo le dejaron en los trabajos; no le dejemos nosotros,que, para más sufrir. El nos dará mejor la mano que nuestra diligencia y se ausentará cuando vea que conviene y que quiere el Señor sacar al alma de si, como he dicho" (Ib.) No es extraño que la experiencia cristiana sufra a veces la ausencia de Dios como una identificación con el dolor del Crucificado.
Una sencilla cita, entre tantas, nos da la clave de comprensión de esta presencia ejemplar y alentadora de Cristo en la oración para nuestra vida concreta: " Pues si todas veces la condición o enfermedad, por ser penoso pensar en la Pasión, no se sufre, ¿ quién nos quitará estar con El después de Resucitado, pues tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde esta ya glorificado, y no le miraremos fatigado y hecho pedazos, corriendo sangre, cansado por los caminos, perseguido de los que hacia tanto bien, no creído de los Apóstoles? Porque, cierto, no todas veces hay quien sufra pensar en tantos trabajos como pasó. Hele aquí sin pena, lleno de gloria, esforzando a los unos, animando a los otros, antes que subiese al cielo, compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no pare ce fue en su mano apartarse un momento de nosotros" (Vida, 22,6).
De esta forma la Santa nos ayuda a fijar nuestra mirada en el modelo porque la vida cristiana es vivir como Cristo; solo se puede vivir en Cristo si se vive como El, partiendo de su vida, de sus compromisos y de sus actitudes vitales.
- Perenne valor de la humanidad de Cristo en la vida espiritual. Los teólogos de hoy - de K. Rahner a J. Alfaro y otros- no solo subrayan como Teresa la plena humanidad de Cristo en su existencia con nosotros -lo que llamaríamos el Cristo de la historia- sino también la perenne validez de la humanidad de Cristo en su vida gloriosa. Es la intuición teresiana defendida con pasión en su tiempo, de plena actualidad. Cristo es el único y absoluto mediador ante el Padre:"Mucho contenta a Dios ver un alma que con humildad pone por tercero (mediador) a su Hijo y le ama tanto..."(Vida, 22,11)."Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes" (Vida, 22,7). "Para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esa Humanidad sacratísima en quien dijo su Majestad se deleita... por esta puerta hemos de entrar..." (Ib. 6). Con mayor abundancia de argumentos teológicos y de textos bíblicos, si cabe, vuelve a repetirlo en el Castillo Interior: "Si pierden la guía que es el buen Jesús, no acertarán el camino... Porque el mismo Señor dice que es camino... que es luz y que no puede ninguno ir al Padre sino por El; y "quien me ve a mí ve a mi Padre" (Moradas VI, 7,6). Toda la cristología del Verbo Encarnado en San Juan esta implicada en esta reacción connatural de Teresa. Para ella la evidencia de su experiencia mística lo prueba: "Es muy continuo (en la séptima morada y aun antes) no se apartar de andar con Cristo nuestro Señor por una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía" (Ib. 9).
Con una característica sensibilidad litúrgica y eclesial, la Santa nos ayuda a teologizar este principio con dos observaciones. No podemos prescindir de la Humanidad de Cristo pues la Iglesia celebra los misterios de su carne en el año litúrgico: "No tendrá razón, si dice que no se detiene en estos misterios y los trae presentes muchas veces, en especial cuando los celebra la Iglesia católica (Ib. 11). Quien quisiere "pasar" de la Humanidad de Cristo corre el riesgo de depreciar o despreciar toda la estructura sacramental de la Iglesia ya que el contacto vivo con Cristo se realiza ahora por medio de los sacramentos que son como la prolongación de la Humanidad de Cristo. Con fina intuición lo dice Teresa: "Podría venir a hacer perder la devoción con el Santísimo Sacramento (Ib., 14). Quien no acepta la mediación de Cristo, no acepta ni valora la realidad sacramental de la Iglesia, de los sacramentos, de la comunidad, de los hermanos; corre el riesgo de un peligroso subjetivismo espiritual con visos de espiritualismo que en realidad no es cristiano, porque no es cristológico.
- La "teología teresiana" del cristocentrismo. Recientemente el teólogo protestante J. Moltmann ha escrito que en Santa Teresa se resume el antiguo adagio de los Padres de la Iglesia: "Dios se hace hombre para que el hombre es partícipe de la naturaleza divina..." La primera parte de este adagio la subraya Teresa con la gran insistencia en el principio de la Humanidad Sacratísima de Cristo. La segunda parte tiene su confirmación por su doctrina acerca de la oración que es camino de perfección y de divinización. La intuición del teólogo evangélico es certera. Pero lo es más todavía la doctrina de Santa Teresa a la luz de cuanto hemos estado viendo. El cristiano es invitado a recorrer un camino de deificación a partir de una vivencia cristológica en la que el Señor es modelo y molde de la transformación cristiana, mediador de la salvación y el principio de la nueva vida espiritual que es vida en Cristo. En la Encarnación tenemos el punto máximo de la condescendencia divina respecto a la humanidad : "Que ya el hombre es Dios", como dice una poesía teresiana navideña Y en la santificación del matrimonio espiritual tendremos la comunión perfecta con Cristo. La transformación del hombre: "particionero de la naturaleza divina" y "naturalizado con la vida de tu Dios", como dice la Exclamación 17.
- Convicciones profundas de la doctrina cristocéntrica. Yo resumiría en dos principios el equilibrio de la doctrina teresiana acerca de Cristo en esa afirmación conjunta de la humanidad y de la divinidad que son las dos naturalezas de Cristo en su única persona divina, según la más pura tradición eclesial de la Iglesia desde el Concilio de Calcedonia:
- Sin la humanidad de Cristo, no hay una autentica condescendencia de Dios, ni una salvación para lo humano, ni un modelo para la vida del hombre, ni una posibilidad de la comunión del hombre con Dios. En la humanidad de Cristo tenemos la fuente de la gracia, la puerta que lleva al Padre, el modelo de una existencia cristiana redimida y transformada.
- Sin la divinidad de Cristo, no hay posibilidad de salvación, de redención, de deificación a través de una vida que se comunica para transformar, para hacernos de la "condición" de Dios.
- En la humanidad y divinidad de Cristo, tenemos el principio de la santidad cristiana, y en el rostro de los santos cristianos, como en el de Teresa, aparece la conformación a Cristo en la fuerza de la divinidad y en la humanísima sencillez transformadora de la sociedad. El santo es también, como Cristo, divino y humano junto. Lleva por dentro la fuerza transformadora de la gracia y refleja externamente el rostro amabilísimo de Jesús de Nazaret en sus alegrías y en sus trabajos.
No es pues de extrañar, que uno de los últimos gritos cristológicos que se escapan de la pluma de Teresa, pocos meses antes de morir, al redactar la última fundación de Burgos sea esta confesión de fe, preñada de cariño y síntesis de sus amores fundacionales como Iglesia-Esposa: "Oh, verdadero Hombre y Dios, Esposo mío!"(Fundaciones, 31, 46). El contexto de estas palabras indica el realismo de su experiencia humana y divina, junto a aquel que en el lecho de la muerte llamará de nuevo "Esposo mío y Señor mío", como en el grito de la Esposa del Apocalipsis, con el deseo de verlo y de gozarlo definitivamente para siempre.

3. Una síntesis de cristología existencial a través de la oración.

En la experiencia vital de Cristo en la oración teresiana podemos encontrar una síntesis de la cristología existencial, de honda raiz tradicional y de perenne actualidad para nuestras, vivencias y opciones de hoy, Una cristología en la que se acentúa esa "pro-existencia" de Cristo o ese ser de Cristo y de Dios para el hombre, que tan bien ha comprendido por experiencia la Santa.
- Un Cristo como nosotros. Como hemos podido subrayar Teresa acentúa el como nosotros de la Encarnación y de la plena humanidad de Cristo, su condescendencia hasta identificarse en nuestra humanidad. A la vez, la Santa acentúa el como El de nuestra vida, de nuestra imitación constante hasta revivir sus misterios e identificarnos en esa plenitud de humanidad que es el rostro de Cristo Crucificado (Moradas, VII, 4, 8), hasta ser como EL servidores y esclavos.
- Un Cristo con nosotros. Es la cristología de la perenne presencia y amistad con la que el Señor nos acompaña siempre. Fue testigo silencioso de lo que Teresa hacía, compañero nuestro en el Santísimo Sacramento. Hay una experiencia global de lo que llamaríamos los diversos modos de presencia de Cristo en la Iglesia: la presencia eucarística, tantas veces experimentada por Teresa como evidencia de la presencia del Crucificado-Resucitado, en su palabra viva, en los sacramentos, en la oración comunitaria y en la misma comunidad, en lo íntimo del alma y de cada alma que lleva impresa la imagen misma de Cristo (cfr.Vida, 40,5). Por eso la Santa aconseja con finura una pedagogía del "caminar con Cristo" de tenerlo presente y de mirarlo junto a nosotros (cfr. Camino, 26), para revivir la misma experiencia de los discípulos que comprendían las palabras salidas "de aquella boca divina".
- Un Cristo para nosotros y por nosotros. Es la cristología de la redención y de la salvación. Cristo es el redentor y el salvador; en sus padecimientos y trabajos esta ese por nosotros de Teresa con que nos invita a mirar con confianza a Cristo en la alegría y en la tristeza, en el misterio de pasión y de Pascua, con la certeza de ser El para nosotros. Cristo se ha hecho para Teresa don absoluto, don del Padre y síntesis de otros dones ("El Espíritu Santo y esta Virgen..."). Un regalo que supone el compromiso de caminar con El: "Juntos andemos, Señor; por donde fuereis tengo de ir, por donde pasareis, tengo de pasar" (Camino, 26. 4-6).
De aquí surge el grito de Teresa, con el del autor de la Carta a los Hebreos 12,1: "Pongamos los ojos en Cristo nuestro bien..."; o la exhortación de la Santa semejante a la de Pablo a los Corintios (1 Cor 2,2): "Poned los ojos en el Crucificado,.." (Moradas, VII, 4,8). Es la mirada amorosa que garantiza la atracción interior y la imitación generosa: "Pues si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y la muerte que paso por nosotros, ¿ cómo le podemos conocer ni hacer obras en su servicio...? ¿ quién nos despertará a amar a este Señor?" (Moradas, II,11).

4. Hacia una cristología total teresiana

A través de la meditación de la humanidad de Cristo y con la revelación personal del Señor, Teresa, como Pablo, ha entrado en una comprensión global del misterio de Cristo. Es lo que podríamos llamar una "Cristología total teresiana" en la que se funden armónicamente toda una serie de aspectos con los que el Señor se revela y hace presente, esta en comunión. Esta revelación del Señor en sus diversos aspectos tiene un elemento teológico, de comprensión del misterio de Cristo y un aspecto ético-espiritual o de compromiso.
Me permito sugerir solo este tema tan importante con una serie de referencias a la doctrina teresiana que pueden estimular nuestra reflexión.
Dentro de la problemática actual de la Iglesia creo que una cristología no reductiva en sus aspectos y compromisos puede iluminarse desde Teresa de Jesús. Veamos diversos aspectos y presencias de Cristo, la cristología total.
- La Cristología de la Encarnación y de la vida pública. En el misterio de la Encarnación y en los misterios de la vida publica Teresa ha centrado con amor la atención con una mirada llena de frescor y de plena comprensión de los sentimientos de Cristo. Un campo vastísimo de búsqueda y de análisis, como ya hemos notado, es el de los episodios, palabras y reacciones de Cristo en los Evangelios, citados por Teresa explícitamente, como signo de su meditación profunda y detallista. Esta cristología descubre a Teresa la realidad plenamente humana del Jesús histórico, apasionadamente defendida por la Santa. Y de aquí ella sacará la doble consecuencia, ya antes ampliamente aludida: el Señor es plenamente humano como nosotros. Su vida ilumina nuestros senderos y se convierte en el modo de ser nuestro, para que podamos vivir en El. viviendo como El. Cristo mismo es el Maestro que nos descubre interiormente este camino y nos indica la realidad que hemos de seguir e imitar.
- La Cristología de la Pasión. Hay una meditación detallista de todos los episodios y palabras de Jesús en la Pasión que se traduce en una invitación a la contemplación de "Cristo Crucificado" en la que descubre todos los dolores físicos, morales y espirituales del Señor, incluido su abandono en la Cruz. La contemplación suscita amor: "Que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuan grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor" (Vida, 22,14). En este culmen de la pasión Teresa ve por una parte el sumo amor de Cristo y el modelo sin igual de la fortaleza, de la humildad, de la obediencia. Cristo Crucificado es el "espiritual de veras" que tenemos que mirar para imitar en responder no con palabras sino con obras. La contemplación amorosa se torna motivo de servicio con esa finura con que la Santa le expresa: "su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar algo al Crucificado" (Moradas, VII,3, 6); "por solo servir a su Cristo Crucificado" (Moradas, IV, 2,9). En esta pura motivación del amor a Cristo hay una autentica expresión de lo que tiene que ser una existencia cristiana fuerte, generosa, entregada, ilusionada por la causa misma por la que el Señor dio su vida: al servicio de los hermanos y su salvación.
- La Cristología de la Resurrección. La revelación que Cristo hace de sí a Teresa es plenamente pascual, de Cristo resucitado y glorioso. Como hemos subrayado, en la persona de Cristo Resucitado Teresa ve con claridad la prolongación del Cristo de la historia, con la permanencia en El de sus misterios de pasión y de su verdadera humanidad; le hace ver que es el Crucificado-Resucitado, con sus llagas que le hace tocar en una ocasión, con la corona de espinas o la cruz a cuestas, pero siempre "la carne glorificada". Este Cristo Resucitado es el que vive en ella y con ella, el que penetra con su presencia espiritual su vida y su historia, compañero y testigo, vida interior y Esposo, el que la-vive-desde-dentro. Para Teresa esta contemplación de Cristo Resucitado es motivo de gozo por la victoria personal de Cristo y lo que supone para nosotros su triunfo, su Reino no tendrá fin. Es la posibilidad de revivir su existencia en esa vida escondida con Cristo en Dios que es principio de la vida nueva de todo cristiano que experimenta esta irrupción en su vida y siente la renovación (Moradas,V,2,4) Es el principio de la divinización. Para Teresa esta unida esta revelación con la vida de Cristo en el seno del Padre (cfr. Vida, 38,17) pero desde la perspectiva de su Resurrección y en la plenitud de su Humanidad. Cristo Resucitado le comunica el don del Espíritu Santo y la lleva hasta el Padre, es el Revelador de este misterio, como aparece en todas las ricas y sugestivas visiones de la Trinidad (cfr. Moradas VII, 1,6 y en varias Relaciones: 16. 18. 25- 33. 47. 56. 57).
Cristo Resucitado ilumina la presencia del hombre interior, en la Iglesia y en la comunidad, en el hermano, como veremos enseguida, en esta otra vertiente del misterio del Señor presente en la tierra.
- Presencia de Cristo en la Iglesia. Cristo está vivo, vive en la Iglesia que es su Cuerpo y es su Esposa. La Santa percibe esta presencia gloriosa del Señor en este misterio eclesial, de mil maneras, en los aspectos característicos. Pero hay otro aspecto que conmueve a Teresa: la Iglesia es Cristo en sus sufrimientos. Hay una identificación muy sentida en esta frase de la Madre Teresa cuando siente los problemas de la Iglesia de su tiempo: "quieren tornar a sentenciar a Cristo...pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo..." (Camino, 1,5). El sufrimiento por la Iglesia es sufrimiento por Cristo con el que la Iglesia se identifica. Cristo sufre y es despreciado en la Iglesia dividida, criticada, atacada en el centro mismo del corazón eclesial que es la Eucaristía y el sacerdocio. A la comprensión dolorosa de este misterio del Cuerpo real de Cristo en la historia y en los miembros de Cristo la Santa responde desde una doble perspectiva. Amar a Cristo es amar a la Iglesia real, histórica de su tiempo, abrazar su causa y combatir su batalla espiritual por el Reino, como abanderada que mantiene altos los ideales de la vida cristiana para ayudar y entusiasmar a los demás miembros de la Iglesia militante, pero sin connivencias con las guerras de religión de Felipe II que critica por sus iniciativas bélicas. Sentir a Cristo en la Iglesia y en la Iglesia real, histórica, humana, servir a Cristo con amor; "o morir o padecer" es el grito del ultimo capítulo de Vida, 40,20, que hay que comprender en la exégesis que la Santa hace una página más adelante: "Suplique vuestra merced a Dios, o me lleve consigo ("morir") o me de como le sirva ("padecer") (Ib., 23), que es servir por amor hasta dar la vida, la "mística del martirio". Teresa por ahora no muere; su lugar esta en el servicio por amor, al Cristo que esta en su Cuerpo, la Iglesia.
- La presencia de Cristo en la comunidad. Para Santa Teresa Cristo vive en la pequeña Iglesia de la comunidad o del grupo de amigos que están reunidos en nombre del Señor. Así lo ha experimentado ella en conversación con el P.García de Toledo (Vida, 34, 17). Así se lo promete el Señor y la Virgen para su pequeña comunidad de San José de Avila: "Y que él caminaría con nosotras" (Vida, 32,11; 33,14). Así lo experimenta varias veces (Ib. 36,24; Fundaciones, 16, 4). El Señor mismo le dice que es San José la morada de su deleite (Vida, 35, 12). Por eso para Teresa de Jesús cada comunidad religiosa es el "pequeño Colegio de Cristo", el grupo apostólico presidido por el Señor, es Betania donde El esta siempre presente. Toda esta convicción evangélica sufragada por experiencias espirituales y por sentimientos de paz y de gozo, de luz y de unidad, da a la convivencia de la vida comunitaria una dimensión mística: es el lugar de la presencia activa del Señor que es el dueño de la casa. De aquí que la comunidad tenga que vivir las consignas evangélicas del maestro, especialmente la caridad que "tan encargadamente encomendó el Señor a sus Apóstoles"; una falta de comunión supone echar de casa a vuestro esposo (Cfr. Camino 7,10). A una "mística de la comunidad" en la que está presente el Señor sigue una lógica consecuencia un compromiso de vida interna en el amor, una ascesis de la unidad para ser un grupo evangélico, cristocéntrico y apostólico como los doce que convivían con el Maestro, según la consigna de la Iglesia en el Decreto sobre la Renovación de la Vida Religiosa n. 15. Teresa nos indica el sentido pleno de la "comunión y participación" en la Iglesia a partir de esta experiencia espiritual de Cristo, como premisa para una evangelización eficaz que exige la unidad para que el mundo crea y para que haya fecundidad apostólica (Cfr. P.C. 15). La Santa concede una misión especial a este respecto a la presencia de Cristo en la Eucaristía, centro vivo comunitario de todas sus fundaciones, convivencia entrañable con El (Cfr. Fundaciones, 18,5), pero también sacrificio que ofrecemos al Padre, Pan sacratísimo que le presentamos, prenda que aplaca al Señor en esta tierra (Camino, 35), presencia inefable y comunión en nuestra existencia (Ib. 33-34).
- Presencia del Señor en los hermanos. La Santa sabe que Cristo esta presente en todos los hombres que ella reconoce como "hermanos míos e hijos de Dios". El está presente, según la teología del capitulo 25 de San Mateo, en los más pequeños: "Dejar la oración por cualquiera de estas dos cosas (caridad u obediencia) es regalarle y hacer por El, dicho por su boca: "Lo que hicisteis por uno de estos pequeñitos, hacéis por mí" ( Fundaciones, 5,3). "Los otros", son también morada donde Dios habita, hechura misma de Dios, su imagen y semejanza, personas con quienes Dios se comunica, por eso merecen amor y respeto. Es más, quien no ama al prójimo no ama a Dios, y quien sirve por amor al prójimo deja "a Dios por Dios" y posee mas hondamente a Dios (Cfr, Exclamación 2). Por eso la regla del amor pone la prioridad en la "señal" que amamos a Dios porque amamos al prójimo. La Santa desarrolla una certera pedagogía del amor a los hermanos, positiva y negativa ( Camino, 6-7; Moradas V, 3; VII, 4, 4 y ss.). Ella misma nos da el ejemplo más sublime de amor y servicio de los más pobres. hasta en los últimos días de su vida, sellados por el servicio amoroso de los pobres en el hospital de la Concepción de Burgos, donde regala a los enfermos que al irse la reclamarán con añoranza por sus conversaciones y cariño.
He aquí una amplia síntesis de la experiencia teresiana de la oración centra da en el Evangelio y en la vida, con una sensibilidad para comprender el misterio de Cristo en su plenitud y vivirlo con intenso compromiso apostólico de servicio.
CONCLUSION
Teresa de Jesús nos brinda su rica experiencia del Señor Jesús para que des de su doctrina y pedagogía podamos revivir hoy nosotros nuestra experiencia de Cristo en nuestra Iglesia y en nuestra historia. No se trata simplemente de copiar o de repetir, porque las circunstancias eclesiales y sociales son diversas. Como diversas son las posibilidades apostólicas de servicio concreto a la Iglesia y a los pobres que ella en su tiempo no tuvo.
El que sigue a Cristo abraza su causa, como Teresa la supo abrazar en plenitud, abierta a esa visión de la Iglesia como Reino de Dios que padece violencia en la lucha.
Teresa de Jesús ha descubierto la plenitud del misterio de Cristo y nos la ha mostrado en todas sus facetas para que no la reduzcamos con visiones partidistas o miopes.
La Santa eligió la causa de los más necesitados y tuvo una sensibilidad especial por los pobres, enfermos, necesitados. Un testigo nos dice de la Madre: "Tenía por gran error no compadecerse de los que padecían trabajos por el hecho de que en ellos se pueden ganar méritos, y le parecía error muy grave no compadecerse unos de otros y ayudarnos cuanto pudiéramos; y me contaba que no le era posible pasar ningún día sin hacer algunas obras de piedad" (Ana de Jesús). Amó la pobreza y los pobres porque como recuerda su compañera Isabel de Santo Domingo: "Cristo con sus discípulos, pobre y gente humilde, había querido fundar la Iglesia, y aunque había habido escándalo, la obra de Dios se había hecho.."
El mismo Señor le recordó en una ocasión a Santa, Teresa que tenía que estar con los pobres y tener cuidado de los enfermos porque El había, fundado la Iglesia con pobres pescadores y los que no se compadecen de los que sufren son como los amigos de Job.
Un reto teresiano desde Cristo para una vida como la suya y a su servicio. Si la oración nos descubre a Cristo en la plenitud de su humanidad es para que vivamos nuestra humanidad según la medida del Evangelio. Para vivir en Cristo, ideal contemplativo de Teresa y ofrecimiento que ella hace a todos los que siguen su camino de oración, hay que vivir como Cristo. Y El nos indica el camino del amor y del servicio a los más necesitados, Por eso la búsqueda de Cristo en la oración nos descubre el rostro de Cristo en esos rostros de nuestros hermanos en los que Cristo está presente y nos pide ser servido por amor para que también ellos consigan una plenitud de vida cristiana en el desarrollo de su plena humanidad y de su divinidad de hijos de Dios.
P. Jesús Castellano Cervera OCD

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  14. ¿Cómo rezar cuando las cosas cuestan y cuando no?
  15. Antropología y oración
  16. Video: Oración al amanecer
  17. Meditación: nuestro único Dios
  18. 7 medios prácticos para formar el hábito de la presencia de Dios
  19. Video: Oración - Diálogo con Dios en la noche
  20. Meditación: Misericordia, Dios mio, por tu bondad
  21. Meditación: nuestro único Dios
  22. 7 medios prácticos para formar el hábito de la presencia de Dios
  23. Video: Oración - Diálogo con Dios en la noche
  24. Meditación: Misericordia, Dios mio, por tu bondad
  25. Cómo convertirse en el amado
  26. ¿Cuál es la práctica más necesaria de la vida espiritual?
  27. Video: Oración-Muéstrame tu rostro Señor
  28. Meditación: la sierva del Señor
  29. La oración de los cinco sentidos
  30. ¿Cómo vivir en la presencia de Dios?
  31. Video: Oración-Muéstrame tu rostro Señor
  32. Meditación: la sierva del Señor
  33. La oración de los cinco sentidos
  34. ¿Cómo vivir en la presencia de Dios?
  35. Video: Oración para aumentar la confianza
  36. Meditación: el secreto de los humildes
  37. Madre mía, “hágase” en mi vida como en la tuya
  38. Hoy di: ¡Gracias, Padre!
  39. Video - Necesito silencio y soledad
  40. Meditación: Discípulos de todas las naciones
  41. Madre mía, “hágase” en mi vida como en la tuya
  42. Hoy di: ¡Gracias, Padre!
  43. Video - Necesito silencio y soledad
  44. Meditación: Discípulos de todas las naciones
  45. Bienaventuranzas de la ternura de Dios
  46. Oración de liberación
  47. Oración para pedir la protección de Dios - Video
  48. Meditación - Misión de Cristo
  49. Carta al Niño Dios
  50. ¿Tienes tentaciones?
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  • Hoy Fiesta de San Pedro de Alcántara ,que ha escrito ELTRATADO DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN

    TRATADO DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN

    San Pedro de Alcántara

    1499 - 1562



    Tratado de la oración y meditación compuesto por el padre Fray Pedro de Alcántara, fraile menor de la Orden del Bienaventurado San Francisco, dirigido al muy magnífico y muy devoto señor Rodrigo de Chaves vecino de Ciudad Rodrigo.


    Muy magnífico y muy devoto señor:

    Nunca yo me moviera a recopilar este breve tratado, ni a consentir que se imprimiese, si no fuese por las muchas veces que vuestra merced me mandó que escribiese alguna cosa de oración, breve y compendiosa, y con claridad, cuyo provecho fuese más común; pues siendo de pequeño volumen y precio, aprovecharía a los pobres, que no tienen tanta posibilidad para libros más costosos, y escribiéndose con más claridad, aprovechara a los simples, que no tienen tanto caudal de entendimiento. Y pareciéndome, que no es de menor mérito obedecer en este caso a quien pide cosa tan piadosa y santa, que el fruto que se pueda sacar de ella, quise poner en ejercicio tan santo mandamiento, bien certificado, que para mí no puede este pequeño trabajo dejar de ser de provecho, si la mucha afición y voluntad que tengo al servicio de V. M. y de la señora Doña Francisca vuestra compañera, no menos ligada con vuestra merced con el vínculo de la caridad y amor en jesucristo nuestro


    Bien, que con el del matrimonio, no me lleva alguna parte del merecimiento. Aunque sí es verdad (como lo es) que todo el bien que hacen nuestros hermanos, de que nos gozamos los cristianos, resulta en mérito particular del que se huelga, bien podré yo decir Quod particeps sum devotionis vestrae, y de todas vuestras buenas obras, pues como hijos muy queridos en el Señor (que así quiero llamar a vuestras mercedes), pues me tenéis por Padre, nunca ha faltado la pobreza de mi doctrina e industria de ayudar a la riqueza de vuestros santos propósitos y altos pensamientos. Y habiendo leído muchos libros acerca de esta materia, de ellos en breve he sacado y recopilado lo que mejor y más provechoso me ha parecido. Plegue al Señor que así aproveche a todos los que le buscan, pues no es para los demás, y que consiga vuestra merced el interés espiritual de su buen deseo, y yo el de su buena voluntad; toda a honra y gloria de Jesucristo nuestro Bien, cuyo es todo lo que es bueno.


    PRIMERA PARTE





    DEL FRUTO QUE SE SACA DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN


    Porque este tratado breve habla de oración y meditación, será bien decir en pocas palabras el fruto que de este santo ejercicio se puede sacar, porque con más alegre corazón se ofrezcan los hombres a él.


    Notoria cosa es que uno de los mayores impedimentos que el hombre tiene para alcanzar su última felicidad y bienaventuranza, es la mala inclinación de su corazón, y la dificultad y pesadumbre que tiene para bien obrar; porque a no estar ésta de por medio, facilísima cosa le sería correr por el camino de las virtudes y alcanzar el fin para que fue criado. Por lo cual dijo el Apóstol (Rom.7,23): Huélgome con la ley de Dios, según el hombre interior; pero siento otra ley e inclinación en mis miembros, que contradice a la ley de mi espíritu. Y me lleva tras sí cautivo a la ley del pecado. Ésta es, pues, la causa más universal que hay de todo nuestro mal. Pues para quitar esta pesadumbre y dificultad y facilitar este negocio, una de las cosas que más aprovechan es la devoción. Porque (como dice Santo Tomás) no es otra cosa devoción sinos una prontitud y ligereza para bien obrar, la cual despide de nuestra ánima toda esa dificultad y pesadum y nos hace prontos y ligeros para todo bien. Porque es una refección espiritual, un refresco y rocío del cielo, un soplo y aliento del Espíritu Santo y un afecto sobrenatural; el cual, de tal manera regla, esfuerza y transforma el corazón del hombre, que le pone nuevo gusto y aliento para las cosas espirituales, y nuevo disgusto y aborrecimiento de las sensuales. Lo cual nos muestra la experiencia de cada día, porque al tiempo que una persona espiritual sale de alguna profunda y devota oración, allí se le renuevan todos los buenos propósitos; allí son los favores y determinaciones de bien obrar; allí el deseo de agradar y amar a un Señor tan bueno y dulce como allí se le ha mostrado, y de padecer nuevos trabajos y asperezas, y aun derramar sangre por Él; y, finalmente, reverdece y se renueva toda la frescura de nuestra alma.


    Y si me preguntas por qué medios se alcanza ese poderoso y tan notable afecto de devoción, a esto responde el mismo santo doctor diciendo: que por la meditación y contemplación de las cosas divinas; porque de la profunda meditación y consideración de ellas redunda este afecto y sentimiento acá en la voluntad, que llamamos devoción, el cual nos incita y mueve a todo bien. Y por eso es tan alabado y encomendado este santo y religioso ejercicio de todos los santos; porque es medio para alcanzar la devoción, la cual, aunque no es más que una sola virtud, nos habilita y mueve a todas las otras virtudes, y es como un estímulo general para todas ellas. Y si quieres ver cómo esto es verdad, mira cuán abiertamente lo dice San Buenaventura (en De vita Christi) por estas palabras:


    Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, seas hombre de oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conocer las astucias de Satanás, y defenderte de sus engaños, seas hombres de oración. Si quieres vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración. Si la quieres sustentar con la grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer y confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Finalmente, si quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oración; porque en ella se recibe la unción y gracia del Espíritu Santo, la cual enseña todas las cosas. Y demás de esto, si quieres subir a la alteza de la contemplación y gozar de los dulces abrazos del Esposo, ejercítate en la oración, porque éste es el camino por donde sube el ánima a la contemplación y gusto de las cosas celestiales. Ves, pues, de cuánta virtud y poder sea la oración? Y para prueba de todo lo dicho (dejado aparte el testimonio de las Escrituras Divinas), esto basta agora por suficiente probanza que habemos oído y visto, y vemos cada día muchas personas simples, las cuales han alcanzado todas estas cosas susodichas y otras mayores mediante el ejercicio de la oración. Hasta aquí son palabras de San Buenaventura. Pues ¿qué tesoro, qué tienda se puede hallar más rica, ni más llena que ésta? Oye también lo que dice a este propósito otro muy religioso y santo Doctor', hablando de esta misma virtud: En la oración (dice él), se alimpia el ánima de los pecados, apaciéntase la caridad, certifícase la fe, fortalécese la esperanza, alégrase el espíritu, derrítense las entrañas, purifícase el corazón, descúbrese la verdad, véncese la tentación, huye la tristeza, renuévanse los sentidos, repárase la virtud enflaquecida, despídese la tibieza, consúmese el orín de los vicios, y en ella no faltan centellas vivas de deseos del cielo, entre los cuales arde la llama del divino amor. ¡Grandes son las excelencias de la oración! ¡Grandes son sus privilegios! A ella están abiertos los Cielos. A ella se descubren los secretos, y a ella están siempre atentos los oídos de Dios. Esto basta ahora para que en alguna manera se vea el fruto de este santo ejercicio.




    DE LA MATERIA DE LA MEDITACIÓN


    Visto de cuánto fruto sea la oración y meditación, veamos ahora cuáles sean las cosas que debemos meditar. A lo cual se responde, que por cuanto este santo ejercicio se ordena a criar en nuestros corazones amor y temor de Dios, y guarda de sus mandamientos, aquélla será más conveniente materia de este ejercicio que más hiciere a este propósito. Y aunque sea verdad que todas las cosas criadas y todas las espirituales sagradas nos muevan a esto; pero, generalmente hablando, los misterios de nuestra fe, que se contienen en el Símbolo, que es el Credo, son los más eficaces y provechosos para esto. Porque en él se trata de los beneficios divinos, del juicio final, de las penas del Infierno y de la gloria del Paraíso, que son grandísimos estímulos para mover nuestro corazón al amor y temor de Dios, y en él también se trata la Vida y Pasión de Cristo nuestro Salvador, en la cual consiste todo nuestro bien. Estas dos cosas señaladamente se tratan en el Símbolo, y éstas son las que más ordinariamente rumiamos en la meditación, por lo cual con mucha razón se dice que el Símbolo es la materia propiísima de este santo ejercicio, aunque también lo será para cada uno lo que más moviere su corazón al amor y temor de Dios.


    Pues, según esto, para introducir a los nuevos y principiantes en este camino (a los cuales conviene dar el manjar como digesto y masticado), señalaré aquí brevemente dos maneras de meditaciones para todos los días de la semana, unas para la noche, y otras para la mañana, sacadas por la mayor parte de los misterios de nuestra fe, para que así como damos a nuestro cuerpo dos refecciones cada día, así también las demos al ánima, cuyo pasto es la meditación y consideración de las cosas divinas. De estas meditaciones, las unas son de los Misterios de la Sagrada Pasión y Resurrección de Cristo, y las otras de los otros Misterios que ya dijimos. Y quien no tuviere tiempo para recogerse dos veces al día, a lo menos podrá una semana meditar unos Misterios y otra los otros, o quedarse con solos los de la Pasión y Vida de Jesucristo (que son los más principales), aunque los otros no conviene que se dejen a principio de la conversión, porque son irás convenientes para este tiempo, donde principalmente se requiere temor de Dios, dolor y detestación de los pecados.


    Síguense las primeras siete meditaciones para los días de la semana.


    CAPÍTULO II.1. EL LUNES


    Este día podrás entender en la memoria de los pecados, y en el conocimiento de ti mismo, para que en lo uno veas cuántos males tienes, y en lo otro cómo ningún bien tienes que no sea de Dios, que es el medio por donde se alcanza la humildad, madre de todas las virtudes.


    Para esto debes primero pensar en la muchedumbre de los pecados de la vida pasada, especialmente en aquellos que hiciste en el tiempo que menos conocías a Dios. Porque si lo sabes bien mirar, hallarás que se han multiplicado sobre los cabellos de tu cabeza, y que viviste en aquel tiempo como un gentil, que no sabe qué cosa es Dios. Discurre, pues, brevemente por todos los diez mandamientos y por los siete pecados mortales, y verás que ninguno de ellos hay en que no hayas caído muchas veces, por obra o por palabra o pensamiento.


    Lo segundo, discurre por todos los beneficios divinos, y por los tiempos de la vida pasada, y mira en qué los has empleado; pues de todos ellos has de dar cuenta a Dios. Pues dime ahora, ¿en qué gastaste la niñez? ¿En qué la mocedad? ¿En qué la juventud? ¿En qué, finalmente, todos los días de la vida pasada? ¿En qué ocupaste los sentidos corporales y las potencias del ánima que Dios te dio para que lo conocieses y sirvieses? ¿En qué se emplearon tus ojos, sino en ver la vanidad? ¿En qué tus oídos, sino en oír la mentira, y en qué tu lengua, sino en mil maneras de juramentos y murmuraciones, y en qué tu gusto, y tu oler, y tu tocar, sino en regalos y blanduras sensuales?


    ¿Cómo te aprovechaste de los Santos Sacramentos, que Dios ordenó para tu remedio? ¿Cómo le diste gracias por sus beneficios? ¿Cómo respondiste a sus inspiraciones? ¿En qué empleaste la salud y las fuerzas, y las habilidades de la naturaleza, y los bienes que dicen de fortuna, y los aparejos y oportunidades para bien vivir? ¿Qué cuidado tuviste de tu prójimo, que Dios te encomendó, y de aquellas obras de misericordia que te señaló para con él? ¿Pues qué responderás en aquel día de la cuenta, cuando Dios te diga (Lc.16,2): Dame cuenta de tu mayordomía, y de la cuenta que te entregué; porque ya no quiero que trates más en ella? ¡Oh árbol seco y aparejado para los tormentos eternos! ¿Qué responderás en aquel día, cuanto te pidan cuenta de todo el tiempo de tu vida y de todos los puntos y momentos de ella?


    Lo tercero, piensa en los pecados que has hecho y haces cada día, después que abriste más los ojos al conocimiento de Dios, y hallarás que todavía vive en ti Adán con muchas de las raíces y costumbres antiguas. Mira cuán desacatado eres para con Dios, cuán ingrato a sus beneficios, cuán rebelde a sus inspiraciones, cuán perezoso para las cosas de su servicio, las cuales nunca haces ni con aquella presteza y diligencia, ni con aquella pureza de intención que debías, sino por otros respetos e intereses del mundo.


    Considera cuán duro eres para con el prójimo, y cuán piadoso para contigo, cuán amigo de tu propia voluntad, y de tu carne, y de tu honra, y de todos tus intereses. Mira cómo todavía eres soberbio, ambicioso, airado, súbito, vanaglorioso, envidioso, malicioso, regalado, mudable, liviano, sensual, amigo de tus recreaciones y conversaciones y risas y parlerías. Mira cuán inconstante eres en los buenos propósitos, cuán inconsiderado en tus palabras, cuán desproveído en tus obras, y cuán cobarde y pusilánime para cualesquier graves negocios.


    Lo cuarto, considera ya por este orden la muchedumbre de tus pecados, considera luego la gravedad de ellos, para que veas cómo por todas partes es crecida tu miseria. Para lo cual debes primeramente considerar estas tres circunstancias en los pecados de la vida pasada, conviene a saber: Contra quién pecaste, por qué pecaste y en qué manera pecaste. Si miras contra quién pecaste, hallarás que pecaste contra Dios, cuya bondad y majestad es infinita, y cuyos beneficios y misericordias para con el hombre sobrepujan las arenas del mar; mas, ¿por qué causa pecaste? Por un punto de honra, por un deleite de bestias, por un cabello de interés y muchas veces sin interés; por sola costumbre y desprecio de Dios. Mas ¿en qué manera pecaste? Con tanta facilidad, con tanto atrevimiento, tan sin escrúpulo, tan sin temor y a veces con tanta facilidad y contentamiento, como si pecaras contra un Dios de palo, que ni sabe ni ve lo que pasa en el mundo. ¿Pues ésta era la honra que se debía a tan alta majestad? ¿Éste es el agradecimiento de tantos beneficios? ¿Así se paga aquella sangre preciosa que se derramó en la Cruz, y aquellos azotes y bofetadas que se recibieron por ti? ¡Oh miserable de ti por lo que perdiste, y mucho más por lo que hiciste, y muy mucho más si con todo esto no sientes tu perdición! Después de esto, es cosa de grandísimo provecho detener un poco los ojos de la consideración en pensar tu nada; esto es, cómo de tu parte no tienes otra cosa más que nada y pecado, y cómo todo lo demás es de Dios; porque claro está que así los bienes de naturaleza como los de gracia (que son los mayores), son todos suyos; porque suya es la gracia de la predestinación (que es la fuente de todas las otras gracias), y suya la de la vocación, y suya la gracia concomitante, y suya la gracia de la perseverancia, y suya la gracia de la vida eterna. Pues ¿qué tienes, de qué te puedes gloriar, sino de nada, y pecado? Reposa, pues, un poco en la consideración de esa nada, y pon esto sólo a tu cuenta, y todo lo demás a la de Dios, para que clara, y palpablemente veas quién eres tú y quién es El; cuán pobre tú y cuán rico El, y, por consiguiente, cuán poco debes confiar en ti y estimar a ti, y cuánto confiar en El, amar a Él y gloriarte en Él.


    Pues consideradas todas estas cosas arriba dichas, siente de ti lo más bajamente que te sea posible. Piensa que no eres más que una cañavera, que se muda a todos vientos, sin peso, sin virtud, sin firmeza, sin estabilidad y sin ninguna manera de ser. Piensa que eres un Lázaro de cuatro días muerto, y un cuerpo hediondo y abominable, lleno de gusanos, que todos cuantos pasan se tapan las narices y los ojos para no verlo. Parézcate que de esta manera hiedes delante de Dios y de sus ángeles, y tente por indigno de alzar los ojos al cielo, y de que te sustente la tierra, y de que te sirvan las criaturas, y del mismo pan que comes y del aire que recibes.


    Derríbate con aquella pública pecadora a los pies del Salvador, y cubierta tu cara de confusión con aquella vergüenza que padecería una mujer delante de su marido cuando le hubiese hecho traición, y con mucho dolor y arrepentimiento de tu corazón pídele perdón de tus yerros, y que por su infinita piedad y misericordia haya por bien volverte a recibir en su casa.


    CAPÍTULO II.2. EL MARTES


    Este día pensarás en las miserias de la vida humana para que por ella veas cuán vana sea la gloria del mundo y cuán digna de ser menospreciada, pues se funda sobre tan flaco cimiento como esta tan miserable vida; y aunque los defectos y miserias de esta vida sean casi innumerables, tú puedes ahora señaladamente considerar estas siete.


    Primeramente, considera cuán breve sea esta vida, pues el más largo tiempo de ella es de setenta u ochenta años, porque todo lo demás, si algo queda, como dice el Profeta (Ps.89,10), es trabajo y dolor, y si de aquí se saca el tiempo de la niñez, que más es vida de bestias que de hombres, el que se gasta durmiendo, cuando no usamos de los sentidos ni de la razón (que nos hace hombres), hallaremos ser aún más breve de lo que parece. Y si sobre todo esto lo comparas con la eternidad de la vida venidera, apenas te parecerá un punto. Por donde verás cuán desvariados son los que por gozar de este soplo de vida tan breve se ponen a perder el descanso de aquella que para siempre ha de durar. Lo segundo, considera cuán incierta sea esta vida (que es otra miseria sobre la pasada), porque no basta ser de suyo tan breve como es, sino que ese poco que hay de vida no está seguro, sino dudoso. Porque ¿cuántos llegan a esos setenta u ochenta años que dijimos? ¿A cuántos se corta la tela en comenzándose a tejer? ¿Cuántos se van en flor, como dicen, o en agraz? No sabéis, dice el Salvador (Mc.13,35) cuándo vendrá vuestro Señor, si a la mañana, si al medio día, si a la media noche, si al canto del gallo.


    Aprovecharte ha, para mejor sentir esto, acordarte de la muerte de muchas personas que habrás conocido -en este mundo, especialmente de tus amigos y familiares, y de algunas personas ilustres y señaladas, a las cuales salteó la muerte en diversas edades, y dejó burlados todos sus propósitos y esperanzas.


    Lo tercero, piensa cuán frágil y quebradiza sea esta vida, y hallarás que no hay vaso de vidrio tan delicado como ella es, pues un aire, un sol, un jarro de agua fría, un vaho de un enfermo, basta para despojarnos de ella, como parece por las experiencias cotidianas de muchas personas, a las cuales en lo más florido de su edad basta para derribar cualquier ocasión de las sobredichas.


    Lo cuarto, considera cuán mudable es y cómo nunca permanece en un mismo ser. Para lo cual debes considerar cuánta sea la mudanza de nuestros cuerpos, los cuales nunca permanecen en una misma salud y disposición, y cuánto mayor la de los ánimos, que siempre andan como la mar alterados con diversos vientos y olas de pasiones y apetitos y cuidados que a cada hora nos perturban y, finalmente, cuántas sean las mudanzas que dicen de la fortuna, que nunca consiente mucho permanecer, ni en un mismo estado, ni en una misma prosperidad y alegría las cosas de la vida humana, sino siempre rueda de un lugar a otro. Y, sobre todo esto, considera cuán continuo sea el movimiento de nuestra vida, pues día y noche nunca para, sino siempre va perdiendo de su derecho. Según esto, ¿qué es nuestra vida sino una candela, que siempre se está gastando, y mientras más arde y resplandece, más se gasta? (Iob.14,2): ¿ Qué es nuestra vida, sino una flor que abre a la mañana y al medio día se marchita, y a la tarde se seca?


    Pues por razón de esta continua mudanza, dice Dios por Isaías (Is.40,6): Toda carne es heno, y toda la gloria de ella es como la flor del campo. Sobre las cuales palabras dice San Jerónimo: Verdaderamente, quien considerare la fragilidad de nuestra carne, y cómo en todos los puntos y momentos de tiempo crecemos y decrecemos, sin jamás permanecer en un mismo estado, y cómo esto que ahora estamos hablando, trazando y escudriñando, se está quitando de nuestra vida, no dudará llamar a nuestra carne heno, y toda su gloria como la flor del campo. El que ahora es niño de teta, súbitamente se hace muchacho, y el muchacho, mozo, y el mozo muy pronto llega a la vejez, y primero se halla viejo que se maraville de ver cómo ya no es mozo. Y la mujer hermosa, que llevaba tras sí las manadas de los mozuelos locos, muy presto descubre la frente arada con arrugas, y la que antes era amable, de ahí a poco viene a ser aborrecible.


    Lo quinto, considera cuán engañosa sea (que por ventura es lo' peor que tiene, pues a tantos engaña, y tantos y tan ciegos amadores lleva tras sí), pues siendo fea nos parece hermosa, siendo amarga nos parece dulce, siendo breve, a cada uno la suya, le parece larga, y siendo tan miserable, parece tan amable, que no hay peligro ni trabajo a que no se pongan los hombres por ella, aunque sea con detrimento de la vida perdurable, haciendo cosas por donde vengan a perder la vida perdurable.


    Lo sexto, considera cómo además de ser tan breve, etc. (según está dicho), eso poco que hay de vida está sujeto a tantas miserias, así del ánima como del cuerpo, que todo ello no es otra cosa sino un valle de lágrimas y un piélago de infinitas miserias. Escribe San Jerónimo que Jerjes, aquel poderosísimo rey que derribaba los montes y allanaba los mares, como se subiese a un monte alto a ver desde allí un ejército que tenía juntado de infinitas gentes, después que lo hubo bien mirado, dice que se paró a llorar. Y preguntado por qué lloraba, respondió: Lloro porque de aquí a cien años no estará vivo ninguno de cuantos allí veo presentes. ¡Oh si pudiésemos (dice San Jerónimo) subirnos a alguna atalaya, que dende allá pudiésemos ver toda la tierra debajo de nuestros pies! Dende ahí verías las caídas y miserias de todo el mundo, y gentes destruidas por gentes, y reinos por reinos. Verías cómo a unos atormentan, a otros matan; unos se ahogan en la mar, otros son llevados cautivos. Aquí verás bodas, allí llanto; aquí matar unos, allí morir otros; unos abundar en riquezas, otros mendigar. Y finalmente verías no solamente el ejército de jerjes, sino a todos los hombres del mundo que ahora son, los cuales de aquí a pocos días acabarán. Discurre por todas las enfermedades y trabajos de los cuerpos humanos y por todas las aflicciones y cuidados de los espíritus, y por los peligros que hay, así en todos los estados como en todas las edades de los hombres, y verás aún más claro cuántas sean las miserias de esta vida, pues que viendo tan claramente cuán poco es todo lo que el mundo puede dar, más fácilmente menosprecies tanto lo que hay en él.


    A todas estas miserias sucede la última, que es morir, la cual, así para lo del cuerpo como para lo del ánima, es la última de todas las cosas terribles; pues el cuerpo será en un punto despojado de todas las cosas, y del ánima se ha de determinar entonces lo que para siempre ha de ser.


    Todo esto te dará a entender cuán breve y miserable sea la gloria del mundo (pues tal es la vida de los mundanos sobre que se funda) y, por consiguiente, cuán digna sea ella de ser hollada y menospreciada.


    CAPÍTULO II.3. EL MIÉRCOLES


    Este día pensarás en el paso de la muerte, que es una de las más provechosas consideraciones que hay, así para alcanzar la verdadera sabiduría como para huir del pecado, como también para comenzar con tiempo a aparejarse para la hora de la cuenta.


    Piensa, pues, primeramente, cuán incierta es aquella hora en que te ha de saltear la muerte, porque no sabes en qué día, ni en qué lugar, ni en qué estado te tomará. Solamente sabes que has de morir, todo lo demás está incierto; sino que ordinariamente suele sobrevenir esta hora al tiempo que el hombre está más descuidado y olvidado de ella.


    Lo segundo piensa en el apartamiento que allí habrá, no sólo entre todas las cosas que se aman en esta vida, sino también entre el ánima y el cuerpo, compañía tan antigua y tan amada. Si se tiene por grande mal el destierro de la patria y de los aires en que el hombre se crió, pudiendo el desterrado llevar consigo todo lo que ama, ¿cuánto mayor será el destierro universal de todas las cosas de la casa, y de la hacienda, y de los hijos, y de esta luz y aire común, y, finalmente, de todas las cosas? Si un buey da bramidos cuando lo apartan de otro buey con quien araba, qué bramido será el de tu corazón cuando te aparten de todos aquellos con cuya compañía trajiste a cuestas el yugo de las cargas de esta vida?


    Considera también la pena que el hombre allí recibe cuando se le representa en lo que han de parar el cuerpo y el ánima después de la muerte, porque del cuerpo ya sabe que no le puede caber otra suerte mejor que un hoyo de siete pies de largo en compañía de los otros muertos; mas del ánima no sabe cierto lo que será, ni qué suerte le ha de caber. Ésta es una de las mayores congojas que allí se padecen: saber que hay gloria y pena para siempre, y estar tan cerca de lo uno y de lo otro, y no saber cuál de estas dos suertes tan desiguales nos ha de caber.


    Tras ésta congoja se sigue otra no menor, que es la cuenta que allí se tiene de dar, la cual es tal que hace temblar aún a los más esforzados. De Arsenio se escribe que estando ya para morir empezó a temer. Y como sus discípulos le dijesen: Padre, y tú ahora temes. Respondió: Hijos, no es nuevo en mí este temor, porque siempre viví con él. Allí, pues, se le representan al hombre todos los pecados de la vida pasada como un escuadrón de enemigos que vienen a dar sobre él, y los más grandes y en qué mayor deleite recibió, ésos se representan más vivamente y son causa de mayor temor. ¡Oh, cuán amarga es allí la memoria del deleite pasado, que en otro tiempo parecía más dulce! Por cierto, con mucha razón, dijo el Sabio (Prov.23,31-32): No mires al vino cuando está rubio y cuando resplandece en el vidrio su color, porque aunque el tiempo del beber parece blando, mas a la postre muerde como culebra y derrama su- ponzoña como basilisco. Éstas son las heces de aquel brebaje ponzoñoso del enemigo; éste es el dejo que tiene aquel cáliz de Babilonia por de fuera dorado. Pues entonces el hombre miserable, viéndose cercado de tantos acusadores, comienza a temer la tela de este juicio y a decir entre sí: Miserable de mí, que tan engañado he venido y por tales caminos he andado, ¿qué será de mi obra en este juicio? Si San Pablo dice (Gal.6,8) que lo que el hombre hubiere sembrado, eso cogerá, yo que ninguna otra cosa he sembrado, sino obras de carne, ¿qué espero coger de aquí sino corrupción?


    Si San Juan dices (Apoc.21,27) que en aquella soberana ciudad, que es todo oro limpio, no ha de entrar cosa sucia, ¿qué espera quien tan sucia y tan torpemente ha vivido?


    Después de esto suceden los sacramentos de la Confesión y Comunión y de la Extremaunción, que es el último socorro con que la Iglesia nos puede ayudar en aquel trabajo, y así en éste como en los otros debes considerar las ansias y congojas que allí el hombre padecerá por haber vivido mal, y cuánto quisiera haber llevado otro camino, y qué vida haría entonces si le diesen tiempo para eso, y cómo allí se esforzará a llamar a Dios, y los dolores y la prisa de la enfermedad apenas le darán lugar.


    Mira también aquellos postreros accidentes de la enfermedad, que son como mensajeros de la muerte, cuán espantosos son y cuán para temer. Levántase el pecho, enronquécese la voz, muérense los pies, hiélanse las rodillas, afílanse las narices, húndense los ojos, párase el rostro difunto, y luego la lengua no acierta a hacer su oficio; finalmente, con la gran prisa del ánima que se parte, turbados todos los sentidos pierden su valor y su virtud. Mas, sobre todo, el ánima es la que allí padece los mayores. trabajos, porque allí está batallando y agonizado, parte por la salida y parte por el temor de la cuenta que se le apareja; porque ella, naturalmente, rehúsa la salida y ama la estada y teme la cuenta.


    Salida ya el ánima de la carne, aún te quedan dos caminos por andar, el uno acompañando el cuerpo hasta la sepultura, y el otro siguiendo el ánima hasta la determinación de su causa, considerando lo que a cada una de estas partes acaecerá. Mira, pues, cuál queda el cuerpo después que su ánima la desampara, y cuál esa noble vestidura que le aparejan para enterrarlo, y cuán presto procuran echarlo de casa. Considera su enterramiento con todo lo que él pasará, el doblar de las campanas, el preguntar todos por el muerto, los oficios y cantos dolorosos de la Iglesia, el acompañamiento y sentimiento che los amigos, y, finalmente, todas las particularidades que allí suelen acaecer hasta dejar el cuerpo en la sepultura, donde quedará sepultado en aquella tierra de perpetuo olvido.


    Dejado el cuerpo en la sepultura, vete luego en pos del ánima y mira el camino que llevará por aquella nueva región, y en lo que, finalmente, parará, y cómo será juzgada. Imagina que estás ya presente en este juicio, y que toda la corte del cielo está aguardando el fin de esta sentencia, donde se hará el cargo y el descargo de todo lo recibido hasta el cabo de la agujeta. Allí se pedirá cuenta de la vida, de la hacienda, de la familia, de las inspiraciones de Dios, de los aparejos que tuvimos para bien vivir, y sobre todo de la sangre de Cristo, y allí será cada uno juzgado según la cuenta que diere de lo recibido.


    CAPÍTULO II.4. EL JUEVES


    Este día pensarás en el juicio final, para que con esta consideración se despierten en tu ánima aquellos dos tan principales afectos que debe tener todo fin cristiano, conviene a saber: temor de Dios y aborrecimiento del pecado.


    Piensa, pues, primeramente, cuán terrible será aquel día en el cual se averiguarán las causas de todos los hijos de Adán, y se concluirán, los procesos de nuestras vidas, y se dará sentencia definitiva de lo que para siempre ha de ser. Aquel día abrazará en sí los días de todos los siglos presentes, pasados y los venideros, porque en él dará el mundo cuenta de todos estos tiempos y en él derramará la ira y saña que tiene recogida en todos los siglos. Pues que tan arrebatado saldrá entonces aquel tan caudaloso río de la indignación divina, teniendo tantas acogidas de ira y saña, cuantos pecados se han hecho dende el principio del mundo.


    Lo segundo, considera las señales espantosas que precederán a este día, porque, como dice el Salvador (Lc.21,11-55), antes que venga este día habrá señales en el sol y en la luna y en las estrellas, y, finalmente, en todas las criaturas del cielo y de la tierra. Porque todas ellas sentirán su fin antes que fenezcan, y se estremecerán y comenzarán a caer primero que caigan. Mas los hombres, dice, andarán secos y ahilados de muerte, oyendo los bramidos espantosos de la mar, y viendo las grandes olas y tormentas que levantará, barruntando por aquello las grandes calamidades y miserias que amenazan al mundo con tan temerosas señales. Y así andarán atónitos y espantados, las caras amarillas y desfiguradas, antes de la muerte muertos y antes del juicio sentenciados, midiendo los peligros con' sus propios temores, y tan ocupados cada uno con el suyo, que no se acordará del ajeno, aunque sea padre o hijo. Nadie habrá para nadie, porque nadie bastará para sí solo.


    Lo tercero, considera aquel diluvio universal de fuego que vendrá delante del juez, y aquel sonido temeroso de la trompeta que tocará el Arcángel para convocar todas las generaciones del mundo a que se junten en su lugar y se hallen presentes en juicio; y, sobre todo, la majestad espantable con que ha de venir el juez.


    Después de esto considera cuán estrecha será la cuenta que allí a cada uno se pedirá. Verdaderamente, dice Job (Job.3,3) no podrá ser el hombre justificado si se compara con Dios. Y si se quiere poner con Él en juicio, de mil cargos que le haga no le podrá responder a solo uno. Pues ¿qué sentirá entonces cada uno de los malos, cuando entre Dios con él en este examen, y allá dentro de su conciencia diga así?: Ven acá, hombre malo, ¿qué viste en mí, porque así me despreciaste y te pasaste al bando de mi enemigo? Yo te crié a mi imagen y semejanza. Yo te di la lumbre de la fe, y te hice cristiano, y te redimí con mi propia sangre. Por ti ayuné, caminé, velé, trabajé y sudé gotas de sangre. Por ti sufrí persecuciones, azotes, blasfemias, escarnios, bofetadas, deshonras, tormentos y cruz. Testigos son esta cruz y clavos que aquí parecen; testigos estas llagas de pies y manos, que en mi cuerpo quedaron; testigos el cielo y la tierra, delante de quien padecí. ¿Pues qué hiciste de esa ánima tuya, que yo con mi sangre hice mía; en cuyo servicio empleaste lo que yo compré tan caramente? ¡Oh, generación loca, adúltera! ¿por qué quisiste más servir a ese enemigo tuyo con trabajo, que a mí, tu Redentor y Criador, con alegría? Llaméos tantas veces, y no me respondisteis; toqué a vuestras puertas, y no despertasteis; extendí mis manos en la cruz, y no lo mirasteis; menospreciasteis mis consejos y todas mis promesas y amenazas; pues decid ahora vosotros, ángeles; juzgad vosotros, jueces, entre mí, y mi viña, ¿qué más debí yo hacer por ella de lo que hice? (Is.5) ¿Pues qué responderán aquí los malos, los burladores de las cosas divinas, los mofadores de la virtud, los menospreciadores de la simplicidad, los que tuvieron más cuenta con las leyes del mundo que con la de Dios, los que a todas sus voces estuvieron sordos, a todas sus inspiraciones insensibles, a todos sus mandamientos rebeldes y a todos sus azotes y beneficios, ingratos y duros? ¿Qué responderán los que vivieron como si creyeran que no había Dios, y los que con ninguna ley tuvieron cuenta, sino con sólo su interés? Qué haréis los tales, dice Isaías (Is.10,3) en el día de la visitación y calamidad que os vendrá de lejos? ¿A quién pediréis socorro, y qué os aprovechará la abundancia de vuestras riquezas?


    Lo quinto, considera, después de todo esto, la terrible sentencia que el juez fulminará contra los malos, y aquella temerosa palabra que hará reteñir las orejas de quien le oyere: Sus labios, dice Isaías (Is.30,27) están llenos de indignación, y su lengua es como fuego que traga. ¿Qué fuego abrasará tanto como aquellas palabras (Mt.25,45): Apartaos de mí, malditos, al fuego perdurable que está aparejado para Satanás y para sus ángeles? En cada una de las cuales palabras tienes mucho que sentir y que pensar, en el apartamiento, en la maldición, en el fuego, en la compañía y, sobre todo, en la eternidad.


    CAPÍTULO II.5. EL VIERNES


    Este día meditarás en las penas del infierno, para que con esta meditación también se confirme más tu ánima en el temor de Dios y aborrecimiento del pecado.


    Estas penas, dice San Buenaventura, se deben imaginar debajo de algunas figuras y semejanzas corporales que los santos nos enseñaron. Por lo cual será cosa conveniente imaginar el lugar del infierno (según él mismo dice) como un lago obscuro y tenebroso, puesto debajo de la tierra, o como un pozo profundísimo lleno de fuego, o como una ciudad espantable y tenebrosa, que toda arde en vivas llamas, en la cual no suena otra cosa sino voces y gemidos de atormentadores y atormentados, con perpetuo llanto y crujir de dientes.


    Pues en este malaventurado lugar se padecen dos penas principales: la una que llaman de sentido y la otra de daño. Y cuanto a la primera, piensa cómo no habrá allí sentido alguno dentro ni fuera de ánima que no esté penando con su propio tormento, porque así como los malos ofendieron a Dios con todos sus miembros y sentidos y de todos hicieron armas para servir al pecado, así ordenará el que cada uno de ellos pene con su propio tormento y pague su merecido. Allí los ojos adúlteros y deshonestos padecerán con la visión horrible de los demonios. Allí las orejas que se dieron a oír mentiras y palabras torpes, oirán perpetuas blasfemias y gemidos. Allí las narices amadoras de perfumes y olores sensuales, serán . llenas de intolerable hedor. Allí el gusto que se regalaba con diversos manjares y golosinas, será atormentado con rabiosa hambre y sed. Allí la lengua murmuradora y blasfema será amargada con hiel de dragones. Allí el tacto amador de regalos y blanduras, andará nadando en aquellas heladas, dice Job, del río Cocyto (Job.21,33), y entre los ardores y llamas del fuego. Allí la imaginación padecerá con la aprensión de los dolores presentes; la memoria, con la recordación de los placeres pasados; el entendimiento, con la representación de los males venideros, y la voluntad, con grandísimas iras y rabias que los malos tendrán contra Dios. Finalmente, allí se hallarán en uno todos los males y tormentos que se pueden pensar, porque, como dice San Gregorio, allí habrá frío que no se pueda sufrir, fuego que no se pueda apagar, gusano inmortal, hedor intolerable, tinieblas palpables, azotes de atormentadores, visión de demonios, confusión de pecados y desesperación de todos los bienes. Pues dime ahora: si el menor de todos estos males que hay acá se padeciese por muy pequeño espacio de tiempo, sería tan recio de llevar, ¿qué será padecer allí en un mismo tiempo toda esta muche dumbre de males en todos los miembros y sentidos interiores y exteriores, y esto no por espacio de una noche sola, ni de mil, sino de una eternidad infinita? ¿Qué sentidos? ¿Qué palabras? ¿Qué juicio hay en el mundo que pueda sentir ni encarecer esto como es?


    Pues no es ésta la mayor de las penas que allí se pasan: otra hay sin comparación mayor, que es la que llaman los teólogos pena de daño, la cual es haber de carecer para siempre de la vista de Dios y de su gloriosa compañía, porque tanto es mayor una pena, cuanto priva al hombre de mayor bien, y pues Dios es el mayor bien de los bienes, así carecer de él será el mayor mal de los males, cual de verdad es éste.


    Éstas son las penas que generalmente competen a todos los condenados. Mas allende estas penas generales, hay otras particulares que allí padecerá cada uno conforme a la calidad de su delito. Porque una será allí la pena del soberbio, y otra la del envidioso, y otra la del avariento, y otra la del lujurioso, y así los demás. Allí se tasará el dolor conforme al deleite recibido, y la confusión conforme a la presunción y soberbia, y la desnudez conforme a la demasía y abundancia, y el hambre y sed conforme al regalo y la hartura pasada.


    A todas estas penas sucede la eternidad del padecer, que es como el sello y la llave de todas ellas, porque todo esto aún sería tolerable si fuese finito, porque ninguna cosa es grande si tiene fin. Mas pena que no tiene fin, ni alivio, ni declinación, ni disminución, ni hay esperanza que se acabará jamás, ni la pena, ni el que la da, ni el que la padece, sino que es como un destierro preciso y como un sambenito irremisible, que nunca jamás se quita; esto es cosa para sacar de juicio a quien atentamente lo considera.


    Ésta es, pues, la mayor de las penas que en aquel malaventurado lugar se padecen; porque si estas penas hubieran de durar por algún tiempo limitado, aunque fuera mil años, o cien mil años, o, como dice un Doctor, si esperasen que se habían de acabar en agotándose toda el agua del mar Océano, sacando cada mil años una sola gota del mar, aun esto les sería algún linaje de consuelo. Mas esto no es así, sino que sus penas compiten con la eternidad de Dios, y la duración de su miseria con la duración de su divina gloria; en cuanto Dios viviere, ellos morirán, y cuando Dios dejare de ser el que es, dejarán de ser ellos lo que son; pues en esta duración, en esta eternidad querría yo, hermano mío, que hincases los ojos de la consideración, y que (como animal limpio) rumiases ahora este paso dentro de ti, pues clama en su Evangelio aquella eterna verdad, diciendo: El cielo y la tierra faltarán; mas mis palabras no faltarán (Mt.24,24-25).


    CAPÍTULO II.6. EL SÁBADO


    Este día pensarás en la gloria de los bienaventurados, para que por aquí se mueva tu corazón al menosprecio del mundo y deseo de la compañía de ellos. Pues para entender algo de este bien puedes considerar estas cinco cosas, entre otras que hay en él, conviene a saber: la excelencia del lugar, el gozo de la compañía, la visión de Dios, la gloria de los cuerpos y, finalmente, el cumplimiento de todos los bienes que allí hay.


    Primeramente, considera la excelencia del lugar, y señaladamente la grandeza del que es admirable, porque cuando el hombre lee en algunos graves autores que cualquiera de las estrellas del cielo es mayor que toda la tierra, y aunque hay algunas de ellas de tan notable grandeza, que son noventa veces mayores que toda ella; y con esto alza los ojos al cielo, y ve en él tanta muchedumbre de estrellas y tantos espacios vacíos, donde podrían caber otras tantas muchas más, cómo no se espanta? ¿Cómo no queda atónito y fuera de sí considerando la inmensidad de aquel lugar, y mucho más la de aquel soberano Señor que lo creó?


    Pues la hermosura de él no se puede explicar con palabras, porque si en este valle de lágrimas y lugar de destierro creó Dios cosas tan admirables y de tanta hermosura, ¿qué habrá creado en aquel lugar que es aposento de su gloria, trono de su grandeza, palacio de Su Majestad, casa de sus escogidos y paraíso de todos los deleites?


    Después de la excelencia del lugar considera la nobleza de los moradores de él, cuyo número, cuya santidad, cuyas riquezas y hermosura excede todo lo que se puede pensar. San Juan dice (Apc.5,7) que es tan grande la muchedumbre de los escogidos, que nadie basta para poder contarlos. San Dionisio dice que es tan grande el número de los ángeles, que excede sin comparación al de todas cuantas cosas materiales hay en la tierra. Santo Tomás, conformándose con este parecer, dice: Que así como la grandeza de los cielos excede a la tierra sin proporción, así la muchedumbre de aquellos espíritus gloriosos excede a la de todas las cosas materiales que hay en este mundo con esta misma ventaja. Pues ¿qué cosa puede ser más admirable? Por cierto, cosa es ésta que, si bien se considerase, bastaba para dejar atónitos a todos los hombres. Y si cada uno de aquellos bienaventurados espíritus (aunque sea el menor de ellos) es más hermoso de ver que todo este mundo visible, ¿qué será ver tanto número de espíritus tan hermosos y ver las perfecciones y oficios de cada uno de ellos? Allí discurren los ángeles, ministran los arcángeles, triunfan los principados y alégranse las potestades, enseñorean las dominaciones, resplandecen las virtudes, relampaguean los tronos, lucen los querubines y arden los serafines, y todos cantan alabanzas a Dios. Pues si la compañía y comunicación de los buenos es tan dulce y amigable, ¿qué será tratar allí con tantos buenos, hablar con los apóstoles, conversar con los profetas, comunicar con los mártires y con todos los escogidos?


    Y si tan grande gloria es gozar de la compañía de los buenos, ¿qué será gozar de la compañía y presencia de Aquel a quien alaban las estrellas de la mañana, de cuya hermosura el sol y la luna se maravillan, ante cuyo merecimiento se arrodillan los ángeles y todos aquellos espíritus soberanos? ¿Qué será ver aquel bien universal en quien están todos los bienes, y aquel mundo mayor en quien están todos los mundos, y Aquel que siendo Uno es todas las cosas, y siendo simplicísimo, abraza las perfecciones de todas? Si tan grande cosa fue oír y ver al rey Salomón, que decía la reina de Saba: Bienaventurados los que asisten delante de ti y gozan de tu sabiduría, ¿qué será ver aquel sumo Salomón, aquella eterna sabiduría, aquella infinita grandeza, aquella inestimable hermosura, aquella inmensa bondad, y gozar de ella para siempre? Ésta es la gloria esencial de los santos, éste el último fin y puerto de todos nuestros deseos.


    Considera, después de esto, la gloria de los cuerpos, los cuales gozarán de aquellos cuatro singulares dotes, que son sutileza, ligereza, impasibilidad y claridad, la cual será tan grande, que cada uno de ellos resplandecerá como el sol en el reino de su Padre. Pues si no más de un sol, que está en medio del cielo, basta para dar luz y alegría a todo este mundo, ¿qué harán tantos soles y lámparas como allí resplandecerán? Pues ¿qué diré de todos los otros bienes que allí hay? Allí habrá salud sin enfermedad, libertad sin servidumbre, hermosura sin fealdad, inmortalidad sin corrupción, abun sin necesidad, sosiego sin turbación, seguridad sin temor, conocimiento sin error, hartura sin hastío, alegría sin tristeza y honra sin contradicción. Allí será -dice San Agustín- verdadera la gloria, donde ninguno será alabado por error ni por lisonja. Allí será verdadera la honra, la cual ni se negará al digno, ni se concederá al indigno. Allí será verdadera la paz, donde ni de sí ni de otro será el hombre molestado. El premio de la virtud será el mismo que dio la virtud y se prometió por galardón de ella, el cual se verá sin fin, y se amará sin hastío, y se alabará sin cansancio. Allí el lugar es ancho, hermoso, resplandeciente y seguro, la compañía muy buena y agradable, el tiempo de una manera: no hay distinto en tarde y mañana, sino continuado con una simple eternidad. Allí habrá perpetuo verano, que con el frescor y aire del Espíritu Santo siempre florece. Allí todos se alegran, todos cantan y alaban a Aquel sumo dador de todo, por cuya largueza viven y reinan para siempre. ¡Oh Ciudad Celestial, morada segura, tierra donde se halla todo lo que deleita! ¡Pueblo sin murmuración, vecinos quietos y hombres sin ninguna necesidad! ¡Oh si se acabase ya esta contienda! ¡Oh sise concluyesen los días de mi destierro!, ¿cuándo llegará ese día? Cuándo vendré y pareceré ante la cara de mi Dios?


    CAPÍTULO II.7. EL DOMINGO


    Este día pensarás en los beneficios divinos, para dar gracias al Señor por ellos y encenderte más en el amor de quien tanto bien te hizo. Y aunque estos beneficios sean innumerables, más puedes tú, a lo menos, considerar estos cinco más principales, conviene a saber: de la Creación, Conservación, Redención, Vocación, con los otros beneficios particulares y ocultos.


    Y primeramente, cuando al beneficio de la creación, considera con mucha atención lo que eras antes que fueses criado, y lo que Dios hizo contigo, y te dio, ante todo merecimiento, conviene a saber: ese cuerpo con todos sus miembros y sentidos, y esa tan excelente ánima, con aquellas tres tan notables potencias, que son entendimiento, memoria y voluntad. Y mira bien que darte esta tal ánima fue darte todas las cosas, pues ninguna perfección hay en alguna criatura que el hombre no la tenga en su manera, por donde parece que darnos esta pieza sola fue darnos de una vez todas las cosas juntas.


    Cuando al beneficio de la conservación, mira cuán colgado está todo tu ser de la Providencia divina; cómo no vivirías un punto, ni darías un paso, si no fuese por Él; cómo todas las cosas del mundo crió para tu servicio: la mar, la tierra, las aves, los peces, los animales, las plantas, hasta los mismos ángeles del cielo. Considera con esto la salud que te da, las fuerzas, la vida, el mantenimiento, con todos los otros socorros temporales. Y, sobre todo esto, pondera mucho las miserias y desastres en que cada día ves caer los otros hombres, en los cuales pudieras tú también haber caído si Dios, por su piedad, no te hubiera preservado.


    Cuanto al beneficio de la redención, puedes considerar dos cosas: la primera, cuántos y cuán grandes hayan sido los bienes que nos dio mediante el beneficio de la redención; y la segunda, cuántos y cuán grandes hayan sido los males que padeció en su cuerpo y ánima santísima, para ganarnos estos bienes; y para sentir más lo que debes a este Señor por lo que por ti padeció, puedes considerar estas cuatro principales circunstancias en el misterio de su Sagrada Pasión, conviene a saber: quién padece, qué es lo que padece, por quién padece y por qué causa lo padece. ¿Quién padece? Dios.


    ¿Qué padece? Los mayores tormentos y deshonras que jamás se padecieron. ¿Por quién padece? Por criaturas infernales y abominables, y semejantes a los mismos demonios en sus obras. ¿Por qué causa padece? No por su provecho ni por nuestro merecimiento, sino por las entrañas de su infinita caridad y misericordia.


    Cuanto al beneficio de la vocación, considera primeramente cuán grande merced de Dios fue hacerte cristiano, y llamarte a la fe por medio del bautismo y hacerte también participante de los otros sacramentos. Y si después de este llamamiento, perdida ya la inocencia, te sacó de pecado, y volvió a su gracia, y te puso en estado de salud, ¿cómo te podrás alabar por este beneficio? ¡Qué tan grande misericordia fue aguardarte tanto tiempo y sufrirte tantos pecados, y enviarte tantas inspiraciones, y no cortarte el hilo de la vida como se cortó a otros en ese mismo estado; y, finalmente, llamarte con tan poderosa gracia que resucitases de muerte a vida y abrieses los ojos a la luz! ¡Qué misericordia fue, después de ya convertido, darte gracia para no volver al pecado, y vencer al enemigo y perseverar en lo bueno! Éstos son los beneficios públicos y conocidos: otros hay secretos, que no los conoce sino el que los ha recibido, y aun otros hay tan secretos, que el mismo que los recibió no los conoce, sino sólo aquel que los hizo. ¡Cuántas veces habrás en este mundo merecido por tu soberbia, o negligencia, o desagradecimiento, que Dios te desamparase, como habrá desamparado a otros muchos por alguna de estas causas, y no lo ha hecho! ¡Cuántos males, y ocasiones de males, habrá prevenido el Señor con su providencia deshaciendo las redes del enemigo, y acortándole los pasos, y no dando lugar a sus tratos y consejos! ¡Cuántas veces habrá hecho con cada uno de nosotros aquello que él dijo a San Pedro (Lc.22,31): Mira que Satanás andaba muy negociado para aventaros a todos como a trigo, mas yo he rogado por ti, que no desfallezca tu fe! Pues, ¿quién podrá saber esos secretos sino Dios? Los beneficios Positivos, bien los puede a veces conocer el hombre, mas los privativos, que no consisten en hacernos bienes, sino en librarnos de males, ¿quién los conocerá? Pues así por éstos, como por los otros, es razón que demos siempre gracias al Señor, y que entendamos cuán alcanzados andamos de cuenta, y cuánto más es lo que le debemos que lo que le podemos pagar, pues aún no lo podemos entender.




    DEL TIEMPO Y FRUTO DE ESTAS MEDITACIONES SUSODICHAS


    Éstas son, cristiano lector, las primeras siete meditaciones en que puedes filosofar y ocupar tu pensamiento por los días de la semana, no porque no puedas también pensar en otras cosas y en otros días además de éstos, porque, como ya dijimos, cualquiera cosa que induce nuestro corazón a amor y temor de Dios y guarda de sus Mandamientos es materia de meditación. Pero señálanse estos pasos que tengo dichos: lo uno, porque son los principales misterios de nuestra fe y los que, cuanto es de su parte, más nos mueven a lo dicho; y lo otro, porque los principiantes (que han menester leche) tengan aquí casi masticadas y digeridas las cosas que pueden meditar, porque no anden como peregrinos en extraña región, discurriendo por lugares inciertos, tomando unas cosas y dejando otras, sin tener estabilidad en ninguna.


    También es de saber que las meditaciones de esta semana son muy convenientes, como ya dijimos, para el principio de la conversión (que es cuando el hombre de nuevo se vuelve a Dios, porque entonces conviene comenzar por todas aquellas cosas que nos pueden mover a dolor y aborrecimiento del pecado y temor de Dios y menosprecio del mundo, que son los primeros escalones de este camino. Y por esto deben, los que comienzan, perseverar por algún espacio de tiempo en la consideración de estas cosas, para que así se funden más en las virtudes y afectos susodichos.




    DE LAS OTRAS SIETE MEDITACIONES DE LA SAGRADA PASIÓN Y DE LA MANERA QUE HABEMOS DE TENER EN MEDITARLA


    Después de éstas, se siguen las otras siete meditaciones de la. Sagrada Pasión, Resurrección y Ascensión de Cristo, a las cuales se podrán añadir los otros pasos principales de su vida sacratísima.


    Aquí es de notar que seis cosas se han de meditar en la pasión de Cristo: La grandeza de sus dolores, para compadecernos de ellos. La gravedad de nuestro pecado, que es la causa, para aborrecerlo. La grandeza del beneficio, para agradecerlo. La excelencia de la Divina bondad y caridad, que allí se descubre, para amarla. La conveniencia del misterio, para maravillarse de él. Y la muchedumbre de las virtudes de Cristo, que allí resplandecen, para imitarlas. Pues conforme a esto, cuando vamos meditando debemos ir inclinando nuestro corazón, unas veces a compasión de los dolores de Cristo, pues fueron los mayores del mundo, así por la delicadeza de su cuerpo, como por la grandeza de su amor, como también por padecer sin ninguna manera de consolación, como en otra parte está declarado. Otras veces debemos tener respeto a sacar de aquí motivos de dolor de nuestros pecados, considerando que ellos fueron la cause de que Él padeciese tantos y tan graves dolores como padeció. Otras veces debemos sacar de aquí motivos de amor y agradecimiento, considerando la grandeza del amor que Él por aquí nos descubrió y la grandeza de beneficio que nos hizo redimiéndonos tan copiosamente, con tanta costa suya y tanto provecho nuestro.


    Otras veces debemos levantar los ojos a pensar la conveniencia del medio que Dios tomó para curar nuestra miseria, esto es, para satisfacer por nuestras deudas, para socorrer nuestras necesidades, para merecernos su gracia y humillar nuestra soberbia, e inducirnos al menosprecio del mundo, al amor de la cruz, de la pobreza, de la aspereza, de las injurias y de todos los otros virtuosos y honestos trabajos.


    Otras veces debemos poner los ojos en los ejemplos de virtudes que en su sacratísima vida y muerte resplandecen, en su mansedumbre, paciencia, obediencia, misericordia, pobreza, aspereza, caridad, humildad, benignidad, modestia y en todas las otras virtudes, que en todas sus obras y palabras, más que las estrellas en el cielo, resplandecen, para imitar algo de lo que en Él vemos, porque no tengamos ocioso el espíritu y gracia,que de El para esto recibimos, y así caminemos a El por Él. Ésta es la más alta y la más provechosa manera que hay de meditar la pasión de Cristo, que es por vía de imitación, para que por la imitación vengamos a la transformación, y así podamos ya decir con el Apóstol (Gal.2,20): Vivo yo, ya no yo, más vive en mí Cristo.


    Demás de esto, conviene en todos estos pasos tener a Cristo ante los ojos presente y hacer cuenta que le tenemos delante cuando padece, y tener cuenta, no sólo con la historia de su pasión, sino también con todas las circunstancias de ella, especialmente con estas cuatro: ¿Quién padece? ¿Por quién padece? ¿Cómo padece? ¿Por qué causa padece? ¿Quién padece? Dios Todopoderoso, infinito, inmenso etc. ¿Por quién padece? Por la más ingrata y desconocida criatura del mundo. ¿Cómo padece? Con grandísima humildad, caridad, benignidad, mansedumbre, misericordia, paciencia, modestia, etc. ¿Porqué causa padece? No por algún interés suyo ni merecimiento nuestro, sino por solas las entrañas de su infinita piedad y misericordia. Demás de esto, no se contente el hombre con mirar lo que por fuera padece, sino mucho más hay que contemplar en el ánima de Cristo que en el cuerpo de Cristo, así en el sentimiento de sus dolores, como en los otros afectos y consideraciones que en ella había.


    Presupuesto, pues, ahora este pequeño preámbulo, comencemos a repetir y poner por orden los misterios de esta Sagrada Pasión.


    Síguense las otras siete Meditaciones de la Sagrada Pasión


    CAPÍTULO IV.1. EL LUNES


    Este día, hecha la señal de la cruz con la preparación que adelante se pone, se ha de pensar el lavatorio de los pies y la institución del Santísimo Sacramento.


    Considera, pues, oh ánima mía, en esta cena, a tu dulce y benigno jesús, y mira el ejemplo inestimable de humildad que aquí te da levantándose de la mesa y lavando los pies a sus discípulos. ¡Oh buen Jesús! ¿Qué es eso que haces? ¡Oh dulce jesús! ¿Por qué tanto se humilla tu Majestad? Qué sintieras, ánima mía, si vieras allí a Dios arrodillado ante los pies de los hombres y ante los pies de Judas. ¡Oh cruel!, ¿cómo no te ablanda el corazón esa tan grande humildad? ¿Cómo no te rompe: las entrañas esa tan grande mansedumbre? ¿Es posible que tú hayas ordenado de vender este mansísimo Cordero? ¿Es posible que no te hayas ahora compungido con este ejemplo? ¡Oh blancas y hermosas manos!, ¿cómo podéis tocar pies tan sucios y abominables? ¡Oh purísimas manos!, cómo no tenéis asco de lavar los pies enlodados en los caminos y tratos de vuestra sangre? ¡Oh apóstoles bienaventurados!, cómo no tembláis viendo esa tan grande humildad? Pedro, ¿qué haces; por ventura, consentirás que el Señor de la Majestad te lave los pies? Maravillado y atónito San Pedro, como viese al Señor arrodillado delante de sí, comenzó a decir (Io.13,6): ¿Tú, Señor, lávasme a mí los pies? ¿No eres tú Hijo de Dios vivo? ¿No eres tú el Creador del mundo, la hermosura del cielo, paraíso de los ángeles, el remedio de los hombres, el resplandor de la gloria del Padre, la fuente de la sabiduría de Dios en las alturas? ¿Pues Tú me quieres a mí lavar los pies? ¿Tú, Señor de tanta majestad y gloria, quieres entender en oficio de tan gran bajeza?


    Considera también cómo, en acabando de lavar los pies, los limpia con aquel sagrado lienzo que estaba ceñido y sube más arriba con los ojos del ánima, y verás allí representado el Misterio de nuestra Redención. Mira cómo aquel lienzo recogió en sí toda la inmundicia de los pies sucios, y así ellos quedaron limpios y el lienzo quedaría todo manchado y sucio después de hecho este oficio. ¿Qué cosa más sucia que el hombre concebido en pecado, y qué cosa más limpia y más hermosa que Cristo concebido de Espíritu Santo? Blanco y colorado es mi Amado, dice la Esposa (Cant.5,10), y escogido entre millares. Pues este tan hermoso y tan limpio quiso recibir en sí todas las manchas y fealdades de nuestras ánimas, y dejándolas limpias y libres de ellas, Él quedó (como lo ves) en la Cruz, amancillado y afeado con ellas.


    Después de esto, considera aquellas palabras con que dio fin el Salvador a esta historia, diciendo (Io.13,15): Ejemplo os he dado, para que como Yo lo hice, así vosotros lo hagáis. Las cuales palabras no sólo se han de referir a este paso y ejemplo de humildad, sino también a todas las obras y vida de Cristo, porque ella es un perfectísimo dechado de todas las virtudes, especialmente de la que en este lugar se nos representa.


    De la institución del Santísimo Sacramento


    Para entender algo de este misterio, has de presuponer que ninguna lengua criada puede declarar la grandeza del amor que Cristo tiene a su Esposa la Iglesia; y, por consiguiente, a cada una de las ánimas que están en gracia, porque cada una de ellas es también esposa suya. Pues queriendo este Esposo dulcísimo partirse de esta vida y ausentarse de su Esposa la Iglesia (porque esta ausencia no le fuese causa de olvido), dejóle por memorial este Santísimo Sacramento (en que se quedaba Él mismo), no queriendo que entre Él y ella hubiese otra prenda que despertarse su memoria, sino sólo Él. Quería también el Esposo en esta ausencia tan larga dejar a su Esposa compañía, porque no se quedase sola; y dejóle la de Éste Sacramento, donde se queda Él mismo, que era la mejor compañía que le podía dejar. Quería también entonces ir a padecer muerte por la Esposa y redimirla, y enriquecerla con el precio de su sangre. Y porque ella pudiese (cuando quisiese) gozar de este tesoro, dejóle las llaves de él en este Sacramento; porque (como dice San Crisóstomo) todas las veces que nos llegamos a él, debemos pensar que llegamos a poner la boca en el costado de Cristo, y bebemos de aquella preciosa Sangre, y nos hacemos participantes de Él. Deseaba, otrosí, este celestial Esposo, ser amado de su Esposa con grande amor y para esto ordenó este misterioso bocado con tales palabras consagrado que quien dignamente lo recibe, luego es tocado y herido de este amor.


    Quería también asegurarla, y darle prendas de aquella bienaventurada herencia de gloria, para que con la esperanza de este bien pasase alegremente por todos los otros trabajos y asperezas de esta vida. Pues para que la Esposa tuviese cierta y segura la esperanza de este bien, dejóle acá en prendas este inefable tesoro que vale tanto como todo lo que allá se espera, para que no desconfiase, que se le dará Dios en la gloria, donde vivirá en espíritu, pues no se le negó en este valle de lágrimas, donde vive en carne.


    Quería también a la hora de su muerte hacer testamento y dejar a la Esposa alguna manda señalada para su remedio, y dejóle ésta, que era la más preciosa y provechosa que le pudiera dejar, pues en ella se deja a Dios.


    Quería, finalmente dejar a nuestras ánimas suficiente provisión y mantenimiento con que viviesen, porque no tiene menor necesidad el ánima de su propio mantenimiento para vivir vida espiritual, que el cuerpo del suyo para la vida corporal. Pues para esto ordenó este tan sabio Médico (el cual también tenía tomados los pulsos de nuestra flaqueza) este Sacramento, y por eso lo ordena en especie de mantenimiento, para que la misma especie en que lo instituyó nos declarase el efecto que obraba, y la necesidad que nuestras ánimas de él tenían, no menor que la que los cuerpos tienen de su propio manjar.


    CAPÍTULO IV.2. EL MARTES


    Este día pensarás en la Oración del Huerto, y en la Pasión del Salvador, y en la entrada y afrentas de la casa de Anás.


    Considera, pues, primeramente cómo acabada aquella misteriosa Cena, se fue -el Señor con sus discípulos al monte Olivete a hacer oración antes que entrase en la batalla de su pasión, para enseñarnos cómo en todos los trabajos y tentaciones de esta vida hemos siempre de recurrir a la oración como a una sagrada áncora, por cuya virtud o nos será quitada la carga de la tribulación, o se nos darán fuerzas para llevarla, que es otra gracia mayor. Para compañía de este camino tomó consigo aquellos tres amados discípulos, San Pedro, Santiago y San Juan (Mt.17), los cuales habían sido testigos de su gloriosa Transfiguración, para que ellos mismos viesen cuán diferente figura tomaba ahora por amor de los hombres el que tan glorioso se les había mostrado en aquella visión. Y porque entendisen que no eran menores los trabajos interiores de su ánima que los que por de fuera comenzaba a descubrir, díjoles aquellas tan dolorosas palabras: Triste está mi ánima hasta la muerte. Esperadme aquí, y velad conmigo (Mt.26,37). Acabadas estas palabras, apartóse el Señor de los discípulos cuanto un tiro de piedra, y, postrado en tierra con grandísima reverencia, comenzó su oración diciendo: Padre, si es posible, traspasa de Mí este cáliz: mas no se haga como Yo lo quiero, sino como Tú (Mt.17,39). Y hecha esta oración tres veces, a la tercera fue puesto en tan grande agonía, que comenzó a sudar gotas de sangre, que iban por todo su sagrado Cuerpo hilo a hilo hasta caer en tierra. Considera, pues, al Señor en este paso tan doloroso, y mira cómo representándosele allí todos los tormentos que había de padecer, aprendiendo perfectísimamente tan crueles dolores como se aparejaban para el más delicado de los cuerpos, y poniéndosele delante todos los pecados del mundo (por los cuales padecía) y el desagradecimiento de tantas ánimas, que no habían de reconocer este beneficio, ni aprovecharse de tan grande y costoso remedio fue su ánima en tanta manera angustiada, y sus sentidos y carne delicadísima tan turbados, que todas las fuerzas y elementos de su cuerpo se destemplaron, y la carne bendita se abrió por todas partes y dio lugar a la sangre que manase por toda ella en tanta abundancia que corriese hasta la tierra. Y si la carne, que de sola recudida padecía esos dolores, tal estaba, ¿qué tal estaría el ánima que derechamente los padecía? Mira después cómo, acabada la oración, llegó aquel falso amigo con aquella infernal compañía, renunciado ya el oficio del Apostolado y hecho adalid y capitán del ejército de Satanás. Mira cuán sin vergüenza se adelantó primero que todos, y llegando al buen Maestro, lo vendió con beso de falsa paz. En aquella hora dijo el Señor a los que le venían a prender (Mt.17,39): Así como a ladrón salisteis a Mí con espadas y lanzas; y habiendo yo estado con vosotros cada día en el Templo, no extendisteis las manos en Mí; mas ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. ¿Qué cosa de mayor espanto que ver al Hijo de Dios tomar imagen, no solamente de pecador, sino también de condenado? (Lc.22,53): Ésta es, dice Él, vuestra hora y el poder de las tinieblas. De las cuales palabras se saca que por aquella hora fue entregado aquel inocentísimo Cordero en poder de los príncipes de las tinieblas, que son los demonios, para que por medio de sus ministros ejecutasen en él todos los tormentos y crueldades que quisiesen. Piensa, pues, ahora tú hasta dónde se abajó aquella Alteza divina por ti, pues llegó al postrero de todos los males, que es a ser entregado en poder de los demonios. Y porque la pena que tus pecados merecían era ésta, Él se quiso poner a esta pena por que tú quedases libre de ella.


    Dichas estas palabras arremetió luego toda aquella manada de lobos hambrientos con aquel manso Cordero, y unos lo arrebatan por una parte, otros por otra, cada uno como podía. ¡Oh, cuán inhumanamente le tratarían, cuántas descortesías le dirían, cuántos golpes y estirones le darían, qué de gritos y voces alzarían, como suelen hacer los vencedores cuando se ven ya con la presa! Toman aquellas santas manos, que poco antes habían obrado tantas maravillas, y átanlas muy fuertemente con unos lazos corredizos, hasta de sollarle los cueros de los brazos y hasta hacerle reventar la sangre, y así lo llevan atado por las calles públicas, con grande ignominia. Míralo muy bien cuál va por este camino desamparado de"sus discípulos, acompañado de sus enemigos, el paso corrido, el huelgo apresurado, la color mudada y el rostro ya encendido y sonrosado con la prisa del caminar. Y contempla en tan mal tratamiento de su Persona tanta mesura en su rostro, tanta gravedad en sus ojos y aquel semblante divino que en medio de todas las descortesías del mundo nunca pudo ser oscurecido.


    Luego puedes ir con el Señor a la casa de Anás, y mira cómo allí, respondiendo el Señor cortésmente a la pregunta que el Pontífice le hizo sobre sus discípulos y doctrina, uno de aquellos malvados, que presentes estaban, dio una gran bofetada en su rostro, diciendo (Io.18,22): ¿Así has de responder al Pontífice? A cual el Salvador, benignamente, respondió: Si mal hablé, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me hieres? Mira, pues aquí, oh ánima mía, no solamente la mansedumbre de esta respuesta, sino también aquel divino rostro señalado y colorado con la fuerza del golpe, y aquella muestra de ojos tan serenos y tan sin turbación en aquella afrenta y aquella ánima santísima en lo interior tan humilde y tan aparejada para volver la otra mejilla, si el verdugo lo demandara.


    CAPÍTULO IV.3. EL MIÉRCOLES


    Este día pensarás en la presentación del Señor ante el Pontífice Caifás, y en los trabajos de aquella noche, y en la negación de San Pedro, y azotes a la columna.


    Primeramente considera cómo de la primera casa de Anás llevan al Señor a la del Pontífice Caifás, donde será razón que lo vayas acompañando, y ahí verás eclipsado el sol de justicia y escupido aquel divino rostro en que desean mirar los ángeles. Porque como el Salvador, siendo conjurado por el nombre del Padre que dijese quién era, respondiese a esta pregunta lo que convenía, aquellos que tan indignos eran de tan alta respuesta, cegándose con el resplandor de tan grande luz volviéronse contra él como perros rabiosos y allí descargaron todas sus iras y rabias. Allí todos a porfía le dan bofetones y pescozones; allí le escupen con sus infernales bocas en aquel divino rostro; allí le cubren los ojos con un paño, dándole bofetadas en la cara, y juegan con él, diciendo (Mt.26,68; Lc.22,64); Adivina quién te dio. ¡Oh maravillosa humildad y paciencia del Hijo de Dios! ¡Oh hermosura de los ángeles! ¿Rostro era ése para escupir en él? Al rincón más despreciado suelen volver los hombres la cara cuando quieren escupir, ¿y en todo ese palacio no se halló otro lugar más despreciado que tu rostro para escupir en él? ¿Cómo no te humillas con este ejemplo, tierra y ceniza?


    Después de esto, considera los trabajos quq el Salvador pasó toda aquella noche dolorosa, porque los soldados que lo guardaban escarnecían de El (como dice San Lucas) y tomaban por medio para vencer al sueño de la noche estar burlando y jugando con el Señor de la Majestad. Mira, pues, oh ánima mía, cómo tu dulcísimo Esposo está puesto como blanco a las saetas de tantos golpes y bofetadas como allí le daban. ¡Oh noche cruel! ¡Oh noche desasosegada, en la cual, oh mi buen jesús, no dormías, ni dormían los que tenían por descanso atormentarse! La noche fue ordenada para que en ella todas las criaturas tomasen reposo, y los sentidos y miembros cansados de los trabajos del día descansasen, y ésta toman ahora los malos para atormentar todos tus miembros y sentidos, hiriendo tu cuerpo, afligiendo tu ánima, atando tus manos, abofeteando tu cara, escupiendo tu rostro, atormentando tus oídos, porque en el tiempo en que todos los miembros suelen descansar, todos ellos en Ti penasen y trabajasen. ¡Qué maitines estos tan diferentes de los que en aquella hora te cantarían los coros de los ángeles en el cielo! Allá dicen Santo, Santo; acá dicen muera, muera: crucifícalo, crucifícalo. ¡Oh ángeles del paraíso, que las unas y otras voces oís!: ¿qué sentíais viendo tan mal tratado en la tierra Aquel a quien vosotros con tanta reverencia tratáis en el cielo? ¿Qué sentíais viendo que Dios tales cosas padecía por los mismos que tales cosas hacían? ¿Quién jamás oyó tal manera de caridad, que padezca uno muerte por librar de la muerte al mismo que se la da?


    Crecieron sobre esto los trabajos de aquella noche dolorosa con la negación de San Pedro, aquel tan familiar amigo, aquel escogido para ver la gloria de la Transfiguración, aquel entre todos honrado con el principado de la Iglesia; ese primero que todos, no una, sino tres veces, en presencia del mismo Señor, jura y perjura que no le conoce, ni sabe quién es. Oh Pedro, ¿tan mal hombre es ese que ahí está que por tan gran vergüenza tienes aun haberlo conocido? Mira que eso es condenarle tú primero que los Pontífices, pues das a entender que Él sea persona tal, que tú mismo te deshonras de conocerlo. ¿Pues qué mayor injuria puede ser que ésa? (Lc.22,61): Volvióse entonces el Salvador, y miró a Pedro; vánsele los ojos tras aquella oveja que se le había perdido. ¡Oh vista de maravillosa virtud! ¡Oh vista callada, más grandemente significativa! Bien entendió Pedro el lenguaje, y las voces de aquella vista, pues las del gallo no bastaron para despertarlo y éstas sí. Mas no solamente hablan, sino también obran los ojos de Cristo, y las lágrimas de Pedro lo declaran, las cuales no manaron tanto de los ojos de Pedro, cuanto de los ojos de Cristo.


    Después de todas estas injurias considera, los azotes que el Salvador padeció a la columna; porque el juez, visto que no podía aplacar la furia de aquellas infernales fieras, determinó hacer en Él un tan famoso castigo que bastase para satisfacer la rabia de aquellos tan crueles corazones, para que, contentos con esto, dejasen de pedirle la muerte. Entra, pues, ahora ánima mía, con el espíritu, en el Pretorio de Pilatos, y lleva contigo las lágrimas aparejadas, que serán bien menester para lo que allí verás y oirás. Mira cómo aquellos crueles y viles carniceros desnudan al Salvador de sus vestiduras con tanta inhumanidad y cómo Él se deja desnudar de ellos con tanta humildad, sin abrir la boca ni responder palabra a tantas descortesías como allí le herían. Mira cómo luego atan aquel santo cuerpo a una columna para que así lo pudiesen herir a su placer donde y como ellos más, quisiesen. Mira cuán solo estaba el Señor de los Angeles entre tan crueles verdugos, sin tener de su parte ni padrinos, ni valedores que hiciesen por Él, ni aun siquiera ojos que se compadeciesen de Él. Mira cómo luego comienzan con grandísima crueldad a descargar sus látigos y disciplinas sobre aquellas delicadísimas carnes, y cómo se añaden azotes sobre azotes, llagas sobre llagas y heridas sobre heridas. Allí verías luego ceñirse aquel Sacratísimo Cuerpo de cardenales, rasgarse los cueros, reventar la sangre y correr a hilos por todas partes. Mas, sobre todo esto, ¡qué sería ver aquella tan grande llaga, que en medio de las espaldas estaría abierta, adonde principalmente caían todos los golpes!


    Considera luego, acabados los azotes, cómo el Señor se cubriría, y cómo andaría por todo aquel Pretorio buscando sus vestiduras en presencia de aquellos crueles carniceros, sin que nadie le sirviese, ni ayudase, ni proveyese de ningún lavatorio, ni refrigerio de los que se suelen dar a los que así quedan llagados. Todas estas son cosas dignas de grande sentimiento, agradecimiento y consideración.


    CAPÍTULO IV.4. EL JUEVES


    Este día se ha de pensar en la Coronación de espinas y Ecce-Homo, y cómo el Salvador llevó la Cruz a cuestas. A la consideración de estos pasos tan dolorosos nos convida la Esposa en el libro de los Cantares, por estas palabras (Cant.3,11): Salid, hijas de Sión, y mirad al rey Salomón con la corona que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón. Oh ánima mía, ¡qué haces! Oh corazón mío, ¡qué piensas! Lengua mía, ¡cómo has enmudecido! Oh muy dulcísimo Salvador mío, cuando yo abro los ojos y miro este retablo tan doloroso que aquí se me pone delante, el corazón se me parte de dolor. ¿Pues, cómo, Señor, no bastaban ya los azotes pasados, y la muerte venidera, y tanta sangre derramada, sino que por fuerza habían de sacar las espinas la sangre de la cabeza a quien los azotes perdonaron? Pues para que sientas algo, ánima mía, de este paso tan doloroso, pon primero ante tus ojos la imagen antigua de este Señor, y la gran excelencia de sus virtudes, y luego vuelve a mirar de la manera que aquí está. Mira la grandeza de su hermosura, la mesura de sus ojos, la dulzura de sus palabras, su autoridad, su mansedumbre, su serenidad, y aquel aspecto suyo de tanta veneración.


    Y después que así le hubieres mirado, y deleitado de ver una tan acabada figura, vuelve los ojos a mirarlo tal cual aquí lo ves, cubierto con aquella púrpura de escarnio, la caña por cetro real en la mano, y aquella horrible diadema en la cabeza, aquellos ojos mortales, aquel rostro difunto y aquella figura toda borrada con la sangre y afeada por las salivas, que por todo el rostro estaban tendidas. Míralo todo de dentro y fuera, el corazón atravesado con dolores, el cuerpo lleno de llagas, desamparado de sus discípulos, perseguido de los judíos, escarnecido de los soldados, despreciado de los pontífices, desechado del rey inicuo, acusado injustamente y desamparado de todo favor humano. Y no pienses esto como cosa ya pasada, sino como presente; no como dolor ajeno, sino como tuyo propio. Ponte tú mismo en el lugar del que padece, y mira lo que sentirías si en una parte tan sensible como es la cabeza te hincasen muchas y muy agudas espinas que penetrasen hasta los huesos; ¿y qué digo espinas?, una sola punzada de un alfiler que fuese apenas lo podrías sufrir. ¿Pues qué sentiría aquella delicadísima cabeza con este linaje de tormentos?


    Acabada la coronación y escarnios del Salvador, tomólo el juez por la mano, así como estaba tan mal tratado, y sacándole a vista del pueblo furioso, díjolesl; Ecce Homo. Como si dijera: Si por envidia le procurabais la muerte, veislo aquí tal que no está para tenerle envidia, sino lástima. Temíais no se hiciese Rey, veislo aquí tan desfigurado, que apenas parece hombre. De estas manos atadas, ¿qué os teméis? A este hombre azotado, ¿qué más le demandáis?


    Por aquí puedes entender, ánima mía, qué tal saldría entonces el Salvador, pues el juez creyó que bastaba la figura que allí traía para quebrantar el corazón de tales enemigos. En lo cual puedes bien entender cuán mal caso sea no tener un cristiano compasión de los dolores de Cristo, pues ellos eran tales, que bastaban (según el juez creyó) para ablandar unos tan fieros corazones.


    Pues como Pilatos viese que no bastaban las justicias que se habían hecho en aquel santísimo Cordero para amansar el furor de sus enemigos, entró en el Pretorio, y asentóse en el tribunal para dar final sentencia en aquella causa. Ya estaba a las puertas aparejada la Cruz, ya asomaba por lo alto aquella temerosa bandera, amenazando a la cabeza del Salvador. Dada, pues, ya, y promulgada la sentencia cruel, añaden los enemigos una crueldad a otra, que fue cargar sobre aquellas espaldas, tan molidas y despedazadas con los azotes pasados, el madero de la Cruz. No rehusó, con todo esto, el piadoso Señor esta carga, en la cual iban todos nuestros pecados, sino antes la abrazó con suma caridad y obediencia por nuestro amor.


    Camina, pues, el inocente Isaac al lugar del sacrificio con aquella carga tan pesada sobre sus hombros tan flacos, siguiéndole mucha gente y muchas piadosas mujeres, que con sus lágrimas le acompañaban. ¿Quién no había de derramar lágrimas viendo al Rey de los ángeles caminar paso a paso con aquella carga tan pesada, temblándole las rodillas, inclinando el cuerpo, los ojos mesurados, el rostro sangriento con aquella guirnalda en la cabeza y con aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban contra Él?


    Entre tanto, ánima mía, aparta un poco los ojos de este cruel espectáculo, y con pasos apresurados, con aquejados gemidos, con ojos llorosos, camina para el palacio de la Virgen, y cuando a ella llegares, derribado ante sus pies, comienza a decirle con dolorosa voz: ¡Oh Señora de los ángeles, Reina del cielo, puerta del paraíso, abogada del mundo, refugio de los pecadores, salud de los justos, alegría de los santos, maestra de las virtudes, espejo de la limpieza, título de castidad, dechado de paciencia y suma de toda perfección! Ay de mí, Señora mía, ¡para qué se ha aguardado mi vista para esta hora! z Cómo puedo yo vivir habiendo visto con mis ojos lo que vi? ¿Para qué son más palabras? Dejo a tu unigénito Hijo y mi Señor en manos de mis amigos, con una Cruz a cuestas para ser en ella ajusticiado.


    ¿Qué sentido puede aquí alcanzar hasta dónde llegó este dolor a la Virgen? Desfalleció aquí su ánima, y cubriósele la cara y todos sus virginales miembros de un sudor de muerte, que bastara para acabarle la vida, si la dispensación divina no la guardara para mayor trabajo, y también para mayor corona.


    Camina, pues, la Virgen en busca del Hijo, dándole el deseo de ver las fuerzas que el dolor le quitaba. Oye desde lejos el ruido de las armas, y el tropel de las gentes, y el clamor de los pregones con que lo iban pregonando. Ve luego resplandecer los hierros de las lanzas y alabardas que asomaban por lo alto; allá en el camino las gotas y el rastro de la sangre, que bastaban ya para mostrarle los pasos del Hijo y guiarla sin otra guía. Acércase más y más a su amado Hijo y tiende sus ojos oscurecidos con el dolor y sombra de la muerte, para ver (si pudiese) al que tanto amaba su ánima. i Oh amor y temor del corazón de María! Por una parte deseaba verlo, y por otra rehusaba de ver tan lastimera figura. Finalmente, llega ya donde lo pudiese ver, míranse aquellas dos lumbreras del cielo una a otra, y atraviésanse los corazones con los ojos y hieren con su vista sus ánimas lastimadas. Las lenguas estaban enmudecidas, mas el corazón de la Madre hablaba, y el Hijo dulcísimo le decía: ¿Para qué viniste aquí, paloma mía, querida mía y Madre mía? Tu dolor acrecienta el mío, y tus tormentos atormentan a mí. Vuélvete, Madre mía, vaiélvete a tu posada, que no pertenece a tu vergüenza y pureza virginal compañía de homicidas y de ladrones.


    Estas y otras más lastimeras palabras se hablarían en aquellos piadosos corazones, y de esta manera se anduvo aquel trabajoso camino hasta el lugar de la Cruz.


    CAPÍTULO IV.5. EL VIERNES


    Este día se ha de contemplar el Misterio de la Cruz y las siete palabras que el Señor habló.


    Despierta, pues, ahora, ánima mía, y comienza a pensar en el Misterio de la santa Cruz, por cuyo fruto se reparó el daño de aquel venenoso fruto del árbol vedado. Mira primeramente cómo, llegado ya el Salvador a este lugar, aquellos perversos enemigos (porque fuese más vergonzosa su muerte) lo desnudan de todas sus vestiduras hasta la túnica interior, que era toda tejida de alto a bajo, sin costura alguna. Mira, pues, aquí, con cuánta mansedumbre se deja desollar aquel inocentísimo Cordero sin abrir su boca, ni hablar palabra contra los que así lo trataban. Antes de muy buena voluntad consentía ser despojado de sus vestiduras, y quedar a la vergüenza desnudo, porque con ellas se cubriese mejor que con las hojas de higuera la desnudez en que por el pecado caímos.


    Dicen algunos Doctores que, para desnudar al Señor esta túnica, le quitaron con grande crueldad la corona de espinas que tenía en la cabeza y, después de ya desnudo, se la volvieron a poner, y ahincarle otra vez las espinas por el cerebro, que sería cosa de grandísimo dolor. Y es de creer, cierto, que usaran de esta crueldad los que de otras muchas y muy extrañas usaron con El en todo el proceso de su Pasión, mayormente diciendo el Evangelista que hicieron con Él todo lo que quisieron. Y como la túnica estaba pegada a las llagas de los azotes, y la sangre estaba ya helada y abrazada con la misma vestidura, al tiempo que se la desnudaron (como eran tan ajenos de piedad aquellos malvados), despegáronsela de golpe y con tanta fuerza, que le desollaron y renovaron todas las llagas de los azotes, de tal manera, que el santo Cuerpo quedó por todas partes abierto y como descortezado, y hecho todo una grande llaga, que por todas partes manaba sangre.


    Considera, pues, aquí, ánima mía, la alteza ae la divina bondad y misericordia que en este Misterio tan claramente resplandece; mira cómo Aquel que viste los cielos de nubes y los campos de flores y hermosura, es aquí despojado de todas su vestiduras. Considera el frío que padecería aquel santo Cuerpo, estando como estaba despedazado y desnudo, no sólo de sus vestiduras, sino también de los cueros de la piel, y con tantas puertas de llagas abiertas por todo él. Y si estando San Pedro vestido y calzado la noche antes padecía frío, ¿cuánto mayor lo padecería aquel delicadísimo Cuerpo estando tan llagado y desnudo?


    Después de esto considera cómo el Señor fue enclavado en la Cruz, y el dolor que padecería al tiempo que aquellos clavos gruesos y esquinados entraban por las más sensibles y más delicadas partes del más delicado de todos los cuerpos. Y mira también lo que la Virgen sentiría cuando viese con sus ojos y oyese con sus oídos los crueles y duros golpes que sobre aquellos miembros divinales tan a menudo caían, porque verdaderamente aquellas martilladas y clavos al Hijo pasaban las manos, mas a la Madre herían el corazón.


    Mira cómo luego levantaron la Cruz en alto y la fueron a hincar en un hoyo que para esto tenían hecho, y cómo (según eran crueles los ministros) al tiempo de asentar, la dejaron caer de golpe, y así se estremecería todo aquel santo Cuerpo en el aire y se rasgarían más los agujeros de los clavos, que sería cosa de intolerable dolor.


    Pues, oh Salvador y Redentor mío, ¿qué corazón habrá tan de piedra que no se parta de dolor (pues en este día se partieron las piedras) considerando lo que padeces en esta cruz? Cercádote han, Señor, dolores de muerte, y envestido han sobre Ti todos los vientos y olas de la mar. Atollado has en el profundo de los abismos, y no hallas sobre qué estribar. El Padre te ha desamparado, ¿qué esperas, Señor, de los hombres? Los enemigos te dan grita, los amigos te quiebran el corazón, tu ánima está afligida, y no admites consuelo por mi amor. Duros fueron, cierto, mis pecados, y tu penitencia lo declara. Véote, Rey mío, cosido con un madero; no hay quien sostenga tu cuerpo sino tres garfios de hierro; de ellos cuelga tu sagrada carne, sin tener otro refrigerio. Cuando cargas el cuerpo sobre los pies, desgárranse las heridas de los pies con los clavos que tienen atravesados; cuando las cargas sobre las manos, desgárranse las heridas de las manos con el peso del cuerpo. Pues la santa cabeza, atormentada y enflaquecida con la corona de espinas, ¿qué almohada la sostendría? ¡Oh cuán bien empleados fueron allí vuestros brazos, serenísima Virgen, para este oficio, mas no servirán ahora allí los vuestros, sino los de la Cruz! Sobre ellos se reclinará la sagrada cabeza cuando quisiere descansar, y el refrigerio que de ello recibirá será hincarse más las espinas por el cerebro.


    Crecieron los dolores del Hijo con la presencia de la Madre, con los cuales no menos estaba su corazón sacrificado de dentro, que el sagrado Cuerpo lo estaba de fuera. Dos cruces hay para Ti, ¡oh buen jesús!, en este día: una para el cuerpo y otra para el ánima; la una es de pasión, la otra de compasión; la una traspasa el Cuerpo con clavos de hierro, y la otra tu ánima santísima con clavos de dolor. ¿Quién podría, oh buen jesús, declarar lo que sentías cuando declarabas las angustias de aquella ánima santísima, la cual tan de cierto sabías estar contigo crucificada en la Cruz? ¿Cuando veías aquel piadoso corazón traspasado y atravesado con cuchillo de dolor, cuando tendías los ojos sangrientos y mirabas aquel divino rostro cubierto de amarillez de muerte? ¿Y aquellas angustias de su ánimo sin muerte, ya más que muerto? ¿Y aquellos ríos de lágrimas, que de sus purísimos ojos salían, y oías los gemidos, que se arrancaban de aquel sagrado pecho exprimidos con peso de tan gran dolor?


    Después de esto, puedes considerar aquellas siete palabras que el Señor habló en la Cruz. De las cuales la primera fue (Lc.23,34): Padre, perdona a éstos, que no saben lo que hacen. La segunda al Ladrón (Lc.23,43): Hoy serás conmigo en el Paraíso. La tercera a su Madre Santísima (Io.19,26): Mujer, cata ahí a tu hijo. La cuarta (Io.19,28): Sed he. La quinta (Mt.27,46): Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste? La sexta (Io.19,30): Acabado es. La séptima (Lc.23,46): Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.


    Mira, pues, oh ánima mía, con cuánta caridad en estas palabras encomendó sus enemigos al Padre; con cuánta misericordia recibió al Ladrón que le confesaba; con qué entrañas encomendó a la piadosa Madre el amado discípulo; con cuánta sed y ardor mostró que deseaba la salud de los hombres; con cuán dolorosa voz derramó su oración, y pronunció su tribulación ante el acatamiento divino; cómo llevó hasta el cabo tan perfectamente la obediencia del Padre, y cómo, finalmente, le encomendó su espíritu y se resignó todo en sus benditísimas manos. Por donde parece como en cada una de estas palabras está encerrado un documento de virtud. En la primera se nos encomienda la caridad para con los enemigos. En la segunda, la misericordia para con los pecadores. En la tercera, la piedad para con los padres. En la cuarta, el deseo de la salud de los prójimos. En la quinta, la oración de las tribulaciones y desamparos de Dios. En la sexta, la virtud de la obediencia y perseverancia. Y en la séptima, la perfecta resignación en la mano de Dios, que es la suma de toda nuestra perfección.


    CAPÍTULO IV.6. EL SÁBADO


    Este día se ha de contemplar la lanzada que se dio al Salvador y el descendimiento de la Cruz, con el llanto de Nuestra Señora y oficio de la sepultura.


    Considera, pues, cómo habiendo ya expirado el Salvador en la Cruz, y cumplídose el deseo de aquellos crueles enemigos, que tanto deseaban verlo muerto, aun después de esto no se apagó la llama de su furor, porque con todo esto se quisieron más vengar y encarnizar en aquellas Santas Reliquias que quedaron, partiendo y echando suertes sobre sus vestiduras y rasgando su sagrado pecho con una lanza cruel. ¡ Oh crueles ministros ¡Oh corazones de hierro, y tan poco os parece lo que ha padecido el cuerpo vivo que no le queréis perdonar aun después de muerto! ¿Qué rabia de enemistad hay tan grande que no se aplaque cuando ve al enemigo muerto delante de sí? ¡Alzad un poco esos crueles ojos, y mirad aquella cara mortal, aquellos ojos difuntos, aquel caimiento de rostro y aquella amarillez y sombra de muerte, que aunque seáis más duros que el hierro y que el diamante y que vosotros mismos viéndolos amansaréis! Llega, pues, el ministro con la lanza en la mano, y atraviésale con gran fuerza por los pechos desnudos del Salvador. Estremecióse la Cruz en el aire con la fuerza del golpe, y salió de allí agua y sangre, con que se sanan los pecados del mundo. ¡Oh río que sales del Paraíso y riegas con tus corrientes toda la sobrehaz de la tierra! ¡Oh llaga del costado precioso, hecha más con el amor de los hombres que con el hierro de la lanza cruel! ¡Oh puerta del cielo, ventana del paraíso, lugar de refugio, torre de fortaleza, santuario de los justos, sepultura de peregrinos, nido de palomas sencillas y lecho florido de la esposa de Salomón! ¡Dios te salve, llaga del Costado precioso, que llagas los devotos corazones; herida que hieres las ánimas de los justos; rosa de inefable hermosura; rubí de precio inestimable; entrada para el corazón de Cristo, testimonio de su amor y prenda de la vida perdurable!


    Después de esto considera cómo aquel mismo día en la tarde llegaron aquellos dos santos varones José y Nicodemus y, arrimadas sus escaleras a la Cruz, descendieron en brazos el Cuerpo del Salvador. Como la Virgen vio que, acabada ya la tormenta de la pasión, llegaba el sagrado Cuerpo a tierra, aparéjase Ella para darle puerto seguro en sus pechos, y recibirlo de los brazos de la Cruz en los suyos. Pide, pues, con grande humildad a aquella noble gente, que pues no se había despedido de su Hijo, ni recibido de Él los postreros abrazos en la Cruz al tiempo de su partida que la dejen ahora llegar a Él y no quieran que por todas partes crezca su desconsuelo, si habiéndoselo quitado por un cabo los enemigos vivo, ahora los amigos se lo quiten muerto.


    Pues cuando la Virgen le tuvo en sus brazos, ¿qué lengua podrá explicar lo que sintió? ¡Oh án- geles de la paz, llorad con esta Sagrada Virgen; llorad, cielos; llorad, estrellas del cielo, y todas las criaturas del mundo acompañad el llanto de María! Abrázase la Madre con el cuerpo despedazado, apriétalo fuertemente en sus pechos (para sólo esto le quedaban fuerzas), mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tíñese la cara de la sacratísima Madre con la sangre del Hijo, y riégase la del Hijo con lágrimas de la Madre. ¡Oh dulce Madre! ¿Es ése, por ventura, vuestro dulcísimo Hijo? ¿Es ése el que concebiste con tanta gloria y pariste con tanta alegría? ¿Pues qué se hicieron vuestros gozos pasados? ¿Dónde se fueron vuestras alegrías antiguas? ¿Dónde está aquel espejo de hermosura en que os mirábades?


    Lloraban todos los que presentes estaban; lloraban aquellas santas mujeres, aquellos nobles varones; lloraba el cielo y la tierra y todas las criaturas acompañaban las lágrimas de la Virgen. Lloraba otrosí el Santo Evangelista, y, abrazado con el Cuerpo de su Maestro, decía: ¡Oh buen Maestro y Señor mío!, ¿quién me enseñará ya de aquí en adelante? ¿A quién iré con mis dudas? ¿En cúyos pechos descansaré? ¿Quién me dará parte de los secretos del cielo? ¿Qué mudanza ha sido ésta tan extraña? ¿Anteanoche me tuviste en tus sagrados pechos dándome alegría de vida, y ahora te pago aquel tan grande beneficio teniéndote en los míos muerto? ¿Este es el rostro que yo vi transfigurado en el monte Tabor? ¿Ésta es aquella figura más clara que el sol de medio día? Lloraba también aquella santa pecadora, y abrazada con los pies del Salvador decía: ¡Oh lumbre de mis ojos y remedio de mi ánima!, si me viera fatigada de los pecados, ¿quién me recibirá? ¿Quién curará mis llagas? ¿Quién responderá por mí? ¿Quién me defenderá de los fariseos? ¡Oh cuán de otra manera tuve yo estos pies y los lavé cuando en ellos me recibiste! ¡Oh amado de mis entrañas, ¿quién me diese ahora que yo muriese contigo? ¡Oh vida de mi ánima!, ¿cómo puedo decir que te amo, pues estoy viva teniéndote delante de mis ojos muerto?


    De esta manera lloraban y lamentaban toda aquella santa compañía, regando y lavando con lágrimas el Cuerpo sagrado. Llegaba, pues, ya la hora de la sepultura, envuelven el santo Cuerpo en una sábana limpia, atan su rostro con un sudario y, puesto encima de un lecho, caminan con Él al lugar del monumento, y allí depositan aquel precioso tesoro. El sepulcro se cubrió con una losa y el corazón de la Madre con una oscura niebla de tristeza. Allí se despide otra vez de su Hijo; allí comienza de nuevo a sentir su soledad; allí se ve ya desposeída de todo su bien; allí se le queda el corazón sepultado donde quedaba su tesoro.


    CAPÍTULO IV.7. EL DOMINGO


    Este día podrás pensar la descendida del Señor al limbo y el aparecimiento a nuestra Señora y a la santa Magdalena y a los discípulos. Y después el misterio de su gloriosa Ascensión.


    Cuando a lo primero, considera qué tan grande sería la alegría que aquellos Santos Padres del limbo recibirían este día con la visitación y presencia de su Libertador, y qué gracias y alabanzas le darían por esta salud tan deseada y esperada. Dicen los que vuelven de las Indias Orientales en España, que tienen por bien empleado todo el trabajo de la navegación pasada por la alegría que reciben el día que vuelven a su tierra. Pues si esto hace la navegación y destierro de un año o de dos años,¿qué haría el destierro de tres o cuatro mil anos, el (lía que recibiesen tan gran salud y viniesen a tomar puerto en la tierra de los vivientes?


    Considera también la alegría que la Sacratísima Virgen recibiría este día con la visita del Hijo resucitado, pues es cierto que así como Ella fue la que más sintió los dolores de su pasión, así fue la que más gozó de la alegría de su resurrección. Pues, ¿qué sentiría cuando viese ante sí a su Hijo vivo y glorioso, acompañado de todos aquellos Santos Padres que con El resucitaron? ¿Qué haría? ¿Qué diría? ¿Cuáles serían sus abrazos y besos y las lágrimas de sus ojos piadosos? ¿Y los deseos de irse tras Él, si le fuera concedido?


    Considera la alegría de aquellas santas Marías, y especialmente de aquella que perseveraba llorando par del sepulcro cuando viese al amado de su ánima, y se derribase a sus pies y hallase resucitado y vivo al que buscaba y deseaba ver siquiera muerto; y mira bien que, después de la Madre, a aquella primero apareció que más amó, más perseveró, más lloró y más solícitamente le buscó, para que así tengas por cierto que hallarás a Dios, si con estas mismas lágrimas y diligencias lo buscares.


    Considera de la manera que apareció a los discípulos que iban (Lc.24,13) a Emaús en hábito de peregrino, y mira cuán afable se les mostró, cuán familiarmente los acompañó, cuán dulcemente se les disimuló, y en cabo cuán amorosamente se les descubrió y los dejó con toda la miel y suavidad en los labios; sean, pues, tales tus pláticas, cuales eran las de éstos, y trata con dolor y sentimiento lo que trataban éstos (que eran los dolores y trabajos de Cristo), y ten por cierto que no te faltará su presencia y compañía, si tuvieres siempre esta memoria.


    Acerca del misterio de la Ascensión considera primeramente cómo dilató el Señor esta subida a los cielos por espacio de cuarenta días, en los cuales apareció muchas veces a sus discípulos y. los enseñaba y platicaba con ellos del Reino de Dios (Act.1,3). De manera que no quiso subir a los cielos, ni apartarse de ellos, hasta que los dejó tales que pudiesen con el espíritu subir al cielo con Él. Donde verás, que a aquellos desampara muchas veces la presencia corporal de Cristo (esto es, la consolación sensible de la devoción), que pueden ya con el espíritu volar a lo alto y estar más seguros del peligro. En lo cual maravillosamente resplandece la providencia de Dios y la manera que tiene en tratar a los suyos en diversos tiempos: cómo regala los flacos y ejercita los fuertes; da leche a los pequeñuelos y desteta a los grandes; consuela los unos y prueba los otros, y así trata a cada uno según el grado de su aprovechamiento. Por donde ni el regalado tiene por qué presumir, pues el regalo es argumento de flaqueza; ni el desconsolado por qué desmayar, pues esto es muchas veces indicio de fortaleza.


    En presencia de los discípulos, y viéndolo ellos (Act.1,3), subió al cielo, porque ellos habían de ser testigos de estos misterios, y ninguno es mejor testigo de las obras de Dios que el que las sabe por experiencia. Si quieres saber de veras cuán bueno es Dios, cuán dulce y cuán suave para con los suyos, cuánta sea la virtud y eficacia de su gracia, de su amor, de su providencia y de sus consolaciones, pregúntalo a los que lo han probado; que éstos te darán de ello suficientísimo testimonio. Quiso también que le viesen subir a los cielos, para que le siguiesen con los ojos y con el espíritu, para que sintiesen su partida, para que les hiciese soledad su ausencia, porque éste era el más conveniente aparejo para recibir su gracia. Pidió Elíseo a Elías su espíritu, y respondióle el buen Maestro (Reg.2,10): Si vieres cuándo me parto de ti, será lo que pediste. Pues aquellos serán herederos del Espíritu de Cristo, a quien el amor hiciere sentir la partida de Cristo, los que sintieren su ausencia y quedaren en este destierro suspirando siempre por su presencia. Así lo sentía aquel santo varón que decía: Fuiste consolador mío, y no te despediste de mí; yendo por tu camino bendijiste los tuyos, y no lo vi. Los ángeles prometieron volverías, y no lo oí, etc.


    Pues, ¿cuál sería la soledad, el sentimiento, las voces y las lágrimas de la sacratísima Virgen, del amado discípulo y de la santa Magdalena y de todos los Apóstoles, cuando viesen írseles y desaparecer de sus ojos aquel que tan robados tenía sus corazones? Y con todo esto, se dice que volvieron a Jerusalén con grande gozo por lo mucho que le amaban. Porque el mismo amor que les hacía sentir tanto su partida, por otra parte les hacía gozarse de su gloria, porque el verdadero amor no se busca a sí, sino al que ama.


    Resta considerar con cuánta gloria, con qué alegría y con qué voces y alabanzas sería recibido aquel noble triunfador en la ciudad soberana, cuál sería la fiesta y el recibimiento que le harían, qué sería ver ayuntados en uno hombres y ángeles y todos a una caminar a aquella noble ciudad, y poblar aquellas sillas desiertas de tantos años, y subir sobre todos aquella sacratísima humanidad, y asentarse a la diestra del Padre. Todo es mucho de considerar para que se vea cuán bien empleados son los trabajos por amor de Dios, y cómo el que se humilló y padeció más que todas las criaturas es aquí engrandecido y levantado sobre todas ellas, para que por aquí entiendan los amadores de la verdadera gloria el camino que han de llevar para alcanzarla, que es descender para subir y ponerse debajo de todos para ser levantados sobre todos.




    DE SEIS COSAS QUE PUEDEN ENTREVENIR EN EL EJERCICIO DE LA ORACIÓN


    Éstas son, cristiano lector, las meditaciones en que puedes ejercitar los días de la semana, para que así no te falte materia en qué pensar. Mas aquí es de notar que antes de esta meditación pueden preceder algunas cosas y seguirse después otras que están anejas y son como vecinas de ellas.


    Porque, primeramente, antes que entremos en la meditación es necesario aparejar el corazón para este santo ejercicio, que es como quien templa la vihuela para tañer.


    Después de la preparación se sigue la lección del paso que se ha de meditar en aquel día, según el repartimiento de los días de la semana (como arriba lo tratamos). Lo cual sin duda es necesario a los principios, hasta que el hombre sepa lo que ha de meditar.


    Después de la meditación se puede seguir un devoto hacimiento de gracias por los beneficios recibidos y un ofrecimiento de toda nuestra vida y de la de Cristo nuestro Salvador, en recompensa de ellos.


    La última parte es la petición que propiamente se llama oración, en la cual pedimos todo aquello que conviene, así para nuestra salud como para la de nuestros prójimos y de toda la Iglesia.


    Estas seis cosas pueden entrevenir en la oración, y las cuales, entre otros provechos, tienen también éste, que dan al hombre más copiosa materia de meditar, poniéndole delante todas estas diferencias de manjares, para que si no pudiere comer de uno, coma del otro, y para que si en una cosa se le acabare el hilo de la meditación, entre luego en otra donde se le ofrezca otra cosa en qué meditar.


    Bien veo que ni todas estas partes ni esta orden es siempre necesaria, más todavía servirá esto a los que comienzan, para que tengan alguna orden e hilo por donde se puedan al principio regir. Y por esto, de ninguna cosa que aquí dijere, quiero que se haga ley perpetua ni regla general; porque mi intento no fue hacer ley, sino introducción para imponer a los nuevos en este camino, en el cual, después que hubieren entrado, el uso y la experiencia, y mucho más el Espíritu Santo, les enseñará lo demás.




    DE LA PREPARACIÓN QUE SE REQUIERE PARA ANTES DE LA ORACIÓN


    Agora será bien que tratemos en particular de cada una de estas partes susodichas, y primero de la preparación que es primera de todas.


    Puesto en el lugar de la oración de rodillas, o en pie, o en cruz, o postrado, o sentado si de otra manera no pudiese estar, hecha primero la señal de la cruz, recogerá su imaginación y apartarla ha de todas las cosas de esta vida, levantará su entendimiento arriba, considerando que lo mira Nuestro Señor. Y estará allí con aquella atención y reverencia como que realmente le tuviese presente, y con un general arrepentimiento de sus pecados (si es la oración de la mañana) dirá la confesión general, y si es la oración de la noche, examinará su conciencia de todo lo que aquel día ha pensado, hablado, obrado y oído, y del olvido que de Nuestro Señor ha tenido, y doliéndose de los defectos de aquel día y de todos los de la vida pasada, y humillándose delante de la Divina Majestad ante quien está, dirá aquellas palabras del santo Patriarca (Gen.19,27): Hablaré a mi Señor, aunque sea polvo y ceniza, y luego dirá aquellos versos del salmo (Ps.122,1): A ti levanté mis ojos, que moras en los cielos. Así como los ojos de los siervos están puestos en las manos de sus senores, y como los ojos de la sierva en las manos de su señora, así están puestos nuestros ojos en Nuestro Señor, esperando que haya misericordia de nosotros.


    Ten misericordia de nosotros, Señor, ten misericordia de nosotros, Gloria Patri, etc. Y porque no somos, Señor, poderosos para pensar cosa buena de nuestra parte, sino que toda nuestra suficiencia es de Dios, ni nadie puede invocar dignamente el nombre de jesús sino con favor del Espíritu Santo. Por tanto, Ven, oh dulcísimo Espíritu, y envía dende el cielo los rayos de tu luz. Ven, oh Padre de los pobres. Ven, oh dador de las lumbres. Ven, lumbre de las corazones. Ven, consolador muy bueno y dulce huésped de nuestra ánima y dulce refrigerio de ella. En el trabajo, su descanso; en el ardor del estío, su templanza, y en las lágrimas, su consuelo. Oh luz beatísima, hinche lo íntimo del corazón de tus fieles V. Emitte spiritum tuum, et creabuntur. R. Et renovabis faciem terrae. Oratio. Deus qui corda fidelium, etc.


    Dicho esto, suplicará luego a nuestro Señor que le dé gracia para que esté allí con aquella atención y devoción, y con aquel recogimiento interior, y con aquel temor y reverencia que conviene para estar ante tan soberana Majestad, y que así gaste aquel tiempo de la oración, que salga de ella con nuevas fuerzas y aliento para todas las cosas de su servicio, porque la oración que no pare luego este fruto muy imperfecta es y muy de bajo valor.




    DE LA LECCIÓN


    Concluida la preparación, se sigue luego la lección de lo que se ha de meditar en la oración. La cual no ha de ser apresurada ni corrida, sino atenta y sosegada; aplicando a ella no sólo el entendimiento para entender lo que se lee, sino mucho más la voluntad para gustar lo que se entiende. Y cuando hallare algún paso devoto, deténgase algo más en él para mejor sentirlo; y no sea muy larga la lección, porque se dé más tiempo a la meditación, que es tanto de mayor provecho, cuanto rumia y penetra las cosas más despacio y con más afectos; pero cuando tuviere el corazón tan distraído que no pueda entrar en la oración, puédese detener algo más en la lección, o ayuntar en uno la lección con la meditación, leyendo un paso y meditando sobre él, y luego otro de la misma manera; porque yendo de esta manera atado el entendimiento a las palabras de la lección, no tiene tanto lugar de derramarse por diversas partes como cuando va libre y suelto. Aunque mejor sería pelear en desechar los pensamientos y perseverar y luchar (como otro Jacob toda la noche) en el trabajo de la oración. Porque al fin, acabada la batalla, se alcanza la victoria, dando Nuestro Señor la devoción u otra gracia mayor, la cual nunca se niega a los que fielmente pelean.




    DE LA MEDITACIÓN


    Se sigue después de la lección la meditación del paso que habemos leído. Y ésta unas veces es de cosas que se pueden figurar con la imaginación, como son todos los pasos de la vida y pasión de Cristo, el juicio final, el infierno, el paraíso. Otras es de cosas que pertenecen más al entendimiento que a la imaginación, como es la consideración de los beneficios de Dios, de su bondad o misericordia, o cualquiera otra de sus perfecciones.


    Esta meditación se llama intelectual, y la otra imaginaria. Y de la una y de la otra solemos usar en estos ejercicios, según que la .materia de las cosas lo requiere. Y cuando la meditación es imaginaria, habemos de figurar cada cosa de éstas de la manera que ella es, o de la manera que pasaría, y hacer cuenta que en el propio lugar donde estamos pasa todo aquello en presencia nuestra, porque con esta representación de las cosas sea más viva la consideración y asentimiento de ellas, y aun imaginar que pasan estas cosas dentro de nuestro corazón es mejor, que pues caben en él ciudades y reinos, mejor cabrá la representación de estos misterios, y ayudará esto mucho para traer el ánima recogida, ocupándose dentro de sí mismo (como abeja dentro de su corcho) en labrar su panal de miel; porque ir con el pensamiento a Jerusalén a meditar las cosas que allí pasaron en sus propios lugares, es cosa que suele enflaquecer y hacer daño a las cabezas; y por esta misma razón no debe el hombre hincar mucho la imaginación en las cosas que piensa, por no fatigar con esta vehemente aprensión la naturaleza.




    DEL HACIMIENTO DE GRACIAS


    Acabada la meditación se sigue el nacimiento de gracias; para lo cual se debe tomar ocasión de la meditación pasada, haciendo gracias a Nuestro Señor por el beneficio que en aquélla nos hizo; como si la meditación fue de la Pasión, debe dar gracias a Nuestro Señor, porque nos redimió con tantos trabajos; y si fue de los pecados, porque esperó tanto tiempo a penitencia; y si de las miserias desta vida, por las muchas de que lo ha librado; y si del paso de la muerte, porque lo libró de los peligros de ella y esperó a penitencia. Y si de la gloria del paraíso, porque le crió para tanto bien, y así de los demás.


    Con estos beneficios juntará todos los otros de que arriba tratamos, que son el beneficio de la creación, conservación, redención, vocación, etcétera. Y así dará gracias a Nuestro Señor, porque le hizo a su imagen y semejanza, y le dio memoria para que se acordase de El; entendimiento, para que le conociese; voluntad, para que le amase. Y porque le dio un Ángel que le guardase de tantos trabajos y peligros y tantos pecados mortales, y de la muerte cuando estaba en ellos, que no fue menos que librarlo de la muerte eterna; y porque tuvo por bien de tomar nuestra naturaleza, y morir por nosotros. Y porque le hizo nacer de padres cristianos, y le dio el sagrado bautismo, y en él le dio su gracia, y prometió su gloria, y le recibió por hijo adoptivo. Y porque le dio armas para pelear contra el demonio, y el mundo, y la carne, en el Sacramento de la Confirmación.Y porque le dio a sí mismo en el Sacramento del Altar. Y porque le dio el Sacramento de la Penitencia, para tornar a cobrar la gracia perdida por el pecado mortal, y por las muchas buenas inspiraciones que siempre le ha enviado y envía, y por la ayuda que le dio para orar y bien obrar y perseverar en el bien comenzado. Y con estos beneficios junte los demás beneficios generales y particulares que conoce haber recibido de Nuestro Señor. Y por éstos y todos los otros, así públicos como secretos, dé todas cuantas gracias pudiere, y convide a todas las criaturas, así del cielo como de la tierra, para que le ayuden a este oficio. Y con este espíritu podrá decir, si quiere, aquel cántico (Dan.3,57): Benedicite omnia opera Domini Domino, laudate, et superexaltate. O el salmo (Ps.102,1-4): Benedic anima mea, Domino, et omnia quae intra me sunt nomini sancto ejus. Benedic anima mea, Domino, et noli oblivisci omnes retributiones ejus. Qui propiciatur omnibus iniquitatibus tuis, qui sanat omnes infirmitates tuas. Qui redimit de interitu vitam tuam, qui coronat te in misericordia, et miserationibus, etc.




    DEL OFRECIMIENTO


    Dadas de todo corazón al Señor las gracias por todos estos beneficios, luego, naturalmente, prorrumpe el corazón en aquel afecto del profeta David, que dice (Ps.115,12): ¿Qué daré yo al Señor por todas las mercedes que me ha hecho? A este deseo satisface el hombre en alguna manera, dando y ofreciendo a Dios de su parte todo lo que tiene y puede ofrecerle.


    Y para esto primeramente debe ofrecerse a sí mismo por perpetuo esclavo suyo, resignándose y poniéndose en sus manos para que haga de él todo lo que quisiere en tiempo y en eternidad, y ofrecer juntamente todas sus palabras, obras, pensamientos y trabajos, que es todo lo que hiciere y padeciere para que todo sea gloria y honra de su santo nombre.


    Lo segundo, ofrezca al Padre los méritos y servicios de su Hijo y todos los trabajos que en este mundo por su obediencia padeció dende el pesebre hasta la Cruz, pues todos ellos son hacienda nuestra y herencia que Él nos dejó en el Nuevo Testamento, por el cual nos hizo herederos de todo este gran tesoro. Y así como no es menos mío lo dado de gracia que lo adquirido por mi lanza, así no son menos míos los méritos y el derecho que a mí me dio que si yo los hubiera sudado y trabajado por mí. Y por esto, no menos puede ofrecer el hombre esta segunda ofrenda que la primera, recontando por su orden todos estos servicios y trabajos y todas las virtudes de su vida santísima, su obediencia, su paciencia, su humildad, su fidelidad, su caridad, su misericordia, con todas las demás, porque ésta es la más rica y más preciosa ofrenda que le podemos ofrecer.




    DE LA PETICIÓN


    Ofrecida tan rica ofrenda, seguramente podemos pedir luego mercedes por ella. Y primeramente pidamos con gran afecto de caridad y con celo de la honra de Nuestro Señor, que todas las gentes y naciones del mundo le conozcan, alaben y adoren como a su único, verdadero Dios y Señor, diciendo de lo íntimo de nuestro corazón aquellas palabras del Profeta (Ps.66,4-6): Confiésente los pueblos, Señor; confiésente los pueblos. Roguemos también por las cabezas de la Iglesia, como son: Papa, Cardenales, Obispos, con todos los otros Ministros y Prelados inferiores, para que el Señor los rija y alumbre de tal manera, que lleven a todos los hombres al conocimiento y obediencia de su criador. Y asimesmo, debemos rogar (como lo aconseja San Pablo) por los reyes y por todos los que están constituidos en dignidad, para que mediante su providencia vivamos vida quieta y reposada, porque esto es acepto delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad. Roguemos también por todos los miembros de su cuerpo místico, por los justos, que el Señor los conserve, y por los pecadores, que los convierta, y por los difuntos, que los saque misericordiosamente de tanto trabajo y los lleve al descanso de la vida perdurable.


    Roguemos también por todos los pobres, enfermos, encarcelados, cautivos, etc. Que Dios, por los méritos de su Hijo, los ayude y libre del mal.


    Y después de haber pedido para nuestros prójimos, pidamos luego para nosotros, y qué sea lo que le habemos de pedir, su misma necesidad lo enseñará a cada uno, si bien se conociere. Mas para mayor facilidad de esta doctrina, podemos pedir las mercedes siguientes: Primeramente pidamos, por los méritos y trabajos de este Señor, perdón de todos nuestros pecados y enmienda de ellos, y especialmente pidamos favor contra todas aquellas pasiones y vicios a que somos más inclinados y más tentados, descubriendo todas estas llagas a aquel médico celestial para que El las sane y las cure con la unción de su gracia.


    Lo segundo, pidamos aquellas altísimas y nobilísimas virtudes en que consiste la suma de toda perfección cristiana, que son: fe, esperanza, amor, temor, humildad, paciencia, obediencia, fortaleza para todo trabajo, pobreza de espíritu, menosprecio del mundo, discreción, pureza de intención, con otras semejantes virtudes que están en la cumbre de este espiritual edificio; porque la fe es la primera raíz de toda la cristiandad; la esperanza es el báculo y remedio contra las tentaciones de esta vida; la caridad es fin de toda la perfección cristiana; el temor de Dios es principio de la verdadera sabiduría; la humildad es el fundamento de todas las virtudes; la paciencia es armadura contra los golpes y encuentros del enemigo; la obediencia es muy agradable ofrenda, donde el hombre ofrece a sí mismo a Dios en sacrificio; la discreción es los ojos con que el alma ve y anda todos sus caminos; la fortaleza, los brazos con que hace todas sus obras, y la pureza de intención, la que refiere y endereza todas nuestras obras a Dios.


    Lo tercero, pidamos luego otras virtudes que, además de ser ellas de suyo muy principales, sirven para la guarda de estas mayores, como son: la templanza en comer y beber, la moderación de la lengua, la guarda de los sentidos, la mesura y composición del hombre exterior, la suavidad y buen ejemplo para los prójimos, el rigor y aspereza para consigo, con otras virtudes semejantes.


    Después de esto, acabe con la petición del amor de Dios .y en ésta se detenga y ocupe la mayor parte del tiempo, pidiendo al Señor esta virtud con entrañables afectos y deseos (pues en ella consiste todo nuestro bien), y podrá decir así:


    PETICIÓN ESPECIAL DEL AMOR DE DIOS

    Sobre todas estas virtudes, dame, Señor, tu gracia, para que te ame yo con todo mi corazón, con toda mi ánima, con todas mis fuerzas y con todas mis entrañas, así como tú lo mandas. ¡Oh, toda mi esperanza, toda mi gloria, todo mi refugio y alegría! ¡Oh, el más amado de los amados! ¡Oh, esposo florido, esposo suave, esposo melifluo! ¡Oh, dulzura de mi corazón! ¡Oh, vida de mi ánima y descanso alegre de mi espíritu! ¡Oh, hermoso y claro día de la eternidad, y serena luz de mis entrañas, y paraíso florido de mi corazón!¡ Oh, amable principio mío y suma suficiencia mía!


    Apareja, Dios mío, apareja, Señor, una agradable morada para ti en mí, para que, según la promesa de tu santa palabra, vengas a mí y reposes en mí. Mortifica en mí todo lo que desagrada a tus ojos y hazme hombre según tu corazón. Hiere, Señor, lo más íntimo de mi ánima con las saetas de tu amor, y embriágala con el vino de tu perfecta caridad. ¡Oh! ¿Cuándo será esto? ¿Cuándo te agradaré en todas las cosas? ¿Cuándo dejaré de ser mío? ¿Cuándo ninguna cosa fuera de ti vivirá en mí? ¿Cuándo arden tísimamente te amaré? ¿Cuándo me abrasará toda la llama de tu amor? ¿Cuándo estaré todo derretido y traspasado con tu eficacísima suavidad? ¿Cuándo abrirás a este pobre mendigo y le descubrirás el hermosísimo Reino tuyo que está dentro de mí, el cual eres tú con todas tus riquezas? ¿Cuándo me arrebatarás y anegarás y transportarás y esconderás en ti, donde nunca más parezca? ¿Cuándo, quitados todos impedimentos y estorbos, me harás un espíritu contigo, para que nunca ya me pueda más apartar de ti?


    ¡Oh, amado, amado, amado de mi ánima! ¡Oh dulzura, dulzura de mi corazón! ¡Óyeme, Señor, no por mis merecimientos, sino por tu infinita bondad! Enséñame, alúmbrame, enderézame y ayúdame en todas las cosas para que ninguna cosa se haga ni diga, sino lo que fuere a tus ojos agradable. ¡Oh Dios mío, amado mío, entrañas mías, bien de mi ánima! ¡Oh amor mío dulce! ¡Oh deleite mío grande! ¡Oh fortaleza mía, veladme; luz mía, guiadme!


    ¡Oh Dios de mis entrañas! ¿Por qué no te das al pobre? ¡Hinches los cielos y la tierra, y mi corazón dejas vacío! Pues vistes los lirios del campo, y guisas de comer a .las avecillas y mantienes los gusanos, ¿por qué te olvidas de mí, pues a todos olvido por ti? ¡Tarde te conocí, bondad infinita! ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Triste del tiempo que no te amé! ¡Triste de mí, pues no te conocía! ¡Ciego de mí, que no te veía! ¡Estabas dentro de mí, y yo andaba a buscarte por de fuera! Pues aunque te hallé tarde, no permitas, Señor, por tu divina clemencia, que jamás te deje.


    Y porque una de las cosas que más te agradan y más hieren tu corazón es tener ojos para saberte mirar, dame, Señor, esos ojos con que te mire; conviene saber: ojos de paloma sencillos; ojos castos y vergonzosos; ojos humildes y amorosos; ojos devotos y llorosos; ojos atentos y discretos, para entender la voluntad y cumplirla, para que, mirándote yo con estos ojos, sea de ti mirado con aquellos ojos con que miraste a San Pedro, cuando le hiciste llorar su pecado; con aquellos ojos con que miraste al Hijo Pródigo, cuando le saliste a recibir y le diste beso de paz; con aquellos ojos con que miraste al publicano, cuando él no osaba alzar los ojos al cielo; con aquellos ojos con que miraste a la Magdalena, cuando ella lavaba tus pies con las lágrimas de los suyos; finalmente, con aquellos ojos con que miraste a la Esposa en los cantares, cuando le dijiste: Hermosa eres, amiga mía; hermosa eres, tus ojos son de paloma, para que, agradándote de los ojos y hermosura de mi ánima, le des aquellos arreos de virtudes y gracias con que siempre te parezca hermosa.


    ¡Oh Altísima, Clementísima, Benignísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, un solo Dios verdadero, enséñame, enderézame y ayúdame, Señor, en todo! ¡Oh Padre todopoderoso, por la grandeza de tu infinito poder, asienta y confirma mi memoria en ti e hínchela de santos y devotos pensamientos! ¡Oh Hijo Santísimo, por la eterna sabiduría tuya, clarifica mi entendimiento y adórnalo con el conocimiento de la suma verdad y de mi extremada vileza! ¡Oh Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, por tu incomprensible bondad, traspasa en mí toda tu voluntad y enciéndela con un tan grande fuego de amor, que ningunas aguas la puedan apagar! ¡Oh Trinidad Sagrada, único Dios mío, y todo mi bien! ¡Oh si pudiese yo alabarte y amarte como te alaban y aman todos los ángeles! ¡Oh si tuviese yo el amor de todas las criaturas, cuán de buena gana te lo daría y traspasaría en ti, aunque ni éste bastaría para amarte como tú mereces! Tú sólo te puedes dignamente amar y dignamente alabar, porque tú sólo comprendes tu incomprensible bondad, y así tú solo la puedes amar cuanto ella merece, de manera que en sólo ese divinísimo pecho se guarda justicia de amor.


    ¡Oh María, María, María, Virgen Santísima, Madre de Dios, Reina del cielo, Señora del mundo, Sagrario del Espíritu Santo, Lirio de pureza, Rosa de paciencia, Paraíso de deleites, Espejo de Castidad, Dechado de inocencia! Ruega por este pobre desterrado y peregrino, y parte con él de las sobras de tu abundantísima caridad. Oh vosotros, bienaventurados Santos y Santas, y vosotros, bienaventurados espíritus, que así ardéis en el amor de vuestro Criador, y señaladamente vosotros, Serafines, que abrasáis los cielos y la tierra con vuestro amor, no desamparéis este pobre miserable corazón, sino ali mpiadlo, como los labios de Isaías, de todos sus pecados, y abrasadlo con la llamada de ese vuestro ardentísimo amor, para que sólo a este Señor ame, a Él sólo busque, a El sólo repose y more en siglos de los siglos. Amen.




    DE ALGUNOS AVISOS QUE SE DEBEN TENER EN ESTE SANTO EJERCICIO


    Todo lo que hasta aquí se ha dicho sirve para dar materia de consideración, que es una de las principales partes de este negocio, porque la menor parte de la gente tiene suficiente materia de consideración, y así, por falta de ella, faltan muchos en este ejercicio. Ahora diremos sumariamente la manera y forma que en esto se podrá tener. Y aunque de esta materia el principal Maestro sea el Espíritu Santo, pero todavía la experiencia nos ha mostrado ser necesarios algunos avisos en esta parte, porque el camino para ir a Dios es arduo y tiene necesidad de guía, sin la cual muchos andan mucho tiempo perdidos y descaminados.


    PRIMER AVISO

    Sea, pues, el primer aviso éste: que cuando nos pusiéremos a considerar alguna cosa de las susodichas en sus tiempos y ejercicios determinados, no debemos estar tan atados a ella, que tengamos por mal hecho salir de aquella a otra, cuando halláremos en ella más devoción, más gusto o más provecho, porque, como el fin de todo esto sea la devoción, lo que más sirviere para este fin, eso se ha de tener por lo mejor. Aunque esto no se debe hacer por livianas causas, sino con ventaja conocida. Asimismo, si en algún paso de su oración o meditación sintiere más gusto o devoción que en otro, deténgase en él todo el espacio que le durase este afecto, aunque todo el tiempo del recogimiento se le vaya en eso. Porque como el fin de todo esto sea la devoción (como dijimos), yerro sería buscar en otra parte, con esperanza dudosa, lo que ya tenemos en las manos cierto.


    SEGUNDO AVISO

    Sea el segundo, que trabaje el hombre por excusar en este ejercicio la demasiada especulación del entendimiento, y procure de estar este negocio más con afectos y sentimientos de la voluntad, que con discursos y especulaciones del entendimiento.


    Porque sin duda no aciertan este camino los que de tal manera se ponen en la oración a meditar los Misterios Divinos, como si los estudiasen para predicar, lo cual más es derramar el espíritu que recogerlo y andar más fuera de sí, que dentro de sí. De donde nace que, acabada su oración, se quedan secos y sin jugo de devoción, y tan fáciles y ligeros para cualquier liviandad como lo estaban antes. Porque en hecho de verdad, los tales no han orado, sino parlado y estudiado, que es un negocio bien diferente en la oración. Deberían los tales considerar que en este ejercicio más nos llegamos a escuchar que a parlar. Pues para acertar en este negocio, lléguese el hombre con corazón de una viejecica ignorante y humilde, y más con voluntad dispuesta y aparejada para sentir y aficionarse a las cosas de Dios que con entendimiento despabilado y atento para escudriñarlas, porque esto es propio de los que estudian para saber, y no de los que oran y piensan en Dios para llorar.


    TERCER AVISO

    El aviso pasado nos enseña cómo debemos sosegar el entendimiento y entregar todo este negocio a la voluntad; mas el presente pone también su tasa y medida a la misma voluntad, para que no sea demasiada ni vehemente en su ejercicio, para lo cual es de saber que la devoción que pretendemos alcanzar no es cosa que se ha de alcanzar a fuerza de brazos (como algunos piensan), los cuales, con demasiados ahíncos y tristezas forzadas y como hechizas, procuran alcanzar lágrimas y compasión cuando piensan en la Pasión del Salvador, porque eso suele secar más el corazón y hacerlo más inhábil para la visitación del Señor, como enseña Casiano. Y además de esto suelen estas cosas hacer daño a la salud corporal, y a veces dejan el ánimo tan atemorizado con el sinsabor que allí recibió, que teme tomar otra vez al ejercicio como a cosa que experimentó haberle dado mucha pena. Conténtese, pues, el hombre con hacer buenamente lo que es de su parte, que es hallarse presente a lo que el Señor padeció, mirando con una vista sencilla y sosegada y con un corazón tierno y compasivo y aparejado para cualquier sentimiento que el Señor le quisiere dar lo que por Él padeció, más dispuesto para recibir el efecto, que su misericordia le diere, que para exprimirlo a fuerza de brazos. Y esto hecho, no se acongoje por lo demás, cuando no le fuera dado.


    CUARTO AVISO

    De todo lo susodicho podemos colegir cuál sea la manera de atención que debemos tener en la oración, porque aquí principalmente conviene tener el corazón no caído ni flojo, sino vivo, atento y levantado a lo alto. Mas así como es necesario estar aquí con esta atención sea templada y moderada, porque no sea dañosa a la salud ni impida a la devoción, porque algunos hay que fatigan la cabeza con la demasiada fuerza que ponen para estar atentos a lo que piensan, como ya dijimos. Y otros hay que, por huir de este inconveniente, están allí muy flojos y remisos y muy fáciles para ser llevados de todos vientos. Para huir de estos extremos conviene llevar tal medio, que ni con la demasiada atención fatiguemos la cabeza, ni con el mucho descuido y flojedad debemos andar vagueando el pensamiento por do quisiese. De manera que así como solemos decir al que va sobre una bestia maliciosa que lleve la rienda tiesa, conviene saber, ni muy apretada ni muy floja, porque ni vuelva atrás, ni camine con peligro, así debemos procurar que vaya nuestra atención moderada y no forzada, con cuidado y no con fatiga congojosa.


    Mas particularmente conviene avisar que al principio de la meditación no fatiguemos la cabeza con demasiada atención, porque cuando esto se hace suelen faltar por adelante las fuerzas, como faltan al caminante cuando al principio de la jornada se da mucha prisa a caminar.


    QUINTO AVISO

    Mas entre todos estos avisos, el principal sea que no desmaye el que ora, ni desista de su ejercicio cuando no siente luego aquella blandura de devoción que él desea. Necesario es con longanimidad y perseverancia esperar la venida del Señor, porque a la gloria de Su Majestad y a la bajeza de nuestra condición y a la grandeza del negocio que tratamos pertenece que estemos muchas veces elperando y aguardando a las puertas de su palacio sagrado.


    Pues cuando de esta manera hayas aguardado un poco de tiempo, si el Señor viniere, dale gracias por su venida; y si te pareciere que no viene, humíllate delante de Él, y conoce que no mereces lo que no te dieron, y conténtate con haber allí hecho sacrificio de ti mismo y negado tu propia voluntad y crucificado tu apetito y luchado con el demonio y contigo mismo, y hecho a lo menos eso que era de tu parte. Y si no adoraste al Señor con la adoración sensible que deseabas, basta que lo adoraste en espíritu y en verdad, como Él quiere ser adorado (Io.4,23). Y créeme, cierto, que éste es el caso más peligroso de esta navegación y el lugar donde se prueban los verdaderos devotos, y que si de éste sales bien, en todo lo demás te irá prósperamente.


    Finalmente, si todavía te pareciese que era tiempo perdido perseverar en la oración y fatigar la cabeza sin provecho, en tal caso no tendría por inconveniente que, después de haber hecho lo que es en ti, tomases algún libro devoto y trocases por entonces la oración por la lección; con tanto que el leer fuese, no corrido ni apresurado, sino reposado y con mucho sentimiento de lo que vas leyendo, mezclando muchas veces en sus lugares la oración con la lección, lo cual es cosa muy provechosa y muy fácil de hacer a todo género de personas, aunque sean muy rudas y principalmente en este camino.


    SEXTO AVISO

    Y no es diferente documento del pasado, ni menos necesario avisar que el siervo de Dios no se contente con cualquier gustillo que halle en su oración (como hacen algunos que en derramando una lagrimilla, o sintiendo alguna ternura de corazón, piensan que han ya cumplido con su ejercicio). Esto no basta para lo que aquí pretendemos. Porque así como no basta para que la tierra fructifique un pequeño rocío de agua, que no hace más que matar el polvo y mojar la tierra por fuera, sino que es menester tanta agua que cale hasta lo íntimo de la tierra y la deje harta de agua para que pueda fructificar, así también es acá necesaria la abundancia de este rocío y agua celestial para dar fruto de buenas obras. Pues por esto con mucha razón se aconseja que tomemos para este santo ejercicio el más largo espacio que pudiéramos. Y mejor sería un rato largo que dos cortos, porque si el espacio es breve, todo él se basta en sosegar la imaginación y aquietar el corazón, y después de ya quieto, levantámonos del ejercicio, cuando la hubiéramos de comenzar.


    Y descendiendo más en particular a limitar este tiempo, paréceme que todo lo que es menos de hora y media o dos horas es corto el plazo para la oración, porque muchas veces se pasa más que media hora en templar la vihuela, y en quietar (como dije) la imaginación, y todo el otro espacio es menester para gozar del fruto de la oración. Verdad es que cuando este ejercicio se tiene después de algunos otros santos ejercicios, como es después de maitines o después de haber oído o dicho misa o después de alguna devota lección u oración vocal, más dispuesto se halla el corazón para este negocio y (así como en leña seca) muy más presto se enciende este fuego celestial. También el tiempo de madrugada sufre ser más corto porque es el más aparejado de cuantos hay para este oficio. Mas el que fuere pobre de tiempo por sus muchas ocupaciones, no deje de ofrecer su cornadillo con la pobre viuda en el Templo (Lc.21,2), por que si esto no queda por su negligencia, Aquel que todas las criaturas provee conforme a su necesidad y naturaleza, proveerá a él también según la suya.


    SÉPTIMO AVISO

    Conforme a este documento se da otro semejante a él, y es que cuando el alma fuere visitada en la oración, o fuera de ella, con alguna particular visitación del Señor, que no la deje pasar en vano, sino que se aproveche de aquella ocasión que se le ofrece, porque es cierto que con este viento navegará el hombre más en una hora que sin Él en muchos días. Así se dice que lo hacía San Francisco, de quien escribe San Buenaventura en su vida que era tan particular el cuidado que en esto tenía, que si andando camino lo visita nuestro Señor con alguna particular visitación, hacía ir delante los compañeros y él estábase quedo hasta acabar de rumiar y digerir aquel bocado que le venía del cielo. Los que así no lo hacen, suelen comúnmente ser castigados con esta pena, que no hallen a Dios cuando lo buscaren, pues cuando Él los buscaba no los halló.


    OCTAVO AVISO

    El último y más principal aviso sea que procuremos en este santo ejercicio de juntar en uno la meditación con la contemplación, haciendo de la una escalón para subir a la otra, para lo cual es de saber que el oficio de la meditación es considerar con estudio y atención las cosas divinas discurriendo de unas en otras para mover nuestro corazón a algún efecto y sentimiento de ellas, que es como quien hiere un pedernal para sacar alguna centella de él. Mas la contemplación es haber ya sacado esta centella, quiero decir, haber ya hallado este efecto y sentimiento que se buscaba, y estar con reposo y silencio gozando de él, no con muchos discursos y especulaciones del entendimiento, sino con una simple vista de la verdad, por lo cual dice un santo doctor que la meditación discurre con trabajo y con fruto; mas la contemplación sin trabajo y con fruto; la una busca, la otra halla; una rumia el manjar, la otra lo gusta; la una discurre y hace consideraciones, la otra se contenta con una simple vista de las cosas, porque tiene ya el amor y gusto de ellas; finalmente, la una es como medio, la otra como fin; la una como camino y movimiento, y la otra como término de este camino y movimiento.


    De aquí se infiere una cosa muy común, que enseñan todos los maestros de la vida espiritual (aunque poco entendida de los que la leen), conviene saber, que así como alcanzado el fin cesan los medios, como tomando el puerto cesa la navegación, así cuando el hombre, mediante el trabajo de la meditación, llegare al reposo y gusto de la contemplación, debe por entonces cesar de aquella piadosa y trabajosa inquisición. Y contento con una simple vista y memoria de Dios (como si lo tuviese presente), gozar de aquel afecto que se le da, ora sea de amor, ora de admiración o de alegría o cosa semejante. La razón porque esto se aconseja es porque, como el fin de todo este negocio consista más en el amor y afectos de la voluntad que en la especulación del entendimiento, cuando ya la voluntad está presa, y tomada de este afecto, debemos excusar todos los discursos y especulaciones del entendimiento, en cuanto nos sea posible, para que nuestra ánima con todas sus fuerzas se emplee en esto sin derramarse por los actos de otra potencia. Y por eso aconseja un doctor, que así como el hombre se sintiere inflamar del amor de Dios, debe luego dejar todos estos discursos y pensamientos (por muy altos que parezcan), no porque sean malos, sino porque entonces son impeditivos de otro bien mayor, que no es otra cosa más que cesar el movimiento llegado el término y dejar la meditación por amor de la contemplación. Lo cual señaladamente se puede hacer al fin de todo el ejercicio, que es después de la petición del amor de Dios, de que arriba tratamos; lo uno, porque se presupone ya entonces que el trabajo del ejercicio pasado habrá parido algún efecto y sentimiento de Dios, pues (como dice el Sabio), más vale el fin de la oración, que el principio (Eccles.7,7), y lo otro, porque después del trabajo de la meditación y oración, es razón que el hombre dé un poco de huelga al entendimiento y le deje reposar en los brazos de la contemplación, pues en este tiempo deseche el hombre todas las imaginaciones que se le ofrecieren, acalle el entendimiento, quiete la memoria y fíjela en Nuestro Señor, considerando que está erg su presencia, no especulando por entonces cosas particulares de Dios. Conténtese con el conocimiento que de Él tiene por fe y aplique la voluntad y el amor, pues éste sólo le abraza, y en él está el fruto de toda la meditación, y el entendimiento es casi nada lo que de Dios puede conocer y puédele la voluntad mucho amar. Enciérrese dentro de sí mismo en el centro de su ánima donde está la imagen de Dios, y allí esté atento a Él, como quien escucha al que habla de alguna torre alta, o como que le tuviese dentro de su corazón, y como que en todo lo criado no hubiese otra cosa sino sola ella o solo él. Y aun de sí misma y de lo que hace se había de olvidar, porque, como decía uno de aquellos Padres, aquélla es perfecta oración, donde el que está orando, no se acuerda que está orando. Y no sólo al fin del ejercicio, sino también al medio y en cualquier otra parte que nos tomare este sueño espiritual, cuando está como adormecido el entendimiento de la voluntad, debemos hacer esta pausa y gozar de este beneficio y volver a nuestro trabajo, acabado de digerir y gustar aquel bocado, así como hace el hortelano cuando riega una era, que después de llena de agua detiene el hilo de la corriente y deja empapar y difundirse por las entrañas de la tierra seca lo que ha recibido, y esto ha hecho, torna a soltar el hilo de la fuente, para que aún reciba más y más y quede mejor regada. Mas lo que entonces el ánima siente, lo que goza la luz, y la hartura, y la caridad y paz que recibe, no se puede explicar con palabras, pues aquí está la paz que excede todo sentido y la felicidad que en esta vida se puede alcanzar.


    Algunos hay tan tomados del amor de Dios, que, apenas han comenzado a pensar en Él, cuando luego la memoria de su dulce nombre les derrite las entrañas, los cuales tienen tan poca necesidad de discursos y consideraciones para amarle, como la madre o la esposa para regalarse con la memoria de su hijo o esposo, cuando le hablan de él; y otros que no sólo en el ejercicio de la oración, sino fuera de él, andan tan absortos y tan empapados en Dios, que de todas las cosas y de sí mismos se olvidan por Él, porque si esto puede muchas veces el amor furioso de un perdido, ¿cuánto más lo podrá el amor de aquella infinita hermosura, pues no es menos poderosa la gracia que la naturaleza y que la culpa? Pues cuando esto el ánima sintiere, en cualquier parte de la oración que lo sienta, en ninguna manera lo debe desechar, aunque todo el tiempo del ejercicio se gastase en esto, sin rezar o meditar las otras cosas que tenía determinadas, si no fuesen de obligación, porque así como dice San Agustín' que se ha de dejar la oración vocal cuando alguna vez fuese impedimento de la devoción, así también se debe dejar la meditación cuando fuese impedimento de la contemplación.


    Donde también es mucho de notar que así como nos conviene dejar la meditación por la afección para subir de menos a más, así, por el contrario, a veces convendrá dejar la afección por la meditación, cuando la afección fuese tan vehemente que se temiese peligro a la salud perseverando en ella, como muchas veces acaece a los que, sin este aviso, se dan a estos ejercicios y los toman sin discreción, atraídos por la fuerza de la divina suavidad. Y en tal caso como éste, dice un doctor, que es buen remedio salir a algún afecto de compasión, meditando un poco en la Pasión de Cristo, o en los pecados y miserias del mundo, para aliviar y desahogar el corazón.